¡Gracias, campeón!

Porque fuiste grande a pesar de que eras pequeño… ¡gracias, campeón, por enseñarme a dominar el centro del tablero como la mejor manera para desarrollar mi juego!. Nuestro tablero común era aquel destierro en que nos quisieron olvidar a ti y a mí el más envidoso de todos los envidiosos. Ni envidiado ni envidioso te dijeron cuando te jubilaste… ¡qué poco te conocía el señor de los mengues al que tuve que pararle los pies con un pequeño poemita que le dejó en su verdadero lugar!. ¿Y qué me dices del mugriento magro con grasa hasta en los hemistiquios cerebrales?. Tú si eras mi amigo y nadie te hacía sombra cuando utilizabas los caballos para amenazar, los alfiles para despistar y las torres para culminar llevándote siempre el Trofeo. Sigue Leyendo...