Mi trabajo en casa de Rosa.
Me encontraba desorientado en una tierra extraña y ni yo mismo sabía qué rumbo seguir. Pensé para mí que abundando tanta fruta en aquel lugar, algo iba a conseguir durante mi penoso caminar. Un poco indeciso emprendí mi nueva aventura sin pensar, dejando que me guiaran los pies y llegando así a una de las casas de campo. Después de varios intentos fallidos en mi búsqueda de trabajo en aquellas fincas rurales, me informaron de que sólo a una media hora de camino, un señor llamado Diego buscaba un joven de mi edad para la recolección de la fruta, y que posiblemente me daría trabajo. Di las gracias a aquella gente y proseguí mi marcha en la dirección que me habían indicado, con la esperanza puesta en que esta vez me acompañaría la suerte.
Apenas me faltaban unos ochenta metros para llegar a la casa, cuando un perro me olfateó, y sus ladridos eran indicativos de que no me recibía como amigo. Ante la agresividad del animal hacia mi persona, salió de la casa una señora, que regaño al perro y trató de calmar la furia del can. Luego se dirigió a mí y me preguntó:
– ¿Qué es lo que deseas joven?
– ¡Busco trabajo señora!
– ¿Qué edad tienes y cómo te llamas? Yo me llamo Rosa.
– ¡Gusto de conocerle señora! Pronto cumpliré los dieciséis años y mi nombre es José. Pero no se preocupe por mi corta edad, sé trabajar bien la tierra y soy de complexión muy fuerte
– ¿Eres de por aquí?
– No señora, soy de la región andaluza.
– ¿Y tu familia?
– Soy huérfano y no tengo familia.
– ¿Que no tienes familia?
– Todos murieron en la guerra señora. Me miró fijamente a los ojos y por la expresión de su cara, pude percibir cierta compasión y ternura hacia mí. Era una mujer esbelta y bien formada, de ojos verdes claros y su cabello castaño oscuro. Aunque un poco madura, intuí que no pasaría de cuarenta años, y por su forma de expresarse le pude atribuir cierta cultura.
No sé si le causé buena impresión, pero lo cierto es que me invitó a entrar en la casa y me dio de comer, lo cual yo le agradecí porque tenía mucho apetito. Mientras comía guardaba silencio dedicando toda mi atención en devorar el contenido de los platos que me sirvió aquella mujer. Ella no dejaba de mirarme y al verme tan ensimismado en mi trabajo, rompió el silencio y me dijo:
– Que amigo, veo que tienes mucho apetito.
– No se lo imagina señora, hace dos días que mi dieta sólo es fruta.
– ¡Si quieres puedes repetir!
– Gracias pero ya estoy satisfecho.
– En cuanto al trabajo que buscas y si mi esposo está de acuerdo, creo que podrás trabajar para nosotros, pero tendrás que esperar un poco ya que está al llegar de la recolecta de fruta.
– ¡Muchas gracias señora! Si me da trabajo le prometo que no se arrepentirá.
Un poco nervioso, por si el esposo no daba su visto bueno para darme aquel empleo, esperamos hasta su llegada. Pronto se percató de mi presencia y después de saludarme se dirigió a mí con intención de decir algo, pero Rosa se adelantó para presentarnos:
– Mira Diego, te presento a este joven que viene en busca de trabajo. José, este señor es mi esposo.
Nos dimos un apretón de mano al mismo tiempo que me dijo:
– Si cumples con tu trabajo creo que te harás viejo aquí. De momento mi esposa te va a enseñar la casa y la habitación que te vamos a asignar.
Rosa hizo un gesto de aprobación y dirigiéndose amablemente a mí, me invitó a que le siguiera. Primero empezó a mostrarme el conjunto de la casa desde el exterior. Aparte del edificio principal, que era muy hermoso, el resto era una combinación de fincas que se dividían en varios compartimentos destinados a la explotación agropecuaria: cuadras, graneros, corrales, cochineras, etc. Estos quedaban un poco separados de la edificación principal. Las paredes de la vivienda de los señores estaban construidas de piedra vista y tenían gran espesor para el aislamiento de las inclemencias del tiempo. Además, estaban encaladas para mantener una temperatura agradable en los días de máximo calor; el tejado era de teja árabe y a dos aguas. Desde el exterior se accedía al interior del edificio por una puerta en arco que, a su vez, conducía a un gran patio cuadrado y éste abría paso a toda la casa, que era de dos plantas. En el patio había naranjos y en las paredes macetas colgadas con toda clase de flores que adornaban y perfumaban el aire que allí se respiraba. El resto de la construcción era muy similar a la que deje atrás en mi trabajo de jardinero, incluida la habitación que me asignaron.
Tengo que decir que aquel día me sentí motivado y pensé que había nacido una nueva etapa para mí: me gustaba el trabajo que iba a realizar, ya que desde que me salieron los dientes – como se suele decir – fue lo que siempre hice. Debería poner todo mi empeño en hacer las cosas bien y esta vez no me movería de aquel lugar.
Al día siguiente empecé a trabajar en la recolecta de fruta. La verdad que terminé un poco agotado, pero esto lo vi normal ya que llevaba tiempo sin trabajar la tierra. El empleo me gustó y para mí fue lo más importante. Todo esto pasaba por mi cabeza cuando Diego, dirigiéndose a mí dijo:
– José por hoy ya está bien. ¿Te gusta hacer este trabajo?
– Claro que me gusta señor.
– Te veo algo agotado.
– Es normal después de un tiempo de inactividad.
– Bueno mañana será otro día. De momento nos vamos a casa, que seguro que Rosa nos tiene preparado una buena cena.
Diego no se equivocó. Rosa sabía cocinar muy bien y preparó un menú exquisito. Mientras cenábamos hablamos de todo un poco, y por ellos me enteré de cosas que no sabía de mis patrones. Rosa tenía cuarenta años y Diego cuarenta y ocho, llevaban casados veinte años y su posición económica era bastante buena. Todo lo que poseían, que no era poco, les tocó en herencia por parte de los padres de su esposa. Cedieron de su herencia varias fincas y casas en régimen de arrendamiento. Pero como dice un refrán, no existe la felicidad completa, y en sus caras se podía ver la tristeza por la falta de un hijo.
Aquella noche no tardé en irme a dormir ya que me encontraba cansado y tendría que reponer fuerzas y ser merecedor del aprecio de mis patrones. Ya había corrido bastantes aventuras y no me iría de aquella zona; además aquel sito me gustaba y creí ver en los dueños unas buenas personas.
Fue pasando tiempo y el aprecio de ambos hacia mí no podía ser mejor, su cariño iba más allá del que se le suele dar a un trabajador que está a su servicio y hace las cosas bien. Esto me dio qué pensar y pude intuir que posiblemente verían en mí al hijo que nunca tuvieron, o al menos eso fue lo que creí. No comprendía el cariño de Rosa hacia mi persona, pues además de que me trataba con ternura, su preocupación por mí era un hecho ineludible. Pero aún me quedé más convencido de su afecto cuando caí enfermo y tuve que guardar una semana en la cama, pues en todo momento estuvo a mi lado y me cuidó como si fuera mi madre. Por mi parte también sentí ese cariño de madre que nunca tuve y que tan generosamente me brindaba aquella mujer.
Los días se sucedían con muy pocas novedades para mí. Mi responsabilidad y mi motivación laboral dieron sus frutos, hasta el extremo de considerarme como uno más de la familia. Me subieron los honorarios y no sólo quedó en eso, pues cuando el señor Diego se ausentaba por algún motivo de negocios, le suplía como máximo responsable de la finca a cargo de los trabajadores que contrataba en la temporada más alta de la fruta.
Llegó el día de mi cumpleaños y me agasajaron con una fiesta en mi honor – además de hacerme muchos regalos –, pero lo que más me gustó fue una bicicleta, obsequio exclusivo de Rosa. En aquellos tiempos una bicicleta era como un coche de lujo en la actualidad, ya que no estaba al alcance de un trabajador. Este detalle de mi patrona significó mucho para mí. Emocionado empecé a llorar como si fuera un niño pequeño. Ella tuvo que sacar su pañuelo para secarme mis lágrimas y me abrazó y besó tiernamente.
En uno de los viajes de negocios que habitualmente solía realizar mi patrón, pude ser consciente de que el cariño que siempre pensé que Rosa sentía hacia mí no era precisamente el de una madre. Y todo empezó así.
Al día siguiente y justo cuando me disponía a dejar la casa para empezar mi jornada laboral, sentí su voz desde su habitación que me decía:
– ¡José, esta tarde te vienes una hora antes que tengo una sorpresa para ti!
Un poco extrañado ante esta sorpresa contesté:
– Esté bien señora, así lo haré.
Durante todo el día no dejé de pensar lo que preparaba para mí en ausencia de su esposo. Además, si se trataba de otro regalo, por qué no participar de la alegría los tres.
Tal como me ordenó terminé mi jornada laboral una hora antes de lo normal, y un poco emocionado ante la intriga de lo que me esperaba me dirigí a la casa. Justo en el momento en el que me disponía a golpear la puerta ésta se abrió. Tras ella apareció Rosa con un vestido rojo de noche y me dijo: “pasa José, esta noche preparé una comida especial para los dos”. Sorprendido iba a responder, cuando suavemente me tapó la boca con una mano, mientras que con la otra me cogía del brazo tirando de mí hacia el comedor.
Muy interesante, Alborjense… y nos dejas con la miel en los labios con ese final del que se puede esperar muchas cosas.
Uy¡¡¡¡¡ De aquí se puede esperar cualquier cosa.
Lo tiene claro el chico del relato .
No me pierdo el siguiente…
Un beso
Acertaste amigo, en el próximo capitulo nuestro protagonista en contra de su voluntad va a atener una aventura que pagara muy caro, pero esto lo dejo para que tu mismo lo puedas leer en el próximo capitulo que pegare en breve.
Gracias por tu seguimiento y comentario, CONEC
Veo que tienes mucha intuición y casi estas adivinando lo que le espera al pobre de José, pero no te digo nada para que tu mismo lo compruebes en el próximo capitulojajajajajaj.
Un beso y un abrazo Alborjense