Se decía de ellos que eran extranjeros, pues tenían la tez blanca como la tiza, el pelo y las cejas rubias como la avena, y una cierta finura extraña al andar. La familia Glücklich (pronúnciese gluilijk) había acaparado la atención de los habitantes de la zona desde su llegada a la casa del escritor Galdós. Representaban una familia rica, saludable y bien posicionada. Sin embargo, a su alrededor se emitía un deje de infelicidad, parecían algo tristes. Sobre se los veía aburridos, muy aburridos: cualquiera hubiese jurado que en la vida se les había visto sonreír. Bien es cierto, aún así, que en la familia había una magnífica excepción: el padre, un hombre de esplendidas facciones, iluminadas por algún áurea de honestidad, mentón muy marcado, barba inexistente, unos labios finos y sinceros que a muchas mujeres le hicieron pensar que era dúctiles al uso; y que por lo demás, parecía vestir como un buen inglés de la época.
Archivo por días: 12 julio, 2007
Soneto de los girasoles
Carta a Damián
Te has ido, Damián, sin decir adiós a nadie. De la misma manera silenciosa con la que viviste. Quizás ya tu memoria no pueda recordar y sólo quede tu espíritu blanco, como blanca siempre fue tu vida. No importa que te hayas ido sin decir adiós. No es necesario. Tu silencio forma parte de tu saludo. Sé que cuando leas estas letras (por que estoy seguro que de alguna manera las leerás) podrás volver a recordar y sabrás quien soy. Muchos días estuvimos sentados muy cerca en el Studio 3 Cafe. Yo tomando mi desayuno y leyendo la prensa mientras tú sonreías al vacío de tu niebla. Quizás recuerdes aquel día en que me acompañaba Liliana. Te quedaste mirándola y la sonreiste.
– ¿Quién es? -me preguntó
– Un ser demasiado humano -contesté
– ¿Y por qué me sonríe?
– Porque te ama
– ¿Y eso?
– Es que es inocente
– ¿Como un niño?
– Más que un niño.
Gracias
Acabo de quedarme impactada al entrar en Vorem antes de irme a casa…
Esta página no deja de sorprenderme, qué gesto tan generoso hacia todos los que participamos de este micromundo en el que las emociones siempre son “macro”…
Me encanta la Filosofía Vorem, la de cuidar las pequeñas y las grandes cosas de forma sencilla, sin adornos, pero sin pasar por alto nada importante, la de expresar y compartir…
Enhorabuena por aquella idea supongo que mucho anterior a enero de 2004, y gracias por la libertad de expresión y el calor humano que se respira aquí…