Bajo la suave luz de la mañana, la cruz conquista el espacio. Acaban de abrirse las margaritas y un centenar de ellas colorean el bronceado campo donde los primeros rayos de sol, cuales minuciosos libros de la naturaleza, perfilan las siluetas de los álamos en las cristalinas aguas del riachuelo. Como metáforas mil veces reinterpretadas, las rocas semejan estilizaciones de variadas confluencias. El puente, como un enloquecido personaje de mayo, parece viajar a través del tiempo. La horadada cueva es una extrapolada organización de piezas empeñadas en ver cómo pasa la vida minuciosamente dispuesta. El ambiente de los círculos del agua, que forman el viento sobre la superficie, son cantos literarios creados por los efectos naturales del sorprendente discurrir de la mañana. Todo llega desde un destino similar a la épica construcción que resume el paisaje de exposición infinita. Un paisaje que lleva ya siglos al servicio de los oníricos amaneceres. Cincuenta siglos recorriendo la luz la travesía de la fantasía.