María Molina de Segura y De la Fuente abrió los ojos. La luz de la mañana le hizo parpadear durante veinte segundos. Ahora intentaba saber dóde se encontraba y qué hacía allí. Sólo podía recordar que la noche anterior había conocido a Pedro Laín Gago García de la Concha y que había tomado unas cuantas copas con él en la discoteca “Cerebro”; pero su cerebro era, en estos momentos, un laberinto cretense de imágenes borrosas e inconexas. Solamente una frase se le había quedado grabada de manera fija y persistente…
– Eres la mujer más atrayente que he conocido en mi vida.
Aquello de ser la mujer más atrayente para un total desconocido era lo que no podía comprender porque, que ella recordara y supiera, en “Cerebro” no hablaron de ningún tema de carácter personal o íntimo.
– No recuerdo nada, no comprendo nada… -musitó para sus adentros.
Intentaba recordar los rasgos físicos de aquel hombre desconocido con quien había estado hablando y tomando copas la noche anterior en la discoteca “Cerebro”. Se levantó cubriéndose con una bata que encontró tirada en el suelo, junto a la cama, y se dirigió al espejo.
– ¿Esa soy yo?
Descubrió que era mucho más guapa de rostro y que tenía un cuerpo mucho más atractivo de lo que ella misma había pensado…
– Por más que me concentro no puedo recordar… pero no tengo ninguna clase de miedo porque soy una mujer del siglo XX y vivo en Madrid.
Abrió el cajón superior del velador y encontró una nota escrita a mano. Leyó pausadamente y controlando el ritmo de las palpitaciones de su corazón.
– “Acude a la Puerta del Sol cuando sean las doce del mediodía en punto. No te retrases. Te estaré esperando. No te vas a arrepentir”.
Ella ya estaba arrepentida de aquella situación tan anómala. Quiso pensar que aquello sólo era un mal sueño; sin embargo la realidad era incuestionable y no había lugar para ninguna clase de dudas. Se encontraba en la habitación de un hotel y no sabía nada más de aquel asunto. La frase volvió a resonar dentro de su cerebro.
– Eres la mujer más atrayente que he conocido en mi vida.
Ni tan siquiera intentando reconocer la voz que lo había dicho podía sacarla de aquella confusión. Lo mejor era no hacer caso de la nota que, por supuesto, no venía firmada por nadie y podía haber sido escrita por un hombre o por una mujer. Quizás todo aquello era algún asunto misterioso que, aunque ella no lo podía entender ni comprender, le estaba rodeando con sus tentáculos. Se imaginó agarrada por un pulpo monstruoso y le entraron ganas de gritar pero, sin embargo, sólo pudo exclamar en voz muy baja…
– Si me están intentando volver loca no lo voy a permitir. No tengo ninguna clase de miedo porque repito que soy una mujer del siglo XX y vivo en Madrid.
Decidió entrar en la ducha y darse un baño que le pudiera despejar aquella especie de somnolencia mental que le impedía recordar lo sucedido después de haber tomado copas con el extraño Pedro Laín Gago García de la Concha, del cual sólo sabía que le había jurado que era marqués. Marqués de Lozoya o algo parecido. Quizás Marqués de Lozoya, o Marqués de Saboya, o Marqués de Goya, o cualquier otro marquesado terminado en Oya. ¿Marqués de La Joya? Imposible acertar con total precisión. Estaba segura de que el baño le haría despejar su mente y recordar. Así que se quitó la bata y se introdujo en la ducha cerrando la puerta metálica con el pestillo.
Fue entonces, mientras el baño le estaba haciendo clarificar sus ideas, cuando escuchó el ruido. Era como si alguien, en zapatillas, estuviera andando dentro de la habitación. Alguien que, por pura deducción lógica, estaba buscando alguna cosa que ella no podía recordar. Cerró el grifo del agua y decidió guardar silencio y permanecer alerta por si aquella persona, hombre o mujer, decidiera forzar la puerta metálica del baño. Estaba dispuesta a defenderse, con todas sus energías, concentrando su mente como había aprendido en las clases de artes marciales a las que había acudido y donde había aprendido tanto de Moll Peces. ¿Qué habría sido de Moll Peces y los demás chicos y chicas del gimnasio? Intentaba solamente concentrarse en eso para evitar pensar en lo que estaba viviendo. Sin embargo aquella persona, hombre o mujer, no había hecho ninguna intención de forzar la puerta de la ducha. No sucedió nada de lo que estaba temiendo y, pocos minutos depués, el ruido de las zapatillas se perdía por el largo pasillo.
Ella se puso la bata y salió de la ducha. Se dirigió hacia el velador. Alguien había estado buscando algo en los cajones. Y, efectivamente, la nota escrita había desaparecido. ¿Qué era todo aquello? ¿Qué significado podría tener que aquel extraño personaje, hombre o mujer, le escribiera una nota para luego llevársela a escondidas? No le hizo ninguna gracia aquel asunto pero pudo memorizarla…
– “Acude a la Puerta del Sol cuando sean las doce del mediodía en punto. No te retrases. Te estaré esperando. No te vas a arrepentir”.
¿En la Puerta del Sol? ¿En qué lugar de la Puerta del Sol? Supuso que quien la había citado allí estaría bien atento o bien atenta, fuese hombre o fuese mujer, para encontrarla a ella. En realidad era tan guapa de rostro y tenía un cuerpo tan atractivo que cualquiera que la hubiera visto alguna vez no la podría olvidar jamás. Así que, ya que estaba en el hotel y que el dinero no había desaparecido de su bolso, decidió bajar al restaurante y desayunar tras vestirse de manera adecuada para acudir a una cita personal. Sabía que era imposible que pasara desapercibida para los demás pero lo intentaría porque quería evitar perder la concentración en aquel misterioso asunto.
– Está bien, me concentraré lo suficiente como para no aparentar que estoy más nerviosa que una cordera a punto de ser degollada viva -volvió a musitar para sus adentros.
Aquella imagen de cordera a punto de ser degollada viva la hizo temblar desde la cabeza hasta los pies así que, después de vestirse terriblemente sexy, sacó un cigarrillo de su bolso, lo encendió y empezó a pensar mientras fumaba…
El ruido de las zapatillas alejándose por el pasillo la hizo despertar de su ensimismamiento…
– ¿Quién anda ahí?
Pero no se atrevió a salir al pasillo no por miedo sino por precaución. Si alguien la estaba buscando y si alguien la estaba vigilando, ambas cosas a la vez, es que debería haber algún motivo lo suficientemente serio e importante como para enfrentar aquello con total naturalidad. Pensando de esta manera, apagó el cigarrillo en el cenicero una vez que el ruido de las zapatillas había cesado por completo. Entonces, al descubrir la fosforera publicitaria de del hotel, supo que se encontraba en el Capitol de Madrid. Después se levantó, abrió la puerta, miró hacia ambos lados del largo pasillo y decidió ya bajar a desayunar cuando descubrió la llave puesta en la parte exterior del pomo y, al mirar de frente, supo que el número de la habitación era el 365. La mente de María, siempre tan dada a pensar super aventuras imaginarias desde que era solamente una niña, giró en torno a aquel 365. ¿Era posible que el número de la habitación era el 365 por simple casualidad o tenía algún significado oculto? Ella era de las personas que no creían en las casualidades cuando se unían varias cuestiones misteriosas como las que estaba viviendo. Podría ser, y así se lo imaginó ella, que aquel número 365, los días de un año normal, era una especie de clave… algo así como si alguien le estuviera haciendo saber que hacía exactamente un año habría sucedido algún acontecimiento extraordinario. Pero por más que pensó y dio vueltas a su memoria no recordó nada interesante que hubiese sucedido hacía exactamente un año. Como no podía descubrir lo que era se decidió, ya valientemente, a bajar al restaurante del Hotel Capitol de Madrid para desayunar ajena a todo lo demás y a todos los demás. Esta era su clásica costumbre de reaccionar cuando algo no lo comprendía del todo. Y así iba pensando mientras caminaba despacio, presta a defenderse si alguien, hombre o mujer, aparecía frente a ella con un cuchillo en la mano.
– Dios mío, qué tonterías estoy pensando -habló para ella misma cuando una pareja de ancianos la dejaron el paso libre mirándola con sorpresa al escucharla razonar a solas.
Cuando María Molina de Segura y De la Fuente entró en el restaurante del Hotel Capitol de Madrid, se dio cuenta de que todos los hombres y mujeres que ya se encontraban allí la miraron con admiración pero ella no le dio importancia al asunto y se sentó ante una de las mesas del último rincón. Se le acercó un camarero y le pidió un desayuno de la casa mientras que, de manera silenciosa, un joven muy atractivo entró en el restaurante, miró para todos los lados y fue a sentarse ante a la mesa que estaba al lado de la suya.
– Buenos días, señorita.
– Oiga, joven… ¿cómo sabe que yo estoy soltera?
– Por intuición.
– Debe ser por algo más que por intuición.
– Digamos entonces que por pura deducción.
– ¿Pura deducción? ¿Qué clase de deducción es esa en términos comprensibles?
– Aunque soy todavía muy joven he aprendido a leer en los rostros humanos. El suyo es tan dulce y bonito, además de atractivo y agradable, que es imposible que usted está ya casada.
– Nunca había yo escuchado jamás una definición de tal manera. ¿De verdad crees que estoy soltera?
– ¿Puedo sentarme a tu lado? Perdona que te tutee pero tú eres todavía algo más joven que yo. Quizás podamos tener una charla muy interesante.
Como el joven, además de atractivo y agradable, parecía interesante y no como la gran mayoría de jóvenes que había conocido, no puso reparo alguno.
– Desayunemos juntos, por favor, pero no soporto a los machistas…
– ¿Tú crees que yo soy un machista porque admiro la belleza femenina?
– Mirándote bien a los ojos se da una cuenta de que no.
El joven se cambió de mesa y se sentó frente a ella.
– Te repito, a pesar de todo, que no puedo soportar a los machistas…
– Te repito que yo no lo soy. Tal vez vayas tan bien vestida y arreglada porque tienes alguna cita con uno de esos machistas a los que no puedes soportar.
Sintió como si la hubiesen abofeteado. Aquel joven parecía conocerla mucho mejor que ella a sí misma.
– Está bien, si tú lo prefieres de esa manera no hay ningún inconveniente en deducir que es cierto.
– Pero como resulta que yo no soy igual que ellos no existe ningún peligro conmigo.
Aquella salida la hizo sonreír mientras dudaba en descubrir si aquel joven tan atractivo y de sonrisa tan agradable era verdaderamente un hombre normal o quizás era uno de esos muchos pícaros buscones de la ciudad de Madrid que siempre sacan tajada de cualquier oportunidad que se le pone a tiro.
– No pienses eso de mí…
– ¿Es posible que hayas podido leer mi pensamiento?
– Te repito que he aprendido a leer en los rostros humanos. Es la mejor manera de saber lo que piensan de mí.
– Entonces… ¿puedo saber cómo te llamas? Todavía me eres un completo desconocido.
– ¿Crees que puede existir la suficiente confianza entre nosotros dos para que lo sepas?
– Supongo que sí.
– No intento ganarme tu confianza sino solamente tu interés.
Ella volvió a pensar que podría ser demasiado engreído al hablar de esa manera.
– No, amiga, no es eso. Me llamo Ángel.
– ¿Solamente Ángel?
– Solamente Ángel.
El joven le tendió su mano derecha y cuando ella la estrechó con la suya sintió una profunda corriente de calor muy agradable que le recorrió por todo su cuerpo.
– ¿De verdad solamente eres un Ángel?
– De verdad que solamente soy un Ángel cualquiera.
– ¿Qué clase de Ángel?
– Uno de barrio humilde nada más. Por eso quizás no te interese hablar conmigo ni mucho menos tener mi amistad. Si quieres me voy.
El joven hizo ademán de levantarse pero ella volvió a sujetarle la mano.
– No te vayas. Yo me llamo María.
– No me digas más. Seguro que no eres madrileña.
– ¿Por qué deduces eso?
– Porque si fueses madrileña no mirarías todo lo que te rodea como si fuese la primera vez que lo ves.
– Imposible que, en tan pocos minutos que me conoces, sepas capaz de notar todas esas sensaciones que siento.
El separó su mano de ella y se sentó con mayor comodidad…
– Las sensaciones se pueden transmitir simplemente con rozar la piel de otro ser humano incluso aunque sólo sea con la imaginación y por pura y sana fantasía.
– !Oye! ¿No vas demasiado deprisa?
– Me refiero solamente a poder haber tenido la oportunidad de sentir tu mano en la mía. Lo demás sólo son suposiciones tuyas pero ajenas a mis verdaderos intereses.
– ¿A qué te dedicas? Me está entrando la curiosidad por saber quién eres de verdad.
– En verdad. Se debe decir en verdad.
– En verdad o de verdad… ¿a qué te dedicas?
En aquel momento la conversación quedó cortada cuando apareció el camarero. Acudió con los dos desayunos de la casa y ambos guardaron silencio intentando interpretarse de manera mutua con las miradas. Fue él quien rompió la tensión cuando el camarero les volvió a dejar a solas.
– En verdad me dedico a buscar oportunidades…
A María fue como si se le derribase todo un castillo de naipes. Ahora resultaba que aquel joven tan atractivo y de sonrisa tan agradable sólo era uno de esos pillos que, sacando provecho de la ingenuidad de jovencitas tan guapas y atractivas como ella con un par de frases más o menos interesantes, buscaban la oportunidad de vivir a costa de ellas bebiendo y comiendo gratis.
– Tampoco es eso…
– Pero… ¿se puede saber cómo descubres lo que pienso?
– Porque dudas.
– ¿Y tú? ¿No dudas tú acerca de mi persona?
– Pues no. Si dudase de ti no me habría acercado tanto. Me hubiese limitado a observarte de lejos nada más.
Ella volvió a sentirse cómoda con él y se decidió a atacar de frente…
– ¿Conoces a un tal Pedro Laín Gago García de la Concha?
– No creo que nadie se llame así.
– Entonces… ¿me han dado un nombre falso?
– Lo de Pedro puede ser verdad pero te han dado unos apellidos completamente falsos. Conozco aun tal Pedro Ladrón de Vergara Gangotena y quizás sea él.
– ¿Y quién me dice a mí que no eres tú mismo?
La conversación comenzaba a ponerse tensa entre los dos.
– Si yo fuera Ladrón no estaría aquí hablando contigo. Sería demasidado estúpido asaltarte delante de tanto público. Aprovecharía mi oportunidad en alguna callejuela estrecha y por la noche.
– Eso no me lo creo. Me han dicho que los mejores ladrones son los que actúan directamente y de frente a sus posibles víctimas sin importarle que haya gente o no haya gente.
– Te voy a contar algo muy personal. A mí no me interesa para nada la gente pero respeto a las personas y aquí estamos rodeados de personas y no de gente. Por eso no buscaría un lugar como éste para darte un atraco.
– No es nada contra ti pero sigo teniendo dudas. Eres demasiado noble y sincero como para ser cierto.
– ¿Se puede saber por qué estás tanto a la defensiva? Te afirmo que yo no soy Ladrón.
– Como comprenderás no puedo actuar de otra manera ante un desconocido que, de repente, entra en mi vida como si me conociera desde siempre aunque es la primera vez que yo le veo en mi vida.
– Pues no hiciste lo mismo con ese tal Pedro…
Ella sintió unas ganas enormes de abofetarle pero decidió mantener la calma y seguir hablando con serenidad.
– ¿Conoces bien todo Madrid?
– Me he criado siempre en esta ciudad y no tiene secretos para mí. Conozco lo suficiente para poder moverme por cualquier barrio de ella, sea cual sea el barrio y sean como sean la clase de los que viven en cada barrio.
-Me refiero a las personas y no a las gentes. A mí sólo me atraen las personas… educadas y con cultura por supuesto…
– Esas son también mis preferencias pero tengo que vivir también entre las gentes quizás por haber nacido y haberme criado muy cerca de ellas. Tú has debido tener mucha más fortuna. que yo y que todos los que son solamente gentes.
– Entonces… ¿puedo hacerte una pregunta muy personal?
– Soy Ángel.
– No. No me refiero a ti.
– ¿De quién tienes miedo?
– ¿Como puedes saber que tengo miedo?
– Porque si sospechas de mí es porque tienes miedo de alguien y hasta es posible que sigas pensando que soy yo.
María quedó, por unos segundos, dudando… pero se atrevió…
– ¿Qué sucedió en Madrid hace exactamente un año?
– Alguien robó algo muy valioso.
Ella no recordaba nada de dicho robo pero siguió preguntando intentando hilvanar algo que tuviese sentido…
– ¿Quién es un tal Marqués de Lozoya, o Marqués de Saboya, o Marqués de Goya, o quizás Marques de La Joya?
El joven se levantó de su asiento…
– Ese es el problema.
Le tendió su mano derecha como señal de despedida, el agradable calor volvió a recorrer todo el cuerpo de ella por unos breves segundos y después Ángel sacó un billete de mil que dejó sobre la mesa.
– Para que no sigas creyendo que yo soy un Ladrón que asalta a jovencitas muy guapas y con cuerpos tan atractivos que a veces se meten en complicaciones y jaleos peligrosos sin darse ni cuenta de lo que hacen yo pago los dos desayunos completos y si nos volvemos a ver ya tendrás la oportunidad de devolverme lo que sobre.
– Pero…
– Adiós, María. No le digas absolutamente a nadie que me has conocido ni que has hablado conmigo.
Y el joven desapareció de la misma manera en que había aparecido en la vida de ella.
– ¿Le sucede algo, señorita? -era el camarero.
– Nada. ¿Por qué?
– Tengo que decirla que está usted detenida.
– ¿Detenida? ¿Por qué estoy yo detenida?
– ¡Jajaja! No me refiero a que la estoy deteniendo por alguna fechoría cometida por usted, sino que hace ya unos largos minutos que no reacciona.
Entonces ella volvió a la realidad y cogió el billete.
– Cóbrese los dos desayunos y deme todo el vuelto completo.
– ¡No pensará que yo soy un ladrón!
– Mirando de frente a las personas se descubren muchas cosas interesantes de ellas.
El camarero, abochornado y para evitar que los demás se enteraran de la conversación, cogió el billete que le tendía María, se marchó y, a los pocos segundos, volvió con el cambio completo.
– Perdone usted, pero es dinero ajeno…
– Demasiada sinceridad, señorita.
– Demasiada verdad, caballero.
María introdujo todo el dinero en su bolso, se levantó de la silla y, ante las miradas expectantes de todos los comensales, salió decididamente a la calle.
Anduvo un par de horas por los comercios de la Gran Vía de Madrid, hizo alguna que otra pequeña compra de artículos de belleza femenina, entró en el edificio de la Telefónica, consultó la Guía de Madrid y se dirigió, por último, hacia la Puerta del Sol donde quedó aguardando en la puerta de “La Mallorquina” hasta que se le acercó un hombre de ya muy avanzada edad pero muy pulcro en su vestir.
– ¡Hola, María! Veo que eres puntual. ¿No me das un beso?
– ¿Quién es usted? ¡Me está confundiendo con una cualquiera! ¡Yo no doy besos a nigún desconocido!
– En “Cerebro” no fuiste tan retraída…
Ella se dio cuenta de que estaba ante Pedro, pero quiso confirmarlo.
– ¿Usted es Pedro?
– Exacto, preciosa, soy Pedro y dejaste una huella imborrable en mi corazón.
– Demasiado irónico para ser verdad.
– Soy Pedro. Te juro que soy Pedro.
– Pero usted no se llama Pedro Laín Gago García de la Concha.
– ¿Cómo sabes eso, muñeca?
– He consultado la Guía Telefónica de Madrid.
– ¿Y quién te ha dicho a ti, bombón, que yo soy madrileño o que vivo en Madrid?
– Su forma de hablar…
– ¿Qué sucede con mi forma de hablar?
– Ahora me doy cuenta de que tiene un fuerte acento catalán.
– ¿Ahora te das cuenta de eso o estás jugando conmigo?
– He estado toda la mañana intentando descubrirlo pero ahora ya sé que es usted catalán.
– Está bien. De acuerdo. Soy catalán aunque vivo en Madrid. Tú tampoco eres madrileña.
– Soy de Andalucía aunque vivo en Madrid. Pero no me aprovecho de los ingenuos.
El hombre pensó que era demasiado arriesgado seguir hablando con ella delante de tanto bullicio de personas a su alrededor.
– ¿Te apetece un vermú como aperitivo antes de comer?
– Me encanta tomar un vermú antes de comer pero… ¿quién le ha dicho que yo estoy deseando comer con usted?
– No te hagas ahora la interesante. Te dije que si acudías a esta cita no te ibas a arrepentir.
– ¡La nota! ¡Ah sí, la nota! ¡Se me estaba olvidando! ¿La escribió usted mismo?
– ¿Por qué lo dudas?
– Parecía letra de mujer.
– Yo soy así de interesante…
Apoyado en la barandilla de hierro del Metro de la Puerta del Sol, junto al quiosco de prensa, alguien ocultaba su rostro tras un periódico, mientras María y Pedro seguían hablando…
– De verdad que parece muy interesante…
– Entonces te invito a la Cafetería Niza porque tú y yo tenemos que hablar. Después veremos si comemos juntos o no.
– ¡Así que fue usted quien me llevó al Hotel Capitol y dejó la nota escrita en el primer cajón del velador!
– Exacto. Fue muy fácil pero no te preocupes por eso porque no tuvimos ningún contacto sexual en la cama.
– Acepto su invitación pero espero que me aclare todo este asunto.
– Eso depende solamente de ti, guapa.
A María le molestaba mucho todo aquello de guapa, preciosa, muñeca y otros adjetivos calificativos de carácter más bien machista, pero se contuvo…
– ¿Solamente de mí?
– Sí. No hay nadie más.
– De verdad que no entiendo nada.
– Escucha, nena, aquí no es el lugar adecuado para explicártelo.
– ¿Tiene usted miedo de la gente?
– No es eso… pero en la Cafetería Niza estoy seguro de que lo entenderás todo por el bien de los dos, muñeca.
Ella ya estaba harta de todos aquellos adjetivos calificativos que él le dedicaba como si fuera un gángster de película o tomando la pose de un Humphrey Bogard ante una de sus conquistas femeninas y no se aguantó por más tiempo…
– ¿Podría usted hacer un esfuerzo humano y dejar de hablar conmigo como si yo fuera una niña pija en lugar de una joven mujer que de pija no tiene ni el nombre?
– Acepto esa reclamación. La trataré como a una dama pero vámonos ya de aquí.
– ¿Es que estamos en peligro?
– Puede ser que sí o puede ser que no…
– De verdad que es usted más misterioso que Al Pacino haciendo de Padrino.
– Jajaja. Confía en mí. No te va a suceder nada malo mientras yo te esté protegiendo.
Iba a decirle que ya era el segundo hombre que se ofrecía a protegerla esa mañana pero pensó en que Ángel la había advertido de que no dijera a nadie que le había conocido o que había estado hablando con él; así que decidió guardar silencio mientras caminaban.
– ¿Quieres un cigarrillo?
– Bueno… pero no estoy nerviosa…
– Pues yo creo que estás demasiado pensativa. ¿Estás queriendo ocultarme algo?
Pedro sacó el paquete de cigarrillos, le ofreció uno a ella y luego se lo encendió antes de hacerlo con el suyo.
– Madrid es una gran ciudad, preciosa.
– Le repito que sobran los adjetivos calificativos cuando se dicen sin sentirlos, Don Pedro.
– Se me escapó sin querer… jejeje… pero Madrid es una gran ciudad…
– Una gran ciudad… ¿para qué?
– Digamos que, por ejemplo, para hacer fortuna.
Ella observó que los cigarrillos que estaban fumando eran, efectivamente, dos “fortunas”.
– Eso es del todo normal.
– Y todo será normal si eres sincera conmigo. Te repito que mientras yo esté a tu lado y tú estés al lado mío nada dañino te puede suceder.
– ¿Otro Ángel salvador?
– ¿Cómo has dicho?
María dio gracias al cielo al descubrir que él no lo había escuchado con claridad.
– Sólo estaba pensando…
– No pienses tanto, chavala, no pienses tanto. Lo importante, ahora, es no pensar mucho sino ser prácticos y entrar en acción.
– ¿Qué tengo que hacer?
– Dentro de la cafetería te lo cuento aunque creo que ya lo sabes.
– Le prometo a usted que no sé nada de lo que sea todo este asunto.
– El asunto déjalo solamente en mis manos… ¿vale?…
– Vale.
Llegaron a la Cafetería Niza de Madrid sin darse cuenta de que el hombre del periódico entró detrás de ellos y se sentó a una distancia prudencial para verles sin ser visto mientrra Pedro, con un aire de prepotencial machista, reclamaba con un dedo de su mano derecha la presencia de la camarera.
– ¡Chist! ¡Chist! ¡Chist! ¿Nos vas a atender ya o tienes todavía que despertarte?
– No creo que esa sea una manera de portarse como un caballero.
– En estos ambientes es mejor saber quien manda y quien obedece.
– Una interpretación de la vida que me desagrada por completo.
– No estoy contigo para agradarte por muy guapa y sexy que seas.
– Ya lo estoy comprobando. No hace que te esfuerces demasiado para resultar desagradable.
La camarera acudió solícita…
– Un vermú para mí y otro vermú para esta preciosidad.
– Cada vez que habla peor me cae usted, Don Pedro.
– Pero… ¿no eres de las que rechazan el machismo?
– Una cosa es ser machista y otra cosa es ser caballero o, por lo meno, bien educado.
– ¿Porque primero he dicho que me sirva a mí y después te sirva a ti? Creía que eras una feminista convencida.
– Y yo creí, por un momento, que usted sabía conversar con una chavala. Me decepciona por completo, Don Pedro.
En esos momento volvió la camarera con los dos vermús y un plato lleno de aceitunas.
– ¿Te gustan las aceitunas, preciosa?
– Sí. Cuando las contemplo de cerca me recuerdan siempre a un laberinto…
– Jajaja. ¿Te refieres al laberinto de las aceitunas de Eduardo Mendoza?
– A eso mismo. Me traen recuerdos de Jaén.
– Hay quien dice de Jaén que no es tierra andaluza.
– Será tal vez porque es provincia de emigrantes…
– No, no y no. Nada de ponerse nostálgicos ahora porque se nos puede escapar el negocio de las manos por culpa de la debilidad de carácter. ¿Creciste en Andalucía pero viviste en Barcelona?
– Se equivoca usted en la mitad.
– Como siempre. No tengo remedio con las mujeres jovencitas. Siempre me quedo en la mitad.
– Crecí en Andalucía pero vivo en Madrid.
– Pues yo te puedo sacar de este laberinto si colaboras conmigo.
– Es mi gran deseo ser una colaboradora como corresponsal o enviada especial. Para eso estoy estudiando.
– Perfecto. Ahora tienes la oportunidad de ser una colaboradora muy especial. Comprende que es una ocasión que sólo se te presenta una vez en la vida.
Ella no entendía lo que Don Pedro le estaba pidiendo que comprendiera y cambió la dirección del diálogo…
– ¿Cuál es su verdadero nombre?
– Si cumples bien con tu labor no habrá problema en que lo sepas siempre que mes seas fiel para siempre.
– ¿Qué sucede? ¿Algo inmoral?
– Según sea el punto de vista con que lo mires.
– ¿Me asegura que no habrá ningún tipo de peligro para mí?
– Si haces todo lo que te ordene no tendrás ningún problema.
– Lo que sucede es que no me gusta ni la forma ni la manera que tiene usted de dar órdenes.
– ¿Te recuerdo a alguien?
– Sí. A un tal Luis Caballero Mayor De la Madrid al que tuve que soportar durante algún tiempo hasta que un amigo me lo quitó de encima diciéndole unas cuantas verdades. Se llamaba simplemente Pepe pero nunca le podré olvidar.
– ¿Tanto favor te hizo?
– Desde el lado bueno de la palabra me hizo un gran favor. Nunca le he olvidado. Tenía una manera muy especial de ser y tenía una manera muy especial de hacer las cosas. En cierto modo fue como mi Ángel salvador.
– ¿Quién? ¿Luis o Pepe?
– Me estoy refiriendo a Pepe. Muy noble. Demasiado noble. Quizás yo no le pagué con la misma moneda…
– Ese tal Pepe debe ser uno de esos pardillos que no sabe ni conoce nada de chavalas y por eso no sabe que las más interesantes son las que más te traicionan.
– Todo lo contrario. Pepe sabía de chavalas más y mejor que los hombres como usted creen. Me gustaría saber que no ha cambiado.
– Todos los hombres cambiamos. Las mujeres sois las culpables de eso.
– Estoy segura de que Pepe no piensa jamás de esa manera. No soy la única mujer que desea que no haya cambiado. No era ningún adulador y por eso era tan facil quererle o incluso amarle.
– Pero yo soy diferente a todos los aduladores que te hayan intentado ligar. Yo solo te necesito para trabajar y no para tontear contigo. Si tenemos bien claro esta diferencia no habrá problemas entre nosotros.
– Ya veremos. Me conformo con saber sólo tu nombre… al menos de momento…
– Al menos de momento no tienes por qué saber más que mi nombre como yo sólo sé de ti tu nombre nada más. ¿Entendido?
– Entendido. ¿Qué tengo que hacer?
– Mira preciosa, está muy bien que charlemos amistosamente y me cuentes toda tu vida como si yo fuera tu confesor, pero no soy ningún jesuíta ni tengo la paciencia de un cura párroco, así que dime dónde está.
– ¿Dónde está quién?
– Desde luego que no me estoy refiriendo a ese tal Pepe así que no te hagas la tonta más de lo que eres. Conmigo no te sirve. Las mujeres como tú me son solamente indiferentes por muy interesantes que seáis. Os considero demasiado listas pero no me interesa conoceros a fondo. Dime donte está.
– Pero… ¡es que no sé a quién se está refiriendo!
Pedro terminó su vermú y metió sus mano derecha debajo de la mesa.
– Escucha, preciosa. Tengo una pistola debajo de la mesa y te estoy apuntando directamente al estómago. Si no me dices donde está antes de que termine de contar hasta diez te elimino de un solo disparo. No me importa la gente para nada y puedo escapar rápidamente antes de que nadie pueda reaccionar. Así que dime donde está antes de que me cabrees demasiado.
Ella se dio cuenta, entonces, de que estaba charlando amistosamente con una especie de asesino implacable, frío y calculador, que quizás no sería la primera vez que había cometido un crimen con total impavidez y a sangre fría.
– Pero… ¿qué está usted buscando? ¡No tengo ni la más remota idea de qué me está pidiendo que le diga!
– Baja la voz.
– Repito que no sé a lo que se está usted refiriendo.
– Voy a contar hasta diez y espero que seas lo suficientemente inteligente para decirme dónde está.
A ella le dio un vuelco el corazón…
– Entonces… ¿usted se llama Pedro Ladrón de Vergara Gangotena?
Al hombre se le notó la sorpresa en el rostro…
– ¿Cómo sabes tú eso, desdichada?
Ella se dio cuenta de que acababa de cometer una terrible equivocación y prefirió no decir nada más.
– ¿Quién te ha dicho mi nombre completo? Dime donde está lo que busco y dime quién te ha dicho mi nombre con sus apellidos. Voy a comenzar a contar hasta diez.
Pero, antes de que comenzara con la cuenta, el joven que ocultaba su rostro tras el periódico se levantó de su silla y dando una patada de karate en las costillas de Pedro derribó a este de su silla y le hizo rodar por los suelos mientras la pistola resbalaba hasta varios metros de distancia. Él joven levantó con una sola mano al asustado Pedro…
– Perdón caballero conocedor de la psicología femenina… ¿está buscando esto?
Ángel sacó, con su mano izqierda, la joya que llevaba envuelta en su pañuelo mientras que el sorprendido Pedro era detenido por un par de gigantescos y forzudos policías de paisano.
– ¡Por fin caiste en tu propia trampa, Ladrón! ¡Vamos, Pedro, sonríe un poco para estar menos feo en las fotografías de la Prensa! Esta vez te has equivocado del todo y tenemos pruebas y testigos suficientes para que te caiga un total de cuarenta años de presidio por las veces que has asesinado a personas inocentes. Con la edad quie tienes pronto vas a morir podrido en la cárcel.
El joven atractivo y de sonrisa tan agradable levantó la silla derribada y se sentó frente a Maria.
– Es una lástima que se vaya sin pagar su vermú pero no es la primera vez que lo hace.
– ¿Toma vermús gratis a costa de chicas tan ingenuas como yo?
– Eso. Y mata a sangre fría y con premeditación.
– ¿Cómo lo has conseguido sin que se diera ni cuenta?
– Él no me conoce de nada pero yo le conozco bastante. No fue nada difícil ver lo sucedido en la discoteca “Cerebro”, descubir que echaba en el contenido de tus copas unos somníferos, seguir su auto con mi viejo cacharro, descubrir que el recepcionista del Hotel Capitol era uno de sus secuaces, que el 365 era, exaxctamente, la señal de que hace un año se había cometido el robo de esta joya valorada en varios millones de dólares. Cuando conseguí que el recepcionista lo confesara todo me fue muy fácil introducirme en la habitación 366, esperar a que te dieras el baño y aprovechar la ocasión para buscar la nota y la joya.
– Él me juró que no había tenido relaciones sexuales conmigo.
– Y es cierto. No le gustan las mujeres bellas, hermosas, atractivas y sexys.
– ¿Es homosexual?
– No. Sólo es que os tiene miedo, pavor y pánico cuando, además, sois inteligentes.
– ¿Y la joya? ¿Dónde estaba la joya?
– Tuvo la ocurrencia de guardarla debajo de tu almohada.
– ¡No me digas que he estado durmiendo encima de un buen montón de dólares!
– Calcula más de dos millones… algo más de dos millones…
– ¿Tres millones de dólares?
– Cuatro. Cuatro millones.
– ¿Y ahora?
– Ahora… adiós, María…
– Entonces…
– Entonces no digas a nadie que me conoces ni que has estado hablando conmigo. No he cambiado nunca, María, pero no se lo digas a nadie.
– ¿Pepe?
Ángel puso su dedo índice de la mano derecha sobre los labios de María para que no siguiera hablando demasiado y se alejó de la misma manera imprevista en que había llegado.
FIN.