Escribo poesía para gorriones como preludio de este nuevo amanecer. Un clamor de las violetas me llega mientras observo, a través de la ventana, el azul de mar. Eros o el amor: una disyuntiva como si fuera una especie de himno al azahar mientras la Luna (rosa nocturna) se asemeja a un melón abierto (a punto de ser comido) y la balada de la oveja ha dejado de sonar para dar paso al romance de las olas y el viento. Llueve. El elogio de la fresa es como agua nocturna que empapa la voluntad del árbol; algo así como la exaltación de la palmera que ansía llegar a la nube. Alabanza de la cebolla de Miguel Hernández como alegría de la noche (en cuatro tiempos).