El desastre social que propician los contenidos de las televisiones aconseja evitar su recepción.
Una semana de vacaciones, deliberadamente sin Internet, ha sido suficiente para comprender que el principal riesgo para niños y adultos proviene de esas aparentemente inocuas televisiones genéricas. Lo que pretendía ser una “semana blanca” retrasada, con el mal tiempo reinante en Alicante, se convirtió en un tiempo para analizar los contenidos televisivos reinantes en la España del siglo XXI.
La conclusión más obvia es que casi toda la oferta de las programaciones es altamente desaconsejable para mantener una lucidez mínima, un elemental sentido común y algún tipo de código ético aplicable a la vida cotidiana. El daño que incontestablemente causa a los más jóvenes resultará incurable a pesar de los denodados esfuerzos familiares y educativos que se apliquen, si no es con la condición previa de restringir o apagar la televisión actual.
El panorama matutino comienza en TVE, A3 y Tele5 con debates políticos de pesados “sabihondos contertulios”, preferentemente de Madrid, que sólo repiten las frases sacadas de contexto de los políticos nacionalistas, tanto de Euskadi como de Catalunya. Siguen insufribles programas del corazón, con las mil y una anécdotas irrelevantes de personajes anodinos que han sido encerrados en alguna casa de Somosierra o en algún corral de Kenia, además de la panda habitual de famosillos que viven del cotilleo de sus insignificantes “sucedidos”.
Los informativos, aparte del peculiar equilibrio y selección de lo “noticiable” que merecería un análisis y valoración extenso, son un escaparate de “periodistas populares”, que llegan a llenar toda la pantalla con su nombre y cara (dura). Hasta el propio McLuhan se sorprendería de que ahora el “mensaje es el periodista”, cuyo primer plano acerca hasta la menor arruga (Angels Barceló es el caso límite de lo que una mala realización puede perpetrar, porque no todos los días los poros faciales presentan su mejor imagen) o que es entrevistado por sus colegas en los debates en profundidad. Incluso los corresponsales “de provincias” aparecen en medio de la imagen, tapando el incidente del que supuestamente pretenden informar.
La tarde se llena con programas de entrevistas a “personas de la calle”, que sorprendentemente sólo presenta las miserias de caraduras de uno u otro género que se rejuntan en inimaginables fórmulas de seudo-convivencia, con mayoría de “gente que trabaja la noche” y todo tipo de esperpentos personales, familiares y sociales en pleno horario infantil de tarde-noche. El mensaje tácito que se transmite es que si quieres ser “famoso”, lo que parece ser el ideal de vida contemporánea, sólo has de ser más “anormal” que los ya bastante estrambóticos especimenes que se presentan como modelos ejemplares de nuestra era.
Las series de “producción propia” son muestras del paradigma preconizado, que es lo más marginal que se pueda imaginar: Un programa de “éxito” presenta una “modélica” comunidad de vecinos donde no existe una sola familia convencional. En pro de la tolerancia que nadie discute, tienen cabida toda suerte de “unidades familiares”… menos la familia “a secas”. Negando y renegando de la estadística más elemental, no aparece ni un solo matrimonio, con o sin hijos; únicamente algún resto de matrimonio liado con algún otro resto.
Una sociedad que se traga sin rechistar semejantes bodrios aderezados con anuncios de estúpidos productos, la mayoría de los cuales son absoluta y manifiestamente innecesarios, corre un riesgo cierto de acabar idiotizada, masificada y sin capacidad de reacción, lo que parece ser el objetivo último de tanta basura tele-distribuida.
La información que proviene de Internet es infinitamente más variada, complementaria, especializada y juiciosa que esta predominante bazofia televisiva, que ni entretiene, ni informa, y menos aún “forma”. La prensa escrita se recoge en hemerotecas y sus opiniones vienen debidamente firmadas, siendo mucho más plurales a pesar de la concentración de los “grandes grupos”. Consejo final: Si quieren ser más cultos, más honestos y más humanos, eviten toda forma y modalidad de televisión, con alguna insólita excepción como la información meteorológica, películas sin cortes o esos escasos espectáculos deportivos poco comentados.