Sigo matando moscones a cañonazos,
no te quepa duda,
a pesadas el peso de mi bala, y balón.
Veníamos hablando por los caminos
entre los álamos blancos
y al sueño del agua en las orillas
tornábamos cantando…
Muy despacio, de vez en cuando,
un pájaro cruzaba su vuelo
aleteando
y, al final de las palabras,
quedábamos el silencio escuchando.
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