Junto a la vida nocturna de los que mueren durmiendo, su sombra en el cementerio se alarga bajo un ciprés. Más allá de la sombra deambulan los que caminan arrastrando sus vidas entre las hojas caídas por el viento. Su llanto es la infinita soledad de quienes insultan a los ángeles amorosos de la vida. Alguien hace sonar el violín de la existencia: una especie de poeta que sólo sonríe mientras se descompone la sombra del moribundo en mil pedazos agónicos y sin sentido alguno. No le vencen al artista las voces ni los gritos ni las órdenes jactanciosas de los moribundos sino que, desde arriba, la luz blanca y pacífica de la luna alumbra su rostro. Es un rayo divino que le anima a seguir tocando esa sinfonía de notas que hacen enmudecer al canto de las lechuzas.
El búho del cementerio se esconde en medio de la oscuridad y, en el lugar exacto donde comienza la calma, una blanca paloma desciende hasta posarse en su hombro. No importa que sea en el hombro izquierdo o en el hombro derecho, porque ese poeta no mendiga ningún elogio de nadie. Nadie. Esa es la palabra exacta que define a los que se mueren durmiendo sobre la barra del desequilibrio mental de ese búho que ahora se esconde entre las ramas del ciprés. Y la sombra se alarga hasta las tapias blancas de la hipocresía en ese mundo oscuro donde los avarientos sólo ansían, cada vez más, artificiales vidas para beber su impotencia hasta caer al fondo del abismo. No. El joven poeta bohemio, para el que no cuenta para nada ni la edad ni el tiempo perdido en dar vueltas al círculo vicioso de la edad, sigue tocando el violín. No se sabe de dónde ha venido ni hacia dónde va, pero jamás entra en el cementerio donde los moribundos insultan a la vida. La luna sigue reflejando en su sonrisa un enigma indescifrable. Lo que de verdad importa no es su enigma, sino esa metáfora de existencia que es la paloma posada en su hombro izquierdo o en su hombro derecho. Hay en todos los que mueren dormidos una vanidad insolente que ofende a la luz divina. Dios hace su justicia en medio de la sombra alargada del ciprés y sobre los ángeles amorosos e inocentes que sólo son vida nada más. Por eso los gorriones han marchado hacia el horizonte señalando el Camino a los poetas. Aquellos insultos de los moribundos no son más que notas impotentes de quienes mueren dormidos. No hay en realidad enigmas. Sólo hay una existencia que o acaba dentro del cementerio o se expande hacia el infinito. Y es que la Eternidad de la luz divina es la única verdad que conoce la canción del joven artista (a quien no le importa la edad ni el tiempo). ¿Qué importancia tienen los insultos de quienes no son más que sombras oscuras y alargadas de los cipreses del cementerio?. Posiblemente así creen que tienen valor suficiente… y, sin embargo, cada insulto de sus sucias bocas les hunden aún más en la oscuridad y las tinieblas mentales. Y el joven poeta se aleja, lentamente, siguiendo la ruta de los gorriones pues nada debe a la hipocresía que se abraza a las sombras para no ser ni tan siquiera quiénes son. Pero la Verdad de Dios es mucho más importante que todos ellos. la Verdad de Dios es que, por cada insulto recibido, los ángeles amorosos (los del canto inacabable) están más cerca de la Eternidad. Los gorriones siempre serán, en esta Tierra, quienes les conduzcan hasta la Paz que conduce hasta las gaviotas del mar. Y así es cómo se embarcan en las olas y quedan viviendo cada vez más lejos de las sombras alargadas de los cipreses donde se esconden los moribundos de la nocturnidad. Que existe una noche con luz más allá de las tapias del cementerio. “Adiós, desconocido” dice la Voz desde arriba “porque tú nuncas podrás alcanzarle cuando llegue el amanecer, despierta de tu muerte y comprenderás que él sólo es vida aunque le sigas insultando por una miserable moneda y un pequeño artilugio que sólo sirve para vivir diez minutos nada más”. Y lleva razón la Voz de Dios. Una simple moneda de diez céntimos acompañada de un puñado de insultos sólo es una impotencia nada más y los diez minutos de un insignificante artilugio no es ni la millonésima parte de lo que significa la Eternidad si es que la Eternidad tuviera tiempo. Y se quema el moribundo en la sombra alargada de los viejos cipreses del cementerio, con la botella de alcohol totalmente vacía, mientras el poeta ya está en otro lugar distante, tan distante, que no existe parámetro alguno para poder definirlo excepto que es un infinito. Y es que la falsa vida de los contradictorios moribundos sólo es eso: una contradicción entre el sí y el no sin personalidad alguna. No. Más allá de la contradicción de los borrachos moribundos está la afirmación de quienes saben decir sí y saben decir no cuando la vida lo requiere. El búho se ha escondido. Nunca podrá comprender la grandeza del canto del violín, del vuelo libre de los sencillos gorriones, de la bella existencia da las gaviotas y de la sonrisa de un poeta soñador. Para el artista, al que no le preocupa para nada ni la edad ni el tiempo perdido en el círculo vicioso de las edades, un sí es siempre un sí y un no es siempre un no; mientas que el total desconocido que insulta y que tanto se preocupa de las edades y los tiempos del círculo vicioso de las edades, el sí y el no siempre es una ceremonia de la confusión total. La vida seguirá mañana con una nueva luz para la existencia excepto para aquellos que han muerto dormidos tumbados por el alcohol y que forman una larga cadena de esclavos que se van disipando sin darse cuenta de qué es la vida, sólo peregrinos sin meta alguna a la que llegar… aunque sus bocas sigan insultando a los ángeles amorosos que no buscan hacer daño a nadie sino cantar en medio de la noche bajito, muy bajito, a los gorriones y a las gaviotas mientras las palomas se posan en sus hombros izquierdos o derechos porque eso es igual. Así es la existencia de los verdaderos artistas, pobres o ricos que también da lo mismo, a la hora de sembrar semillas de humanidad con forma de gorriones y gaviotas. Pero esto no lo pueden comprender ni jamás entender los que confunden sus afirmaciones y sus negaciones en el misterio de sus ignorancias. Que hay, en este mundo, dos dimensiones totalmente opuestas: los que sufren sabiendo que al final les espera la herencia de todo lo que ellos han soñado y ha ido sembrando mientras lo soñaban y los que ni sufren ni padecen porque su alma está encerrada en la alargada sombra de los cipreses del cementerio. Jamás hay que retroceder ni dar un paso atrás sino seguir avanzando… que Dios sabe la verdad de quienes sienten las necesidades ajenas y las necedades de los que insultan sin saber por qué lo hacen. En el fondo no hay confusión ninguna. A un lado están los que sienten y crean sueños. A otro lado están los que no sienten e intentan destruir dichos sueños. El veredicto final es la Eternidad para los primeros y la total desaparación para los segundos. Hasta nunca, total desconocido, que tus miserias sólo son el puro tedio de una vida infeliz. El poeta, desea seguir más allá con Ella y con el tiempo, pues tiene la música de su Arte tal como Dios lo ha querido y sabe recoger las lágrimas de los inocentes y con todas ellas formar un poema oceánico lleno de esperanza. Que ya dije hace mucho años “no quiero ser como él”. !Jamás seré yo como tú!. Y es cierto. Lo he cumplido. Jamás viviré lo artificial de tu miserable moneda y tu insignificante artilugio y sólo confidencialmente hablaré con Dios que me enseñó a sonreír. Por cada insulto recogido y que rompe la armonía del silencio… más cerca nos sitúan de Jesucristo. Abandono las tapias del cementerio para seguir caminando con mi Princesa. !Todo lo hago por ella!. !Hasta escuchar tus insultos y simplemente decirte adiós!. No tengo ni edad ni círculo vicioso del tiempo de la edad. Sólo la tengo a Ella y a lo que Ella me ha regalado. Tú, si lo deseas, sigue preocupándote de tu edad, sigue preocupándote de ee poco tiempo que te queda antes de ser sólo una sombra alargada de ciprés, sigue invitando a otros con tu miserable moneda de diez céntimos y tus insignificantes artilugios de los diez minutos. Ya ves que todo se compone sólo del número diez. Diez céntimos. Diez minutos. Diez veces antes de hablar. Y sin embargo… !ya lo ves!… a pesar de ello sigues siendo una sombra de ciprés dentro del cementerio. y yo, aunque te estrecho la mano de la despedida te prometo que mi guitarra bohemia ya no sonará jamás por ti. Hubo un tiempo en que creí en tus luchas pero hoy ya no. Hoy sólo eres un total anónimo sin importancia porque mis causas son solo las causas, ahora, de los que viven de pie y nunca insultan a la humanidad. Solo le pido a Dios que mi vida sea trascendente y que, si es posible, tenga misericordia de ti.