Hoy, por fin, nos hemos encontrado en La Hora de La Verdad y, en territorio comanche, hemos ajustado las cuentas. El resultado final (ante las risas de mi abuela materna) ha sido aplastante. Esto de vencer a Gimi por 76-44 es el mejor resultado que he conseguido en el deporte de la Cartografía de Heraclio. Sin dándole ni un solo segundo de respiro he ido acumulando puntos mientras él palidecía más que el mínimo común divisor mientras yo ampliaba el máximo común múltiple.
Si sumamos los dos dígitos, resulta que yo he ligado, en esta fastuosa jornada, con 14 (de las de muy buenas de ver) y él solamente con 8 (pero de las no quiere nadie). Al final he logrado despertar tanto interés entre las de muy buen ver que ya no ha quedado lugar alguno para las dudas. Mi padre apostó por mí y acertó; mi madre apostó por mí y acertó; mi abuela materna apostó por mí y acertó; y hasta Don Florencio apostó por mi y acertó. Por Gimi sólo apostó su “pelotari” Fantini y fracasó.
Me despido de ellos sin dejar de descuajeringarme de risa porque recuerdo la paliza que les di a Gimi y a su “pelotari” Califa en el frontón de Molinos de Papel. En su propio terreno de juego y ante testigos que lo pueden confirmar, les tuve toda la santa mañana haciéndoles correr desde la tapia del frontón a la ribera del río y desde la ribera del río a la tapia del frontón; hasta que, totalmente vencidos y agotados tuvieron que reconocer mi manifiesta y manifestada superioridad atlética. Por eso hoy, mientras cierro mi Diario, me sigo descuajeringando de risa mientras canto: ¡Una paloma blanca, blanca como la nieve, una paloma blanca blanca blanca blanca, desde el cielo viene!
Nota Adjunta a lo cervantino.- ¿Qué se fizo de las hijas del boticario? Tales cuestiones son menesteroso aclarar puesto que yo, válgame el cielo, sólo soy joven que se refocila con las muy fermosas mozas de las que existen hasta do la Tierra pierde su verdadero nombre y, si no existieren tales doncellas, mi pluma desfacería todos los entuertos hasta hayarlas en plena ventura de mi mollera; porque ha se saber usted, señor cura, que lo que cura en verdad es el ungüento de Fierabrás y no tantas misas e tantos rosarios e tantas homilías de santo e tantas novenas e tantos maitines e tantos ejercicios espirituales e tantos retiros a la cueva del fraile e tantos rezos clericlales e tantas preces e tanto tostón de cánticos gregorianos e tantos etcéteras más que hasta los jilgueros callan y se quedan absortos de tantos sonidos celestiales. Y sigo mi camino y acá paz y allá gloria.
Mi abuela materna: ¡Olé! ¡Dices grandes verdades!