Te fuiste, una tarde con la calima, dejándome un hasta luego amor por despedida. Pasaron las horas, y sin noticias, algo asustada salí a encontrarte… Te busqué por las calles, por los bares,
por las plazas de suelos enarenados, por los campos de húmedos viñedos, por los refugios tuyos…
que sólo yo conocía… y… no te vi…
Mis ojos sufrían doblemente, por un lado el maldito polvo isleño que azotaba, y por el otro…
el pesar de buscarte y no encontrarte.
Me senté en la empinada escalinata, esa que conducía al balcón de los suspiros, o como muchos lo llamaban “el de no volver”…
Llegó la lluvia que me cubrió, me empapó los cabellos, el vestido, los zapatos que tanto te gustaban… Me dejé acariciar por cada gota que cayó en mi piel, me dejé abrigar por las lágrimas que de mis ojos empezaron a caer… Con todo eso sentí aliviar mis ojos, mientras mi corazón se iba arrugando de dolor…
Bajé mi cabeza, la arrope entrelazándola con mis brazos, me doblé sobre mi misma, y por unos instantes me abandoné… Cuando volví en mí, tenía delante tu chaqueta, entonces comprendí que esta vez no volverías, que te perdí…