Es hora de volver a casa, debo tener cuidado, reviso mis bolsillos, miro la cartera, cepillo la chaqueta y borro las llamadas del móvil.
Subo al ascensor, mirándome en el espejo, ensayo el gesto de amante esposo, los años me han ayudado a perfeccionarlo, a pulirlo de tal manera, que incluso me siento cómodo en el papel, ¡quién me lo iba a decir!
Abro la puerta y comienzo a gritar “Hola, ya he llegado, ¿dónde estás cariño?”, es la rutina. En breves resonará la esperada respuesta: “Aquí, estoy aquí, ¿cómo has pasado el día?”, pero pasan los segundos y nadie contesta, “Hola” repito, y de nuevo silencio.
Inquieto busco, habitación por habitación, pero nadie hay en ellas.
Me digo “algo ha debido pasar”, intento localizarla en el móvil, pero está fuera de cobertura, me refugio en el sofá, sin saber muy bien como actuar. Piensa, piensa, ¡ya sé!, igual está con su amiga Juana, voy a llamarla, Juana contesta, pero no sabe nada, sólo he conseguido preocuparla.
El corazón comienza a palpitar con más fuerza, ¿estará con su madre, o tal vez se ha quedado sin baterías mientras compraba?, llamaré a mi suegra. Tras una breve, e intrascendente conversación, le pregunto por ella, no sabe nada, otro intento fallido.
No soporto no saber dónde está, podía haber dejado una nota o haberme llamado, es lo normal, lo que hace todo el mundo.
De nuevo me reclino en el sofá, piensa, piensa, pero mi mente sólo aporta ridículas soluciones, ya ha pasado más de media hora desde que llegué a casa y ni rastro.
Me levanto, miro por el balcón, la noche es fría, llueve, una pareja camina protegiéndose bajo el plástico protector de un paraguas, ella no está.
El ruido de unas llaves entrando en el bombín de la puerta, me sobresalta, suelto de golpe las cortinas y voy a la entrada. La puerta se abre, es ella, la increpo, “¿dónde estabas, estaba preocupado?”, sólo sonríe, una sonrisa que ilumina su cara, una sonrisa preciosa, que transmite felicidad, sincera.
Vuelvo a preguntarla, pero ni una sola palabra sale de sus labios, la grito, la chillo, ¡responde, por Dios, responde!, ella permanece inmóvil frente a mí, mirándome y sonriendo.
Lloro, no lo entiendo, ¿por qué te comportas así, que te he hecho yo, responde por lo que más quieras, responde? Ella sigue firme en su actitud.
El sofá me ofrece sus cálidos brazos en los que me recuesto. Entonces, de repente, mi sangre se hiela, mi cabeza se abalanza hacia las rodillas, mis manos la rodean, la agarran como intentado evitar que se despegue del tronco. En ese momento comprendí lo que estaba haciendo, al subir en el ascensor, miró al espejo y ensayó con ahínco la sonrisa de mujer feliz, de esposa confiada, incapaz de dudar de su marido, incapaz de pedir explicaciones, incapaz de pedirlas. En ese momento la miré y sonreí.
Un buen relato y bastante depresivo por cierto;).
Bienvenido a esta página de escritores silenciosos, no es como a la que estás acostumbrado pero de acogedora tiene mucho. Espero que te sientas aquí tan bien como yo me siento.
Un beso
Muy buen relato. Transmite sensación de angustia.
Al leerlo me ha venido a la mente un libro que leí hace tiempo “Museo de la soledad” de Carlos Castán.
Un saludo
!Bienvenido a Vorem, Fernando!. Tu relato es hermosos por lo que tiene de impaciente sensación de soledad, angustia y compañ´´ia. Como te ha dicho Wersemei ésta es una página serena, llena de grandes escritores y escritoras, con miles de lectores y lectoras que pausadamente y en silencio recogemos la calidez de todo lo escrito. Espero que estés muy a gusto entre nosotros. Te recibimos con los brazos abiertos y ten por seguro que aquí siempre “volverás a tu casa” sin angustias… un abrazo…
Estupendo texto, que describe la paranoia que a veces sentimos por situaciones que nos parecen descolocadas.
Bienvenido a Vorem, espero leerte mucho.
Saludos.
Muy bueno, Fernando.