Tengo solamente 11 años de edad y, en medio del aula de Don Forencio, estoy viendo pasar el tiempo tras los cristales del tercer piso de la escuela. He dejado atrás algunas poesías infantiles y algunas redacciones que me sirven para soltar ideas que vuelan más allá de los límites de las hojas de papel. Como molinos de viento lucho contra todo esto de las matemáticas exactas de los números. Las fórmulas que ansío elaborar no son de física ni de química sino de expresiones idiomáticas que me lleven hasta la Meta que existe dentro de mis sensaciones. Mis manos se están acostumbrado a sentir. Y siento que, en los momentos en que el tedio cotidiano da paso a la liberación de mis musas, mis manos fabrican argumentos salidos de mi realidad circundante y toda esa magia que añado a las circunstancias para convertirlas en sueños de conciencia literaria.
Este día, Don Florencio va a dar sus vaticinos. Elige a 3 alumnos. Para disgusto de mi padre y de mi madre no está, entre los elegidos, Emilín… pero soy ajeno a todo ello… porque Don Florencio sólo selecciona a Muriarte, a Adrados y a un servidor de ustedes para lo que Dios mande si puede ser. A Muriarte (que canta con voz atiplada “Marcelino pan y vino”) le pronostica que será cantante. A Adrados (que dibuja sus figuras a la manera más o menos madrileña) le pronostica que será pintor. A mí me ordena que me levante de la silla del pupitre escolar y, cuando ya estoy temiendo que me vuelva a lanzar un sermón o toda una bronca por no llevar los cuadernos de limpio, me sorprende con un ¡José, tú serás un gran escritor!. Y luego añade: ¡Si lo quieren reconocer o no lo quieren reconocer ni tu padre ni tu madre ni nadie de tu familia no importa porque no serás un gran escritor sino que ya eres un gran escritor!.
El disgusto en casa es enorme. Emilín, el que iba para genio según todos mis parientes y demás amigos de la familia, no puede creerlo ni quieren aceptarlo los demás, pero Don Florencio no es de los que se equivocan cuando exponen sus vaticinios basados en sus conocimientos que son grandes y variados como los propios temas literarios que empiezan a desarrollarse dentro de mis memorias. Esta misma noche, en el silencio del dormitorio y sin que se enteren mis otros tres hermanos varones, se lo cuento -feliz, alegre y contento- a mi Princesa que se pone más feliz, más alegre y más contenta que yo mismo. Esta noche he tenido insomnio porque he escrito un Poema a la Fantasía.