Sarah, 30 años y aun mucho por vivir. Con tan solo 25 creía comerse el mundo. Ahora duda si llegará a los 31.
Muchos de nosotros dejamos todo para el mañana cuando ni siquiera sabemos cómo será ese mañana.
Al igual que Sarah, cuando la juventud despierta hasta el último poro de los cinco sentidos, en lo último en lo que pensamos es en que la vida puede tomar un giro repentino.
Ahora, tras cinco años de aquella euforia, Sarah decide escribir. Piensa que tal vez le sirva a alguien sus últimos discursos.
Sarah sufre de un cáncer terminal de páncreas que poco a poco se está apoderando de su vida. No entiende que es realmente aquello que hizo mal. Duda de la existencia divina y de sus milagros pero no vacila en reconocer que ante el miedo que intensamente padece, se ha visto tentada alguna vez en asistir a algún curandero. Pero tiene la total convicción de que si por un remoto casual dios existe, tan solo él tendrá el poder de decidir cuando a de partir.
Ve su pasado como de mil años atrás se tratase. Las ganas de salir de los fines de semana, ese gusanillo de cada vez que Lucas le telefoneaba a casa, la frustración por haber suspendido algún examen de Matemáticas ó la incertidumbre de cómo sería su futuro.
Apenas había podido llegar al altar con Lucas, sabía que ya nunca conocería el rostro de alguno de sus hijos y créeme si alguna vez te digo que prefirió ser cobarde y terminar radicalmente con su tortura.
Pero Sarah no quería que se le tratase de modo diferente, quería seguir siendo una más. Una más del montón como siembre había contado su autoestima desde su dulce y tímida voz. Sabía que no quería dar su último adiós en la habitación de un hospital ni que lo último que viesen sus ojos fuese a sus s seres queridos llorar.
No, Sarah siempre había sido libre y entendía perfectamente que esa era la única forma de marcharse.
Había decidido abandonar su hogar sin decir nada. Tan solo escribiría una carta y la dejaría sobre la mesilla de noche. Viajaría hacia algún pueblo costero, se sentaría a orillas del mar y esperaría a que llegase el momento. Pero Sarah no pensó en lo egoísta que podría llegar a ser de haberlo hecho de esa forma. No sabía si el miedo se apoderaría de ella y moriría en el débil amago por coger el teléfono.
Solo sabía que en medio de sus últimos días le faltaba coraje.
Ahora, en su habitación muda, mientras escribe, se vuelve a preguntar por aquello que le habría dicho a sus seres queridos. Pensó en todas las oportunidades perdidas a lo largo de su efímera vida. Pero… ¿acaso ahora le serviría de algo todo aquello?
Recuerda que cuando recibió la noticia dudó si contárselo a alguien. Abrió exhausta la puerta del salón, y con un rostro pálido y ojos inmóviles miro a todo sus alrededor, después al sofá, después al techo y de nuevo al frente víctima de un inquietante silencio que muy lejos estaba de cualquier explicación a lo que en aquel momento le estaba sucediendo. Finalmente, Sarah, dejó caer su flaco cuerpo sobre la alfombra hasta caer dormida y despertar de nuevo en la misma pesadilla.
La asimilación tardó mucho en llegar, y la decisión por decírselo a sus familiares tanto que…probablemente aun no lo haya hecho.
Sarah camina horas y horas enteras, incluso…continua con su trabajo en la actualidad.pero no podrá llegar muy lejos con su mentira. A de ser valiente…pero por qué y para que adelantar el sufrimiento a sus seres queridos.
Piensa que la muerte para el que se va no existe porque cuando esta llega pasas directamente a otra vida. Si, lo cierto es que ella siempre había creído en la reencarnación y en eso que los monjes tibetanos contaban sobre el Karma. Ahora entendía que realmente no sabía absolutamente nada. Que le encantaría tener la total convicción del ayer.
Siempre oyó preguntar a la gente sobre eso de… ¿Qué harías si supieses que te queda poco tiempo de vida? Unos contestaban que se darían el viaje de su vida, otros que vivirían como marajás, pero… ¿qué le estaba sucediendo a ella? ¿Por qué no optaba por hacer lo mismo?
Millones de dudas asistían a su encuentro, el desconcierto crecía por momentos. No sabía realmente cual sería su última misión en la vida.
Probablemente por eso decidió escribir una carta bastante parecida a esta, una carta que hiciese entender a la gente que nunca, nunca sabremos del tiempo del que disponemos. Que hay que sentir la vida con toda la fuerza del mundo, agarrar cada momento como si fuese el último y decir adiós cuando sientas que has de decirlo por que así lo dicta tu corazón.
Hacer ver a la gente que uno es joven hasta que decide dejar de serlo, no hasta que las primeras canas comienzan a salir. La juventud va más allá de todo eso.
Que los obstáculos son aquellos que cada cual se pone y probablemente nos pasamos toda una vida dudando de nuestra capacidad como seres humanos.
A mí personalmente, me encantaría que jamás a nadie le pasara lo que a Sarah, que la medicina avance tanto que el cáncer pasara a ser una enfermedad más. Ojalá.
Y como Sarah montones de personas se encuentran un día de golpe cara a cara con la muerte. A algunos les da tiempo a pensar en cómo pasar sus últimas horas pero a otros les sorprende un día haciendo footing o simplemente viendo la televisión.
Me gustaría que este mal tan grande como es el cáncer haga a entrar a muchas otras personas que cuentan con el don de la salud. Algunos hasta cuentan con salud y amor pero a pesar de ello nunca es suficiente para ellos.
Me gustaría hablar por Sarah, porque sus manos son incapaces de sostener la pluma, y no solo por Sarah si no por todos aquellos que ya no están entre nosotros.
Y es que muchas veces no queremos ver la realidad, nos alejamos de las cosas que nos parecen tristes o demasiado serias, no nos gusta llorar así como así.
Créeme, no es intención mía el verte triste mientras lees esto, pero si como bien dije antes hacer entrar en razón de que la vida hay que vivirla, que hay que amar, reír, llorar, callar…y dar un abrazo fuerte cada vez que uno lo necesite.
Porque al final no somos más que tierra, cenizas, polvo…que más da. En muchos, muchos años quizás ya nadie vuelva a hablar de nosotros.
¿Merece la pena tanta melancolía diaria, tanta frustración por aquello que nunca hemos llegado a tener? no…una y mil veces no.
Os puedo asegurar que esta es la mejor lección que un ser humano como Sarah me ha podido dar.
La mejor lección de la vida.
Sí, es una buena lección, lástima que haya sido de esa manera. Hay que vivir lo más intensamente que podamos y ser más optimistas, dejarnos de tantas preocupaciones, tantos miedos, porque día que vá no vuelve y parece que no queremos darnos cuenta de ello. No sé si habrá vida después de ésta vida, reencarnación o simplemente volveremos al polvo de donde dicen que venimos, por ello, vivamos haciendo haciendo el bién y disfrutando con los pequeños momentos, que ahí está el tic de la vida, los pequeños momentos. Un abrazo. Alaia
Siempre pensamos en lo que haríamos si nso dijeran que nos quedan pocos dias de vida. Personalmente no se lo diría a mi familia hasta última hora por no verlos sufrir. Me dedicaría a decir a mis allegados y amistades lo mucho que les quiero. Eso es algo que a veces hago, pienso que el día que vivo hoy puede ser el último de mi vida y lo aprovecho. He llegado a esta conclusión a base de cumplir años, antes no lo pensaba siquiera.
El ejemplo de Sarah es digno de tener en cuenta y de admirar.
Un beso y gracias por hacerme pensar.