Un Humphrey en el salón.

Último día de noviembre. Abro la ventana porque aquí está alta la temperatura. Abro la ventana para sentir un poco cómo la madeja del sueño desenrrolla su inveterada costumbre de posar semillas de algodón en el alféizar. Abro la ventana y entra él, con su inefable don de romántico endurecido (ojos caídos y tristes, voz fuerte y gangosa, tormento vital en su rostro y mirada cínica) mientras del sombrero le cuelga un ala negra hacia el misterio de una frente alzada y una cara que mira al suelo mientras enciende un cigarrillo y me saluda.
– Si me necesitas silba…

Comienzo a leer los textos de esta casa blanca que es el Vorem donde relampaguea la frase de regreso de gekosay: saludo a cuantos han sido capaces de expresar su verdad con palabras… mientras la Bacall espera a su Bogart con la cabellera en cascada sobre los hombros.

Se escucha un silbido. No he sido yo. Ha sido la vieja cafetera de la abuelita Ena. Entonces entro en el salón y veo a Humphrey (dueño de un bar, amigo de un boxeador con su cicatriz visible y detective chandleriano) sentado mientras fuma.
– ¿Me necesitas?.
– Sólo tomemos café.

Lo tomamos. Me levanto, salgo a la ventana, y empiezo a reflexionar sobre la frase de ssshhh: y aquí sigo, en este extraño mundo desconocido, en el que, seguramente, existimos solos. Bogart quiere romper el silencio.
– ssshhh…

Y en medio del silencio él se levanta, sale por la ventana y da un beso a su flaca mientras de soslayo, con la negra sombra de su sombrero cubriéndole los ojos, envía un displicente “esto puede ser el comienzo de una hermosa amistad”.

Siento los brazos de Liliana y sus besos me saben a licor…
– !Aquí huele a tabaco marroquí!.
– Te prometo que no he sido yo, sino alguien que vino de Casablanca.
– ¿Quién ha sido ese atrevido?.
– Posiblemente mi hermano mayor que, desde muy pequeño, siempre me decía que quería ser como Rick Blain o como Marlowe.

30 de noviembre de 2005. Aquí hace mucho calor y las muchachas pasean con puperas. Por una paradoja me siento y comienzo a leer El viaje de Humphrey Clinker, la obra maestra de Tobías Smollet, que es la vida de un hombre que vaga a través de un mundo caricaturesco, de intenso film negro, llenos de contrastes de emotivas pasiones matizadas con un deje de amargura que se atenúan con la ternura emocional de una humanidad porfiada. Algo así como un Humphrey Bogard sentado en el salón del Vorem como testamento de un océano de benignidades.

2 comentarios sobre “Un Humphrey en el salón.”

  1. Siempre hay una especie de Bogart alrededor de nuestras vivencias. Buen recuerdo y todo porque en el Vorem la presencia de Humphrey nos ha recordado a todos una especie de viajes de aventuras. Te saludo, compañero, en nombre de Rick y de Marlowe.

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