Tengo solamente 17 años de edad y los cuatro estamos todavía solteros. Es época no de fiebre de sábado noche sino de fiebre de domingo de madrugada. Siempre tenemos que madrugar para llegar a tiempo de poder jugar al tenis en la Casa de Campo. Todavía no hay instalaciones municipales pero existe ya una pista de cemento . Y a ella vamos con todos los bártulos en nuestras bolsas de deportes abultadas por el insomnio. Es necesario vencer a la pereza para no perecer en la desesperación de ver la pista de tenis ocupada por otros. Hoy ha sido un día de suerte y comenzamos a jugar…
Ante la estupefacción de los cuatro, una señorona de avanzada edad aparece con toda su “tropa” familiar, se siente en la mesa más cercana a la pista de tenis donde ya estamos jugando porque para eso es una pista de tenis y no cualquier otra cosa del dominio público, y ordena a una de sus hijas, de poco más o menos 10 años de edad, a que nos fastidie toda la mañana poniéndose a jugar dentro de la pista y expuesta, por la irracionalidad de la señorona que debe ser quizás su propia madre, a que le saltemos un ojo por culpa de alguno de nuestros pelotazos. La niña no hace ni caso ante las amables peticiones que le dirigimos para que haga el favor de irse a jugar a cualquiera de los miles de kilómetros cuadrados que tiene la Casa de Campo de Madrid y que nos deje jugar porque está en medio de una pista de tenis y además esa pista de tenis está ocupada por nosotros que, como es lógico, estamos jugando al tenis dentro de la pista de tenis que para eso la han contruido. Para jugar al tenis.
Ante el estupor de mis hermanos, me dirijo hacia donde se encuentra la señorona con toda su “tropa” familiar y le pido, cortés y amablemente, que le haga salir de la pista de tenis a su niñita malcriada. La respuesta de la muy señorona de cualquiera pero no mía, es que la niñita de sus amores puede hacer lo que le dé la gana porque resulta que la pista de tenis es un bien público y no sólo que la niñita de sus amores puede hacer lo que le de la gana en la pista de tenis sino que se van a poner a desayunar toda la tropa familiar suya porque para eso ella tiene un par de huevos.
Mis hermanos se quedan atónitos pero yo ni me corto ni voy a permitir que me corte nadie cuando llevo toda la razón; así que le explico, cortés y amablemente para no hacer el burro como ella está haciendo, que está bien que tenga un par de huevos y que ponga su par de huevos sobre la mesa pero que me diga qué le parece si yo, como la mesa es un bien público, me subo a la mesa y comienzo a llevar a cabo todo un zapateado flamenco sobre su par de huevos. Le pregunto a la señorona de quien sea menos de mí si le parece correcto, libre y democrático que haga yo eso con su par de huevos en una mesa que, aunque ya está ocupada por ella y toda su “tropa”, me da la real gana de zapatear flamencamente no sólo el par de huevos de la señorona sino todo lo que hayan dejado sobre la mesa porque es un bien público. Se queda tan cortada que baja la cabeza. No le pido humillación cerrril y dejar en mal lugar a toda su “tropa” sino racionalidad; porque le estoy explicando, cortés y amablemente, que si no ordena a la niñita de sus amores a que salga de la pista de tenis y nos deje seguir jugando hasta que terminemos nuestro partido de dobles no sólo se va a quedar sin su par de huevos sino que posiblemente tenga una hija tuerta para el resto de su vida por culpa de algún pelotazo que le demos, sin intención de hacerla daño, en alguno de sus ojos. La señorona de cualquiera pero no mía, por fin se da cuenta y entra en razón. Recoge su par de huevos, ordena a la niñita de sus amores a que salga de la pista de tenis y nos deje seguir jugando en paz y se marcha a otra de las muchísimas mesas públicas que hay por todos los lugares de la Casa de Campo de Madrid. Se marchan tan lejos de nosotros que perdemos de vista a toda la “tropa”, a la señorona de cualquiera pero no mía y a su par de huevos ante el asombro y la sorpresa de mis otros tres hermanos.
Yo no sé si aquella señorona de cualquiera pero no mía sigue teniendo un par de huevos o ha dejado ya de tener un par de huevos porque se ha puesto a dieta, pero lo que puedo afirmar y afirmo es que yo sigo teniendo un par de huevos. Lo que pasa es que a veces tengo hambre y a veces no tengo hambre.