Es necesario abrir de vez en cuando, sobre todo ahora que se acaba el veraeno, la puerta dorada de nuestras infancias y bucear en todo aquello que nos hizo lo que hoy somos. Al abrir nuevamente un hueco en el panel de la vida pasada para sumergirnos mediáticamente en el transitorio océano de las vicistiudes vividas en la infancia somos capaces de acumular secuencias explicativas de nuestra actual forma de ser. Es lo que yo estoy haciendo ahora con el álbum de fotografías familiares. Especialmente me detengo ante esta en que nos encontramos todos los que formábamos parte de la banda de El Trabuco mientras comemos hijos en el huerto del Tío Eulogio, el que bajaba por las calles de Cuenca siempre con los brazos tras la espalda mientras sus manos sujetaban la enorme llave del portón de su huerto. Y nosotros allí, escondidos, comiendo higos dispuestos a escapar en cuanto nos viera..
Archivo por días: 29 agosto, 2006
La larga travesía del miedo
Este sentido de la dependencia con el Mundo nos coloca en una globalización sentida y obligada. Cualquier viaje es una incógnita que interrumpe la rutina y te somete a horas de inhumanidad, a tiempo perdido entre la incomprensión y las maletas tiradas en el aeropuerto. Tememos haber perdido la inocencia de los desiertos, el olor característico de las calles y el color de los bazares, porque, simplemente estamos viviendo en una piel extensa donde todo acontece a la velocidad de la luz.