El escritor Jaime Fernández Garrido, de Ourense, narra en uno de sus libros una historia basada en un hecho totalmente verídico y real que, por la trascendencia que tuvo, se hizo noticia en el mundo entero. La historia real (aunque parezca ciencia ficción) es la siguiente:
“Era de noche. Una mujer permanecía de pie, sola en medio de un gran temporal de lluvia y frío, con su coche averiado en una de las carreteras del estado de Alabama, en los Estados Unidos. Completamente mojada, desesperada y casi enferma, esta mujer de raza negra hacía señales a los coches que pasaban para que pudieran socorrerla, pero parecía no importarle a nadie. Era al principio de los años 60. De repente, un joven blanco paró para ayudarla.
Daba la impresión de que a este joven no le importaban las ideas de segregación racial de aquella época, ni los conflictos que existían entre las razas. Él paró, buscó un mecánico, y un taxi para que la mujer pudiese volver a casa. Ella se marchó muy deprisa, sin decir ni una sola palabra… sólo anotó rápidamente la dirección del chico para agradecerle su ayuda. Siete días después, llamaron a la puerta de la casa del joven, y le entregaron un televisor en color bien grande con una nota que decía: “Te agradezco muchísimo que me hayas ayudado… estaba realmente desesperada, y tú apareciste. Con tu ayuda pude llegar a donde estaba mi marido antes de que él falleciese. Estaba muy mal y sabía que le quedaban muy pocas horas de vida. Dios te bendiga. Sinceramente, la señora de Nat King Cole”.
La historia dio la vuelta al mundo porque el esposo fallecido era nada más y nada menos que el entonces muy famoso y célebre cantante de raza negra Nat King Cole (famosísimo en el mundo entero en los años 50).
Paso ahora a mi siguiente reflexión: Todos tenemos un “ego”. Un “ego” que forma parte intrínseca de nuestra condición humana. Y es bueno alimentarlo bien y en su justa medida, porque para querer a los demás primero hay que quererse a sí mismo (con el equilibrio bien justo). Eso es, además, señal de buena autoestima.
El problema existe cuando el “ego” se dispara enormemente y se convierte en la enfermedad del egoísmo que consiste en no querer a nadie salvo a sí mismo. El egoísta, entre otros muchos problemas, se queda con un corazón vacío. Y de todos es sabido que un corazón vacío pesa mucho, demasiado, y produce intenso dolor haciendo del egoísta un ser infeliz.
Fue el mismísimo pintor de cuadros Vicent Van Gogh quien dijo en cierta ocasión: “Cuando más vivo, más me doy cuenta de que no hay nada más verdaderamente artísitico que amar a las gentes”. Sé artista tú también. Quiérete a ti pero ama también a los demás y nunca tendrás un corazón vacío, enormemnte pesado e imposible de soportar.
El joven blanco que ayudó a la esposa de Nat King Cole es un ejemplo vivo de falta de egoismo y corazón sano y ligero…