Un Humphrey en el salón.

Último día de noviembre. Abro la ventana porque aquí está alta la temperatura. Abro la ventana para sentir un poco cómo la madeja del sueño desenrrolla su inveterada costumbre de posar semillas de algodón en el alféizar. Abro la ventana y entra él, con su inefable don de romántico endurecido (ojos caídos y tristes, voz fuerte y gangosa, tormento vital en su rostro y mirada cínica) mientras del sombrero le cuelga un ala negra hacia el misterio de una frente alzada y una cara que mira al suelo mientras enciende un cigarrillo y me saluda.
– Si me necesitas silba… Sigue Leyendo...