Cuando sacamos a relucir el pañuelo de las despedidas es como si estuviéramos desalojando fantasmas de nuestro pensamiento. ¿Qué estamos pensando en esos largos minutos en que parece que la despedida nunca va a tener lugar? Algunos creen en el nerviosismo, otros creen en la incertidumbre y hay quienes hablan de inquietud. Ninguno de estos tres grupos de personas aciertan. La verdad es que toda despedida es una sensación. Esa sensación de la que casi nunca se habla porque se lleva por dentro y se procura evitar que salga a la luz pública. Sólo quienes entienden esta curiosa circunstancia saben lo que de verdad se siente cuando se dice adiós a una persona, un animal o una cosa; puesto que en las tres situaciones se experimenta la misma sensación: una especie de vacío que está llamado a convertirse en olvido.