Francis Bacon decía sobre la templanza: “La virtud de la prosperidad es la templanza; la de la adversidad es la fortaleza, que en moral es la virtud más heroica”. Si nos situamos en el epicentro de todos los problemas sociales que nos desbordan el ánimo en la actual situación mundial a lo largo de todo el planeta, sentimos la necesidad de resistir al oleaje de las ambiciones de los poderosos con esa fuerza de voluntad necesaria para infundir templanza a nuestras formas de vida. No es lo mismo pedir que los poderosos tengan compasión de los necesitados que pedir a los necesitados que tengan deseos de seguir viviendo. ¿Hasta dónde llega el límite de la resistencia?
Hay algo que todos conocemos como voluntad. Hesíodo dijo sobre ella lo siguiente:”Si añades un poco a lo poco y lo haces así con frecuencia, pronto llegará a ser mucho”. Y es entonces, cuando pensamos en las zozobras existenciales con las que nos quieren hundir de manera definitiva y totalitaria, el momento en que descubrimos que lo que necesitamos los seres humanos no es que nos tengan compasión sino que sepan hacernos justicia; porque la justicia social no es una limosna que tengamos que mendigar sino un derecho que va mucho más allá de lo que los poderosos creen que es una obligación. No es una obligación. Es mucho más que una obligación. La justicia social es la condición divina que sobrepasa los límites de los derechos humanos para convertirse en una especie de existencia a la cual no tenemos que renunciar nunca. Jamás.
Si Aristóteles dijo: “Lo mejor es salir de la vida como de una fiesta, ni sediento ni bebido”, es porque la templanza para vivir dignamente es esa obligación que no puede ser olvidada por nadie; que no puede ser apartada de la realidad diaria (por no decir histórica para que no me llamen soberbio), y que no puede ser arrinconada en el olvido. Sobre la voluntad fue Confucio quien dijo: “Se puede quitar a un general su ejército, pero no a un hombre su voluntad”. No quiero hablar de la voluntad para perdonar – que ya es sabido que pertenece a la sabiduría de nosotros los cristianos y las cristianas- sino a la obligación del compartir -que es otro gran valor de los cristianos y las cristianas que superan al simple hecho de perdonar- y entonces me pregunto: ¿Qué es compartir con los demás las enormes fortunas que algunos han acumulado abusando de los derechos humanos hasta convertirlos en jauría de avarientos?
No podemos seguir sobreviviendo como lobos esteparios a lo Hermann Hesse, ni tampoco podemos seguir siendo los personajes de una tragedia griega. La vida tiene que ser ese lugar donde todos y todas, sin excepción alguna, nos realicemos por el simple hecho de haber nacido con la esperanza de poder cumplir con nuestros sueños. ¿Quién les ha dado el poder a esos que arrebatan los sueños de millones y millones de seres humanos que están siendo arrojados al rincón de los desperdicios? ¿Vivimos los seres humanos como desechos por culpa de las ambiciones o tenemos la necesidad de ambicionar que podemos seguir soñando?
Templanza. La astuta palabra en boca de los jerifaltes. Voluntad. Necesaria condición que tenemos que desarrollar todos y todas -aun en contra de nuestra Fe- para poder llegar al punto exacto donde o todos nos construimos de nuevo o todos nos derrumbamos definitivamente. Vemos a enormes y numerosos grupos de personas deambulando por la Tierra como fantasmas del tiempo. Vemos a los jerifaltes, sea el lugar que sea, abrir sus bocas para devorar con sus palabrerías, nuestra esperanza humana mientras proclaman discursos llenos de promesas y van eliminando a los más desprotegidos. Vemos a los políticos del poder -sea el color que sea el de sus ideologías- aullar palabras populistas, engañar a quienes no tienen nada para desposeerles de lo poco que les queda (la dignidad) hasta convertirlos en objetos de uso como si los seres humanos hubiésemos venido a este mundo para ser algo así como papeles higiénicos con los cuales los poderosos -sean cuales sean sus ideologías- limpian sus falsas conciencias y después nos arrojan por la taza del water. Son los déspotas de siempre; los locuaces dictadores de las ideologías separatistas que nos hablan de libertad humana olvidando que ya les hemos visto demasiadas veces a ellos y a sus menejos dialécticos y que ya no creemos en esa dialéctica donde el único protagonismo que existe es el de ellos subidos a las tribunas públicas y exhortando a los pueblos para hundirlos en el fango de esas ideologías que, poco a poco, van destruyendo a miles y miles de seres humanos que luego -y pasa con todos los partidos igual- quedan abandonados mientras son víctimas sujetos a los caprichos de las dictaduras. Si la justicia social es dictadura (sea del color que sea) es que la justicia social no existe o todavía no la ha inventado nadie.
Templanza y voluntad. Dos palabras enigmáticas que están presentes en este subsistir de la sobrevivencia diaria de quienes van cayendo sin despertar la compasión de los atribularios fantasmas que se suben a las tribunas públicas para desplegar todos los encantos de sus cantos ardorosos mientas se llenan los bolsillos de lo que roban a quienes, creyendo en ellos, han quedado anulados y sin ninguna clase de conciencia propia. Escuchamos iracundos discursos incendiarios pero los fuegos que producen siempre queman, sea cual sea la ideología que los inician, la vida de los más abandonados.
Aprendiendo a desayunar con el pueblo se aprende a sentir como siente el pueblo. Y eso no es cuestión de discursos incendiarios sino la convicción de que los pueblos son los que necesitan la dignidad que les han usurpado en nombre de las ideologías mientras el hambre, la sed, la soledad, el abandono, el olvido y la injusticia se visten de discursos cotidianos y hay miles y miles de náufragos, cada día, por soñar y luego descubrir que sus sueños se los han arrebatado los de siempre, los poderosos que prefieren pasar a las páginas de la Historia de la Humanidad aunque, para ello, tengan que dejar en su camino a millones y millones de personas que un día creyeron en sus palabras hasta que se dieron cuenta de que eran “cantos de sirenas”; los cantos de todos esos que prometen reinventar la vida (como si Dios no la hubiese inventado ya) transformándola en una fabulosa aventura de libertad que, dicha sea la verdad, nis existe ni existirá mientras sigamos siendo esclavos de sus palabrerías.
No hablo ni de derechas ni de izquierdas. Ni tan siquiera hablo de centros democráticos o no tan democráticos. No hablo de una justicia social que ni existe ni ha existido jamás a lo largo de la Historia de la Humanidad. Solo hablo de la dignidad de todos. Solo hablo de la dignidad de todas. Quizás estoy hablando de una utopía. Pero es que la utopia es lo único que no nos pueden robar jamás. Y mientras escucho las soflamas de todos los poderosos subidos a las tribunas púplicas más o menos populistas y populacheras, apuro el café con leche para sentir que todavía permanezco. Quizás permanecer sea solamente estar siempre en ese inicio que nunca debemos olvidar aunque a ellos y a ellas se les llene la boca de panfletarias palabras. Como bien ha dicho Alberto Requena hoy, en “La Verdad”, cuando le han preguntado por sus enemigos (“debo tenerlos, pero no los conozco”) yo digo y afirmo que la mejor manera de seguir viviendo con templanza y voluntad es permanecer ajeno a todos esos enemigos. Y es que hay ya algunos que confunden a Ibaka con Ikea; porque este mundo se está convirtiendo en “la parranda” de los mil ladrones subidos en los estrados del poder. Si abres un Atlas y pones el dedo sobre cualquier país de la Tierra te das cuenta de que en todas partes pasa lo mismo. Y es que hoy nos aman menos que ayer. ¿Nos amarán más que mañana? Sólo Dios lo sabe.
A Dios gracias hoy no llueve. Quizás sea su voluntad que no nos ahoguemos definitivamente o quizás sea que con el calor todos somo un poco más de lo que queremos ser. Seres de sangre caliente para decir no a las injusticias. Pero una buena lluvia no nos vendría mal a nadie para poder ver si a los poderosos de la Tierra se les humedecen los ojos como si de verdad estuvieran llorando. Es por eso que cuando me hablan de justicia social y de libertad a mí me entra la risa para seguir resistiendo con un verdadero ejercicio de templanza y voluntad. Y por favor, a ver si no confunden las lágrimas con la verdadera felicidad de los seres humanos. Porque por lo que estamos viendo, los poderosos lo creen así.