Llevo un camión de reparto,
y entre reparto y reparto,
en mi vida voy pensando.
En los cincuenta ya estoy,
doce horas trabajando,
para poder hacer frente
a la hipoteca del banco.
Mi mujer y mis tres hijos
un calvario están pasando,
no nos llega con mi sueldo
y quizá me vaya al paro.
Todos los días igual,
con mi camión de reparto,
y entre reparto y reparto,
mi vida va agonizando.
Quienes sabemos de esa clase de dureza ¿humana? (lo pongo con interrogaciones a conciencia) te podemos comprender. Yo, entre mudanza y mudanza (obligado por la dureza ¿humana? de nuestros preclaros políticos y altos personajes de las finanzas, ministros incluídos, de cualquier color que te imagines) he aprendido a escribir algo más, un poco más cada vez que he tenido mudanza, quizás hasta un poco mejor… quien sabe si al final nuestras vidas no sean las que van a parar a la mar (como dijo el Marqués de Santillana) sino las que van a parar a la gloria. Y no creas que hablo de fastos y majestuosas famas, sino de esa grandeza llamada “resistencia por sobrevivir”… quizás… quizas hasta seamos capaces de encontrarnos con la eternidad por eso mismo… por haber llevado “repartos” por la vida hasta habernos convertido en existencia real. Ya ves como hasta un repartidor puede alcanzar la realeza de ser un ser extraordinario sin esperar a la muerte sino simplemente viviendo para escribir o escribiendo para vivir: que es, al fin y al cabo, como ir repartiendo letras (no de cambio por supuesto pues esas yo ya las olvidé) en camiones más o menos imaginarios. Un abrazo cordial.