“Toby es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos del azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”… así describiría Juan Ramón Jiménez a Toby si éste fuera un borriquillo; pero Toby no es Platero, Toby es un perrito blanco, dulce como el algodón de azúcar y suave como la fresca brisa del amanecer, al cual siempre le acompaña la alegría suelta cuando lo saco a pasear al Jardín de los Romanos. Toby no es Platero pero también es tierno y mimoso como un niño.
Toby llegó a casa hace ya un año y dos meses, en medio de los brazos de Carlita y con una especie de volar de mariposas blancas como él, rozando los rayos de un tímido sol de invierno. Llegaba en forma de cachorrillo con ganas de jugar… y nunca, hasta ahora, ha dejado de hacerlo. Para eso utiliza sus tres pequeños juguetes de plástico: una pelota blanca, un hueso verde y un burrito marrón (nieve,hierba y barro de la pletórica inconciencia naturtalista). Toby juega siempre y no hace más que soñar con paseos bajo la luz de los atardeceres.
Toby también husmea mis zapatos y me hace sonreír como un niño cuando corre a perseguir a las moscas. A Toby le gustan los yogures y es toda una fiesta ver cómo toma el tarro con sus patas delanteras y hunde su hocico blanco con punta azabache en el cremoso contenido… hasta que Toby se metamorfosea en crema él mismo y como crema me endulza los días cuando la fatiga del tiempo me hace descansar sobre su pelaje al cual acaricio lenta, lenta, lentamente… mientras él entorna sus ojos negros y encoje las orejas para dejar que mi mano resbale por su lomo sintiendo los arpegios musicales de su tersura.
Toby tiene ya un gran número de amigos pero los íntimos son Goofy, Simba, Sara y Zoe. Juntos forman el quinteto de las tardes de cielo azul… porque la luminosidad de sus coloridos (cada uno de ellos es de una raza distinta) los hermana en un azulado tornasol de pacífica serenata. Y cuando Toby corretea con ellos y me hace notar que es feliz… entonces yo retomo el camino del profundo silencio y me adentro en su alegría… hasta que le silbo suavemente y él, agradecido y mimoso como siempre, corre hacia mi y me trae alguna rama de avellano caída en los senderos del jardín mientras los otros vienen tras él a que yo les reparta las caricias que tanto le sobran a Toby.
Toby no es celoso. Deja que acaricie a sus amigos y amigas y luego me hace retornar a los mágicos ensueños de mi infancia porque contemplándole (siempre eterna retama de pleamares en el interno corazón) me siento embarcado en los tiempos infantiles del juego sin final. Y así, viéndole febrilmente activo y resistente en sus largas correrías, termino por decir de él lo que Juan Ramón Jiménez escribiría si fuese Platero: “Toby tiene acero, acero y plata de luna al mismo tiempo”.
Tu texto me recuerda que “animales” y “humanos” estamos mucho más cerca de lo que a veces creemos, somos animales y son humanos…, nos lo dicen sus conductas y emociones, los vínculos…
un abrazo (también para Toby)
Me gusta que retomes la figura de Platero como un arquetipo animal…y “rozando nuestra humana sensibilidad”. se nos espan las emociones en esta dimensuión humana.