Una mano diminuta como el viento, pesada como el movimiento vuelo de la mariposa, una mano de hierro sin sangre, muerta la mano llamadora y golpe, rígido avisar, pues alguien llama, ¡toque!, ¡toque!, ¡toque!
Han sido tres veces, han llamado.
Espera.
Sigue esperando.
La puerta se abre chirriando.
Melodía extraña que abre y simpática una mujer asoma.
Mujer de edad señora, estatura no mucha, a la altura.
Asoma con cara de miedo, miedo a temer, asustada, pero ojos de mirada avispada.
Y la puerta se va separando, abriéndose y pide el andariego recién llegado, hospedarse quiere, está necesitado; quiere, según cuenta un alto en el camino.