El 8 es un número primordial, de los de solo una unidad, para mi desarrollo personal. Fue a mis 8 años de edad cuando comencé a pensar que había mucho más mundo que el que se circunscribía a eso de estar callado en al aula de Primaria. Lo primario era lo original y lo original era empezar a saber que ya estaba ligado a mi Destino y mi Princesa era ya el centro principal donde seguía reuniendo todos mis poemas mentales. Yo mantenía el ritmo como “estudiante de fondo” mientras las redacciones escolares formaban ya parte de mi expresividad. Para tener tan sólo 8 años de edad era más que suficiente.
Desembarco de la Imaginación. En medio de la tormenta y el tormento que suponía aguantar la monodia de Don Virgilio, yo empecé a comprender lo del Virgilio romano: Eneida, Bucólicas y Geórgicas. Un camino que iniciaba mi carrera hasta poder entrar en la Historia. Lo que se estaba gestando era que mis historias crecían con gran rapidez dentro de mis silencios.
En el piso de arriba quizás viviera la tentación, como decía el argumento de cierta película de Marilyn Monroe como protagonista principal, pero yo era más de Gina Lollobrigida o, mejor deicho todavía, de Lauren Bacall, cuando observaba los cromos de la Piluchi de los Merino mientras mi padre no decía nada pero sabía que yo no tiraba hacia el monte como las cabras sino que iba ocupando un espacio singular en el mundillo madrileño de los bohemios ilustres. Y es que la Ilustración fue una de las partes de la Historia que más y mejor estaba yo aprendiendo a asimilar.
Asimilando todo aquello no era cuestión de tener mal genio (digamos como Emilín que gruñía hasta cuando le despertaba con amor su madre) sino de tener un firme carácter sin alardes innecesarios. Pasar como de puntillas por ciertos ambientes (falansterios de la infancia se podría decir) y alejarse del fascio para enriquecerse con las fabulosas historietas que yo iba desarrollando durante las horas de las siestas, mientras todos los demás dormían profundamente y yo escalaba entonces el Tourmalet llendo en cabeza o le marcaba un gol al mismísimo Ramallets. Era mi signo. El 8 era mi signo futbolístico y me estaba preparando para triunfar con el 8, Con razón Uribe y Del Sol eran ejemplos para mí.
Y yo pensando… mientras la abulia de la monodia de Don Virgilio eran las pesadas lecciones para no aprender porque eran mucho más divertidas las páginas de mi propia vitalidad. Pobre chico, dijo “El Virgilio”. Vaya desgracia de hombre, pensé yo. Y seguí soñando…