– ¿Cómo va eso, Katy?
– ¿Tengo que ser totalmente sincera, Thierry?
– Totalmente sincera. No estamos ahora para contarnos mentiras piadosas.
– ¡Mal, Thierry! ¡Estamos muy mal y no podemos estar peor!
– ¿Es que no tenemos ni tan siquiera un gramo de energía?
– Ni tan siquiera un gramo de energía.
– ¿Y usando el cálculo de probabilidades hay alguna probabilidad de que recuperemos aunque sea un gramo de energía?
– Ya he usado el cálculo de probabilidades.
– ¿Cuántas probabilidades tenemos, Katy?
– Un total de 0. ¡Lo siento, Thierry, pero me dijiste que no era momento de contarnos mentiras piadosas! Algo ha sucedido que nos ha hecho perder todas las energías. Ninguno de los generadores funciona y, al no tener energía, no podemos tener la oportunidad de ver ninguna imagen en la pantalla. No sólo estamos totalmente perdidos en el espacio interestelar sino que vamos completamente a la deriva en medio de la oscuridad. ¡Sólo un milagro de Dios podría salvarnos pero creo que Dios ni tan siquiera nos puede ver por lo oscuro que está todo!
– Rezo a Dios porque me de la oportunidad de salir vivo de esta aventura.
– ¿Por algún motivo especial, mi capitán?
– Sí, Pardue. Tengo un motivo muy especial.
– Nada de mentiras piadosas, mi capitán. ¿Cuál es ese motivo?
– Poder ver, aunque sólo sea por una vez en mi vida, a ese golfo de Vizcaya que nos ha provocado esta catástrofe. ¡Si Dios me concediese esa Gracia ese gracioso de golfo de Vizcaya se iba a enterar, pero muy bien enterado por cierto, de cómo se las gasta el capitán Thierry Terry cuando me enfado de verdad!
– ¿Y si es un etarra, Thierry?
– ¡Me da lo mismo que sea un etarra o no sea un etarra, Katy! ¡Es solamente un idiota!
– Un idiota metido a gracioso, mi capitán.
– ¡Tú lo has dicho, Pardue! ¡Estamos totalmente perdidos por su culpa y como Dios quiera hacer el milagro de verle cara a cara mi cara va a ser lo último que vea ese golfo de Vizcaya en su vida!
– Lo que no comprendo es por qué los de Tierra han hecho regresar de la Luna al comandante Salvatierra cuando estaba pasando allí su luna de miel…
– Yo tampoco lo comprendo, Katy… pero me han avisado desde Tierra que no sólo recemos por nosotros sino que también recemos por ellos.
– ¡Dios mío, Thierry! ¡Lo que estás diciendo es demasiado grave!
– Por eso sólo le pido a Dios ponerle la mano encima a ese golfo de Vizcaya.
– Quizás solamente quiso hacernos un bien…
– Es mejor no calentarse la sangre por eso, mi capitán. Será alguien que busca solamente la fama.
– De acuerdo. Hoy en día se ansía tanto llegar a la fama que hasta un idiota puede ser famoso.
– El Mundo de la Fama está lleno de idiotas, Thierry.
– Eso parece, Katy. Lleno de idiotas haciendo de imbéciles y adorados por imbéciles haciendo de idiotas.
– ¡Eso es, Thierry! ¡Tengamos buen humor ya que quizás sea lo último que podamos tener!
– ¡Pues el asunto es mucho más serio y no tiene gracia alguna, mi teniente!
– ¿Qué te sucede, Pardue? ¿No te gusta el humor negro?
– Ni a ninguno de ustedes dos le va a seguir gustando cuando escuchen que sólo tenemos comida para mañana. Se han agotado todas las existencias. Teníamos suficiente para un mes completo, que era lo que habían calculado los sabios directores de este Programa Will para encontrar un objetivo, pero no sólo no hemos encontrado ningún objetivo sino que ahora somos un objetivo siniestro.
– ¿Para quién, Pardue? ¿Para ese idiota golfo de Vizcaya sea etarra o no sea etarra?
– No, mi capitán, ahora somos el objetivo principal para la Señora Doña Muerte.
La piel de los tres cosmonautas se erizó cuando Pardue nombró a la Señora Doña Muerte…
– ¡No nos metas más miedo del que tenemos, Pardue!
– Dijimos que nada de mentiras piadosas, teniente Monroe. Tenemos que saber que tenemos las horas contadas.
– Ahora que dices eso de horas contadas… ¿qué os parece si nos sentamos los tres ante unos buenos cafés bien cargados y nos contamos nuestras historias personales? Si vamos a desaparecer por completo en este oscuro universo… ¿por qué no contarnos nuestras vidas para tener algún recuerdo de quiénes fuimos antes de ser lo que somos?
– ¡Me encanta ese jueguecito, capitán Terry! ¡Si la teniente Monroe está de acuerdo yo no tengo ninguna clase de problema! Es más… me presento voluntario a preparar y servir yo mismo los cafés.
– No tienes por qué hacerlo tú, Pardue.
– No se preocupe por eso, mi capitán. Estoy ya acostumbrado a servir siempre a los demás aunque a mí jamás me haya servido nadie.
– Por eso mismo voy a ser yo el que os sirva el café a Katy y a ti, Pardue. Dame al menos esa oportunidad…
– ¿Oportunidad siendo usted todo un gran capitán y yo un simple cosmonauta sin categoría alguna?
– Eso es lo que te estoy pidiendo…
– Está bien. Si usted se empeña…
– Vayamos a la mesa y vamos a ponernos los tres más en situación de ser sinceros con los demás.
– Puedo ser yo la que os sirva los cafés a vosotros; al fin y al cabo soy una mujer.
– Eso no nos vale ahora ni lo vamos a discutir ahora.
– Pero tú eres un gran capitán y yo solamente una teniente nada más.
– Pero el capitán, cuando es grande, es el que siempre sirve a los demás.
– ¿Dónde has aprendido tal cosa, Thierry?
– Jugando de capitán en un equipo de soccer.
– Si es así es mejor que mejor porque yo no tengo nada en contra.
– Bien dicho, Pardue. ¿Y tú que opinas, Katy?
– Si un gran capitán de soccer es el que sirve a los demás yo tampoco tengo problema alguno en que seas tú quien nos sirvas esos cafés.
Puestos los tres de acuerdo, la teniente Katy Monroe y el cosmonauta Pardue se sentaron frente a frente dejando, entre ellos, un lugar vacío para el capitán Thierry Terry.
– ¡Es grande hasta cuando sólo existe el vacío!
– Estoy de acuerdo, mi teniente, es grande hasta cuando no existe ninguna recompensa.
– Debió ser un gran futbolista.
– Eso debió de ser para poder hablar de esa manera.
– Es curioso, Pardue, pero os parecéis en algo muy sorprendente.
– ¿En qué nos parecemos el capitán Terry y yo, mi teniente?
– En que no habláis como barriobajeros y mucho menos delante de una mujer.
– Posiblemente, mi teniente…
Pocos segundos después ya estaba el capitán Thierry Terry junto a ellos…
– Ya están aquí los tres cafés bien cargados. Que cada cual le ponga el azúcar que quiera. No tenemos por qué ser los tres iguales ni lo somos.
– Pedone, mi capitán… pero yo no le echo jamás azúcar a los cafés… porque prefiero tomarlos siempre amargos… bien amargos…
– ¿Y tú, Katy? ¿Cuánta azúcar le pones a tus cafés?
– Yo soy comedida en este asunto. Pongo el café justo y necesario. Soy una mujer muy responsable.
– Pues yo debo ser un hombre irresponsable total porque siempre le pongo, por lo menos, cuatro cucharadas de azúcar.
– ¡No creo que usted sea ningún irresponsable, mi capitán, sino alguien que hace muy bien las cosas!
– Si eso fuera cierto… ¿por qué nos encontramos en esta situación y qué clase de hombre responsable soy yo para, siendo el capitán, os haya metido en esta aventura sin retorno?
– ¡Usted no tiene la culpa de que exista, por desgracia, un golfo de Vizcaya que es un idiota haciendo el imbécil!
– Dejemos ese asunto de lado. ¿Quieres comenzar tú, Katy?
– ¿Tengo que comenzar yo porque soy una mujer?
– No lo hago por machismo sino por caballerosidad.
– ¡Y yo estoy otra vez de acuerdo con el capitán, mi teniente!
– Ha llegado la hora de que nos olvidemos de rangos, categorías y jerarquías. Ante la presencia tan cercana de la Señora Doña Muerte yo creo que podemos olvidarnos del Reglamento y tutearnos los tres. ¿Estáis de acuerdo?
– Yo sí, Thierry. Soy teniente pero ante la Señora Doña Muerte sólo soy mujer.
– A mí me cuesta más aceptarlo porque no estoy acostumbrado pero… está bien… me llamo Charles… y prefiero que me llaméis Charly…
– ¿Quedamos en que comience Katy no por machismo sino por caballerosidad?
– No creo que tengamos que llevar a cabo una votación.
– Está bien. Me habéis convencido los dos. ¿Qué queréis saber de mí?
– Yo tengo algo que me ha venido dando vueltas a la cabeza desde el primer momento que te nombraron teniente para esta misión del Programa Will.
– ¿Qué cuestión es esa, Thierry?
– ¿Cómo es posible que una mujer tan joven, tan guapa, tan atractiva y tan sexy, y olvídate de llamarme machista, se haya presentado como voluntaria a una misión tan peligrosa perteneciendo además a una familia tan multimillonaria y pudiendo estar trabajando, por ejemplo, de modelo o no trabajar nunca para gozar de la vida?
– ¿Gozar de la vida? ¡Esa es la clave, Thierry!
– Pues yo no entiendo nada, Katy.
– Charly… para entenderme bien hay que haber vivido lo que yo he vivido…
– ¿Y qué has vivido tú y con cuánta intensidad si solamente tienes 18 años de edad?
– Suficientes, Charly, para darme cuenta de algo esencial.
– Veamos cuál es esa esencia.
– No es broma, Thierry.
– Ni es una broma querer saberlo. Me parece más interesante que estar hablando de damas de honor y caballeros honoríficos.
– No sé cómo lo consigues descubrir pero has dado en el clavo. Esa es la cuestión.
– Quizás Thierry no necesite que lo expliques pero yo sí… porque no lo entiendo…
– Escucha, Charly… ¿quién es más feliz, el enorme gato panzudo que come de un solo bocado a los ratones y demás comida que se le sirve o el pequeño ratoncito que sólo come migajas de queso cuando puede?
– ¡No tengo duda alguna! ¡Es más feliz el enorme gato panzudo que come de un solo bocado a los ratones y demás comida que se le sirve!
– Pues te equivocas porque es todo lo contrario.
– Sigo sin entenderlo, Katy.
– Te lo preguntaré de otra manera. ¿Quién es más hermoso, Charly, el vanidoso pavo real multicolor o el sencillo gorrión gris?
– ¡Supongo que el vanidoso pavo real multicolor!
– Te lo voy a explicar yo, Charly. Lo que está queriendo decir Katy es que es una joven insatisfecha por culpas ajenas y no por su propia voluntad. Vive con lujo y la tratan como un objeto de lujo. ¿Comprendes ahora por qué está con nosotros?
– ¡Ahora sí! ¡Ahora lo acabo de comprender! ¡No quiere ser un objeto valioso sino una valiosa mujer!
– ¡Exacto! ¡Eso es lo que nos ha querido decir, Katy! ¿Y tú, Charly, quién eres tú y por qué estás aquí?
– ¡Lo mío es mucho más vulgar porque no es una renuncia a nada!
– Quiero saberlo, Charly. Lo mismo que yo he contado mi problema yo quiero saber el tuyo.
– Y yo también, Charly.
– Bueno. Es mucho más fácil de comprender. Nací en unos arrabales de una ciudad norteamericana de cuyo nombre no deseo acordarme y viví toda mi adolescencia dentro de una de esas pandillas de bariobajeros de las que habla Katy; pero me harté de tanta miseria y de tanto hablar mal ante los demás. ¡O me convertía en un verdadero malhechor o salía del agujero de los escarabajos! Así que decidí estudiar, abandonar a los que parecían mis amigos pero no eran mis amigos sino más bien mis enemigos, y estudié tanto que logré entrar entre los cosmonautas. Como veréis no fue una renuncia a nada porque nada tenía y ahora tengo mucho. Dios me dio la oportunidad de salir adelante mientras otros muchos se quedaron metidos en el fango sin querer salir del fango.
– ¿Sin querer salir del fango o sin poder salir del fango?
– ¡Que no te engañen con falsas historias, Katy! ¡Salir del fango o quedarse en el fango es cosa de voluntad y quienes tenemos voluntad salimos siempre del fango pero quienes no tienen voluntad se quedan para siempre dentro del fango! ¡Que no te cuenten falsas historias ni te sientas culpable por ellos!
– ¡Muy bien dicho, Charly! Porque ni Katy ni quienes son como Katy tienen culpa alguna. Dios reparte coom Dios quiere repartir y luego sólo somos nosotros y nosotras quienes tenemos que poner la voluntad. Por eso estamos los tres en Will.
– De acuerdo, Thierry. ¿Y tú? ¿Cómo has llegado tú a ser un gran capitán?
– Dejando atrás muchos recuerdos que ya son sólo olvidos.
– Eso me parece muy interesante de conocer.
– ¿Crees que es muy interesante de conocer, Katy?
– Por supuesto que sí. Me llama la atención eso de dejar atrás a muchos recuerdos que ya son sólo olvidos cuando sólo tienes 26 años de edad. ¿Cómo has podido llegar a ser un gran capitán con tan pocos años?
– La verdad es que Dios fue generoso. A cada puerta que me cerraban Él me abría diez puertas más. Por eso aprendí que se aprende lo que nunca se olvida pero que se olvida lo que nunca se aprende. ¿Os lo explico?
– Sí. Yo no lo entiendo.
– Escucha, Charly. Tuve miles de ocasiones de hacer lo que los demás querían que yo hiciera porque todos ellos y todas ellas lo hacían. No era cuestión ni de riqueza ni de pobreza sino de ser yo mismo o ser como ellos y ellas querían que yo fuese. Elegí ser yo mismo.
En esos momentos la nave Will sufrió un fuerte tirón que casi hizo caer al suelo a los tres compañeros de aventura.
– ¿Qué ha sido eso, mi capitán?
– ¡Creo que hemos vuelto a tener energía!
– ¡Voy rápìdamente a comprobarlo!
– ¡Comprueba, Kati! ¡Quizás te falló el cálculo de probabilidades y en lugar de ser 0 es 1!
La teniente Monroe se sentó de nuevo ante los mandos del contro de Will.
– ¡En efecto! ¡Tenemos energía!
– ¡Busca alguna dirección valiosa, Katy!
– ¡Eso estoy intentando hacer, Thierry, pero hay una fuerza gravitatoria mucho más poderosa que la energía de nuestrra nave y que nos atrae hacia ella!
– ¿Puede provenir de los de Tierra?
– ¡No, Thierry! ¡Si viniese de los de la Tierra nos permitirían controlar la nave pero Will está siendo atraída por una fuerza que no es de los de Tierra!
– ¿Funciona la pantalla de las imágenes?
– ¡Empieza a funionar, pero tengo que trabajar más con sus controles para que surjan imágenes claras!
Katy cosniguió, por fin, obtener las nítidas imágenes ante las atónitas miradas de los tres cosmonautas.
– ¡¡Dios mío!! ¡¡Son lagartos de 3 metros de altura, que caminan de pie, tienen brazos de monos y la cabezas son completamente humanas pero sin pelo alguno por ninguna parte!! ¡¡Desde el cuello hasta los pies y sus largas colas son de color verde, pero desde el cuello hacia arriba son de color naranja!!
El capitán Terry y el cosmonauta Pardue comprobaron, con sus propios ojos, que lo que decía la teniente Monroe era verdad.
Es el primer capítulo.