Es invierno, hace frío. La calle está casi muerta y he transitado por ella un poco temeroso. Llevo un par de minutos charlando, aún no arreglo nada. Yo, por protocolo, trato de hacer la conversación más cálida y más larga; pero la puta insiste, le urge coger pues tiene hambre más que frío. Calmo sus ánimos con una estúpida promesa: “si lo haces todo ‘normal’, te llevaré a comer pizza; pero si me sorprendes gratamente, incluso dormirás en mi cama”.
“¿Alguna vez has estado enamorada?” Ella me mira y sonríe dulcemente con una sonrisa que no es la de la puta que hace rato divisé en la esquina (ahora puedo verla completa, incluso respetarla; veo su cuerpo y su mirada; perfecto el uno, triste la otra). Le devuelvo el gesto con un guiño del ojo derecho. Caminamos, le chillan las tripas. Le comunico: “cambio de planes, vamos primero a comer, no puedo coger con el estómago vacío”. Con gran alegría recibe la noticia, me abraza y, en su furor, su boca roza la mía. Le ciño por el esbelto talle y la dirijo a un restaurante, donde un mozo amable nos atiende sin dejar de mirarle. “Pide lo que quieras y no olvides ser una dama”. Doy mi orden, ella la suya y comemos entre silencios y miradas. Satisfechos, decidimos irnos; pago la cuenta, salimos.
Decido llevarla a caminar por el parque solitario frente a mi casa. “Ahora charlemos como lo hacen las parejas, no importa de que, sólo habla”. Asiente, pero debemos sentarnos, dice, pues le apetece hacerlo cara a cara. “Mira, mi banca favorita, desde aquí suelo ver a las muchachas cuando pasan mientras finjo leer el diario”. Así comenzamos una floja charla que interesa sólo al referirme sus conocimientos sobre literatura, algunos escritores poco conocidos pero de pluma maestra. Se llega la noche y continuamos con nuestra plática que a este nivel se ha vuelto un galimatías literario. Comienza a arreciar el viento y el frío. “Vamos, continuemos con esta obra digna de un Pirandello, que mi cama espera y mi cuerpo también”. Cruzamos la avenida sin peligro alguno, pues ni un solo automóvil circula hoy por aquí. Mientras abro la puerta, la veo inquieta, como si estuviera nerviosa. Espera, ¿una puta nerviosa? Imposible. Ya demasiado involucrados en esta farsa, nos miramos, abrazamos y besamos. Entramos tomados de la mano…
Sinceramente… tratar con tanta serenidad y humanismo a una figura femenina que rueda por el abismo es realmente digno de aplauso. Tu relato me llena de recuerdo. En Madrid. Noche oscura. Llueve. Le regalo una rosa roja a una puta que está involucrada en el círculo de las avenidas… Tu relato me emociona y me hace recordar. !Gracias por ello y por lo bien expuesto el tema!.