Ayer estaba el cielo arriba, así lo pude ver. Esta mañana, muy temprano, estaba pintado de azul transparente.
Abajo, donde respiramos y pisamos; detrás de él, viejas piedras gruesas, una voz nueva que resuena devuelta por el muro que atrás vigila. Si las paredes pudiesen callar, si pudiesen hablar…
El joven poeta, sentado en la silla. Con su otra mano acuerda acordes en tocar, en pisar cuerdas de guitarra vieja, no tan vieja. Que suena, hablando suave y bonito. Yemas subiendo, yemas bajando. Yemas pisando trastes mudos que dan la palabra, que dan la nota.
Cuerdas vocales, como en su guitarra, sacudidas con su otra mano, desde el fondo asoman, salen y vuelan poemas, canciones y melodías. Viejas letras sedientas de aplauso y monedas mendigando, cayendo ante él cantando, en saco roto y hambre para el día después.
Rimas que riman con la rima de las letras, entre las cuerdas que no logran tocarse, ni hoy ni ayer. “El mañana puede que no exista” ¡tiene derecho a afirmar cualquier canción!.
Detrás, los muros, murales de piedra vieja pero no tanto, escuchan como antes, como ahora. Una voz grave, fuerza transparente como el cielo, sobrecoge, potencial humano con melodía y música, cuerdas que cantan sin cantar, se dejan llevar a ninguna parte ir, sin perderse, cuerdas que siempre regresan, vibran de alegría triste o contenta tristeza. La voz entona y canta, sus letras en el muro resuenan, retumban, regresan a su punto de partida, partitura enfrente interpretando.
El rostro se mueve en forma de canción, acompaña al poema dándole vida, su garganta cantora recita, bajo el viejo cielo recién pintado de azul transparente.
Y mientras, las gentes se quedan a escuchar la poesía del poeta, que sale y sale de su interior y se escapa hacia afuera haciéndose escuchar. Pero arriba, donde no es del hombre, allá arriba, más allá de las tejas, sigue habiendo cielo transparente esta mañana, recién pintado de azul, dando vida, convirtiendo al poeta en un canal transmisor, verdadero o falso.
Las monedas van cayendo sobre una pequeña vasija, y si alguien escucha más allá, podría reflexionar: “¡Música adaptada para poder subsistir! o ¡Música porque estoy vivo! “
En aquella plaza de barrio antiguo, el poeta seguía cantando y los turistas monedas echando.
Y luego, más tarde, el cielo volverá a pintarse de negro transparente, para que a la noche nadie la vea, porque pueden decir que es tímida, y así nadie la pueda molestar y pueda dormir tranquila. Escuchando. Mientras la noche duerme tranquila, se prepara la pintura azul transparente para otra vez empezar, de nuevo empezar. Y esperar unas monedas multimillonarias a mendigar.
Llevas bien la secuecia literaria. Tu prosa poética hace pensar. Yo prefiero seguir pintando cielos de auzul, olas de mar blancas y negras noches de luna bohemia. Un abrazo.