Es aquella sensación que nubla tus sentidos, que acelera tus latidos del corazón.
Es aquello que todo el mundo siente y el que niega se arrepiente hasta la muerte.
Es aquello que te domina en cualquier situación, es la sensación que en el alma te da cosquillas y te tiemblan las rodillas y despierta tu romántica inspiración.
El amor tiene rosas y tiene espinas y es un mal que no termina.
El amor es un misterio para el cual todavía no existe explicación. El amor es aquella luz que ilumina tu vida, y este llega cuando tu menos te lo imaginas.
No importa la edad que tengas cuando el amor llega, por más que quieras, no lo puedes ignorar.
Archivo por días: 1 octubre, 2006
que es el amor?
soñemos mentiras
sueños de libertad
Ese misterio de tus manos dulces…
Ese misterio de tus manos dulces
que acarician las angustias de esta vida en zozobra
y amplifica la sed del sereno aposamiento.
Ese misterio que impregna de susurros
al ámbito gravoso de todo el caminar.
Ese misterio unánime de pétalos abiertos
al aroma de la vida tomada por sorpresa…
es la respuesta honda a toda la materia
de esta existencia prensada en tu compañía.
Podemos ir el sábado
Manuel Armayones
Podemos ir el sábado” recuerdo que le dije a Andrea cuando me comentó que debía comprarme algo de ropa para mi nuevo trabajo. Esas palabras retumbaban en mi mente junto al sonido de la explosión exterior, que parecía decirme al oído con un grito demoledor, que nuestras vidas iban a cambiar para siempre. Andrea entró rápidamente en el probador y nos abrazamos. Por el mismo miedo fuimos resbalando hacia el suelo y nos quedamos mucho tiempo abrazados en un probador en el que apenas cabíamos los dos; esperando para saber si nuestras vidas acabarían en cualquier momento o si podríamos seguir respirando, que quizás ya no viviendo, a partir de ese momento.
Campeón
Once segundos antes de ganar la medalla volvía a estar junto al que había sido hasta el momento mi más implacable rival. Estaba tenso, algo más que yo, pero su rostro nunca revelaba ningún signo de debilidad ni duda. Siempre corríamos por los carriles centrales, hacia cuatro años en Pekín y ahora en Madrid. Estaban a punto de dar la salida y él seguía imperturbable pese a los fogonazos de las cámaras de los fotógrafos que asistían a otra de nuestras míticas carreras. Su rostro me recordó al que ya había visto apenas unos milímetros por detrás del mío en Pekín cuando intuí que había ganado la final y cruzamos miradas congestionadas de victoria en mi caso y de dolor en el suyo. Al año siguiente volví a ver el dolor en su rostro por televisión cuando informaban de aquel maldito accidente al volver de un entrenamiento. No era así como quería que todo acabase entre él y yo. Me trasladé a su ciudad y colaboré en su recuperación. Dan la salida, corremos dejando atrás al viento, al dolor al miedo. Once segundos. Llegamos a la meta, veo su rostro junto al mío, respiro aliviado. Ha ganado. Campeón olímpico. Levanta sus brazos y su muñeca derecha arrastra mi muñeca izquierda. Nos abrazamos. Es la final, otra final, un principio.