Universo diminuto

Universo diminuto

Un maravilloso invento heredado o descubierto sólo por la buena gente, que merece más apoyo de los poderes públicos.

En Navidad festejamos una creación indescriptible por su utilidad y polivalencia. Los hay de todos tamaños y formas, individuales o colectivos, baratos o caros, que se alquilan o compran, y sirven para facilitar todo aquello que la Humanidad necesita desde el umbral de la Historia. Según la demanda de cada usuario individual o colectivo, este espacio “donde se hacen las cosas juntos” se transforma rotativa y cotidianamente en refugio, Sigue Leyendo...

Jiménez

Jiménez es vago. Muy vago. Lo que más le gusta a Jiménez es ver pasar la vida por delante de sus ojos y, cuando llega la noche, oir entonar hermosos conciertos a los lunáticos grillos de su pensamiento.

Jiménez es tan vago como el tiempo de ociole permite; pero Jiménez es vendedor de libros a comisión y todas las mañanas, con los tambores del amanecer en sus ojos, el inhumano despertar le toca la diana de la rutina. Y entonces el hermoso concierto de los lunáticos grillos se torna pesadilla. Una pesadilla que se enrosca en su cerebro convirtiéndole en esclavo de esa humanidad que deambula por las calles cuando el sol, la lluvia o el viento, convierten cada día en una galera repleta de soledades: las soledades que Jiménez transporta dentro de su portafolios. Es como si cada uno de sus catálogos fuese un rival de su felicidad. Sigue Leyendo...

Hoy estoy presente (para Carlos Sanz)

Hoy estoy presente en las áreas de la niebla y los recuerdos del Museo del Prado me llegan al centro de mi sensación. ¿Qué era lo más importante de entonces?. Ligar con la presencia de todas las mariposas amarillas de Gauguin no era un imposible pero resultaba mejor empatar con las tormentas azules de los ojos negros… quizás con los rayos suntuosos de las veladas nocturnas de alguna circunstancia surgida entre los cuadros del impresionismo o, por qué no, la clásica silueta de una dama surgiendo de entre las tinieblas de Zurbarán. Y por las calles adornadas de farolas los paseos se hacían más interminables que nunca cuando llevábamos, colgadas del brazo de las ilusiones, un rostro de bailarina pegado al corazón. Posiblemente la niebla no dejase descubrir todos los contornos pero el Mueso del Prado era la inevitable sensación de que habíamos introducido en el abismo de la pintura una figura de mujer alada por las musas del artista. Y los artistas eramos nosotros dos diluyéndonos en las alamedas de la noche… Sigue Leyendo...