Saldremos de la casa, cruzaremos la carretera y nos meteremos por el sendero de enfrente, ése que llevaba a la casa de él. La bordearemos y nos meteremos en los prados. Es la hora mágica del crepúsculo, más mágica allí que en ningún otro lugar del mundo.
Comenzaremos a subir porque vamos a los pinos. Iremos buscando las huellas de animales que hayan pasado recientemente: algún corzo, algún jabalí como los que venían antes a hozar junto a la casa cuando había llovido. También las huellas de neumáticos de los que no han querido subir andando. Hay formaciones de pizarras que sobresalen a ambos lados del camino. Si nos cansamos podemos sentarnos un rato, como sobre un trono que domina todo el paisaje que nos rodea.