Porque…
… PUEDO
hacerme sufrir muchas veces al día…
… hoy y ahora es HOY y AHORA…
… MAÑANA soy también YO…
… no me relajo y duermo…
… ni las pastillas evitan que piense…
… a veces pienso menos
si tomo drogas
y al día siguiente no madrugo…
Hoy, Carlota, me has hecho recordar. Y tú también, Alicia, me has hecho recordar aquellos días de mi más tierna pubertad cuando me escapaba de la Academia sólo para ir a dar vueltas por el Madrid de mis ensoñaciones. Efectivamente, es la Cuesta de la Vega la que desemboca en el Jardín de Atenas.
Allí, a la Cuesta de la Vega, iba yo siempre en primer lugar cuando me escapaba de la Academia Cima (Puerta del Sol) aburrido ya de las Matemáticas, la Física y el Latín. En la Academia Cima era dónde yo estaba preparando estas materias que me habían sido suspendidas en Junio por los feroces profesores del Instituto San Isidro. Total. Adíos vacaciones de verano. A cambio de ello comencé a disfrutar de la abundante compañía de amigos y sobre todo compañeras y amigas que estudiaban Secretariado, Banca y Administración en general.
Eres como la brisa fresca
cuando el calor te atormenta,
Eres como la manta suave,
que te protege del frío
y cuando me encuentro triste
por ser lo que eres sonrío.
Eres como el diamante
que a la fragilidad vence siempre,
Eres como el cristal bello
contra el sentir derrotero,
y cuando fragilidad viene a verme
por ser lo que eres la venzo.
Carlota, cielote mío. Gracias por tus palabras, no te imaginas lo importante que son para mi.
No guardo ni un átomo de rencor a esas personas tan dañinas, que y eso si, que me gustaría saberlo, porqué? tal vez: envidia, como yo nunca la he sentido no puedo comprenderla. Yo no me he portado, mal al revés, cuando vivía en Zahara de los Atunes, tenia un chalecito y siempre tenia invitados, salía de madrugada a pescar, y parte era para que comieran pescadito fresco mis invitados y la que nunca fallaba era Prado, que aun a pesar que no existía el Ave iba a visitarme hasta fines de semana, con familia, amigos, el novio de turno, siempre a mantel puesto.
A veces deseo cogerlo… ¡y se escapa! Camina, renquea, se esconde y… ¡salta! Mis manos grasientas hacen que resbale entre mis dedos, cómo si deseara escapar de mí cual viajero en expreso y no fuese, su fin, mi burla hasta la desdicha.
A veces desearía agarrarlo y retorcerlo, macharlo y aplastarlo hasta la muerte; abrir sus venas poco a poco hasta el fin de su vida. En esos momentos es cuando más corre. Se escapa algún lugar lejano y no vuelve en semanas. Al principio la sensación es aliviante, pero al pasar las horas empieza la lluvia.