Hace frío a orillas del Guatazales y estamos todos un poco desorientados. La brújula está estropeada y nadie de nosotros sabe orientarse por el método de las estrellas; así que decidimos; por consenso general (excepto Andrés que siempre lleva la contraria a todo), en seguir por el sonido del agua. Lo mejor es dirigirse hacia el mismísimo nacimiento de la corriente; así que todos (incluido el controversial Andrés) nos vamos hacia arriba… en el mismo instante en que, para aumentar nuestro desconcierto, comienza a llover con gran violencia ¡y encima nadie ha traído ni tan siquiera un chubasquero!. Son las ocho y media de la noche y nos estamos poniendo como una sopa. La más nerviosa de todas loas chicas es, en estos momentos, Elvira, que pierde el dominio de sus emociones y grita: !!Nos hemos perdido!. !!Nos hemos perdido!!.
El caos es tremendo. Lo que más me preocupa, en este instante, no es seguir adelante sino hacer callar a Elvira. Así que propongo que nos refugiemos en una choza cercana. Pero, al llegar a ella, nos encontramos con que la puerta está herméticamente cerrada a cal y canto, Elvira sigue con su ataque de histeria: !!Cómo vamos a poder salir de ésta ahora!!.
– ¿A dónde quieres que vayamos ahora cabeza de chorlito? – me suelta Carlos que siempre habla cunado debe estar callado.
La situación se hace, por momentos, insostenible. El grupo en su totalidad (somos trece) es como una banda de forajidos pero enloquecidos. Cada cual (unos y otras) propone distintas soluciones cada vez más absurdas. Yo, que soy el más tranquilo de todos, empiezo seriamente a preocuparme…
-* ¡Ya tengo la solución!. –le digo a todos y todas.
– ¿Cuál?. ¿Cuál?, ¿Dila por favor?. – ruega –Ana María.
Mariano, Maribel y Carmen están verdaderamente aterrados en esta noche infernal y desean saber cuál es la solución que voy a proponer. Las lluvia ya cae a torrentes sobre todos nosotros y nosotras.
– ¡Cruzar el río hacia la otra orilla!.
– -¡Pero cómo vamos a cruzar al otro lado si aquella orilla es sólo un descampado total! –protesta, como siempre, Andrés.
– ¡Cruzamos porque yo lo digo!, ¡Te has enterado!.!Que ya me tienes hasta las narices con tus constantes quejas mientras no aportas nada positivo para solucionar este problemón.! Y si no quieres seguir con esto mejor coge tus bártulos y te marchas!. ¿No ves que esto en como una selva y no tenemos salida por nin guna parte?.
José Luis inteviene par calmar los ánimos:
– Lleva razón Pepe…
El terco y díscolo Andrés quedas compungido pero, de todas formas, decide seguir con el grupo.
Así que todos nos quitamos los pantalones- chicos y chicas por igual, y nos atrevemos a cruzar el río. El agua está tan fría que casi se nos congelan las piernas. Así que, al llegar al otro lado, y en medio de la tormenta que cada cae con mayor violencia, todos echamos a correr por el descampado para entrar en calor.
Los pantalones se nos han quedado, olvidados, en lastra orilla y ahora ya no podemos regresar a por ellos.
-¡¡Todo por tu culpa!! – me chilla al oído la nerviosa Elvira. El oído me zumba como si me hubiesen dado un trompetazo en el mismísimo tímpano. Y ella continúa…
– ¡¡Tú y tus brillantes ideas!!.
Yo intento mantener la calme; pero tengo que zarandear con cierta brusquedad a Elvira hasta hacerla callar.
El suelo está completamente enfangado y nuestras botas camperas se hunden poco a poco en el lodazal. Cada vez es más pesado caminar y hay que tener cuidado para no resbalarse y pringarse de cieno. La lluvia no cesa de caer. Parecemos patos mareados por la forma que tenemos de caminar bajo este torrente de agua que nos cala desde la cabeza a los pies. Alguien del grupo está gimiendo. Vuelvo la cabeza hacia atrás y descubro a Ana María sentada en el fango y llorando a moco tendido.
– Pero ¿qué te ocurre ahora a ti? – le digo ya harto de la situación- ¿No te parece bien la idea de seguir hacia adelante por ver si nos encontramos con alguna pedanía habitable?.
– ¡¡Te odio!! – me suelta la Ana Maria-
– -¡Ahora no es tiempo de odiar! – le recrimina Andrés – ¡Deja tus odios para otro momento!. ¡No te fastidia con la niña malcriada!. ¡Algo hay que hacer ahora para poder salir de este atolladero es que todos nos hemos metido!…
– ¡Te odio… te odio… y te odio…!- me dice nuevamente Ana María, una vez levantada ya del fango. Su cantinela me suena ya a tango barrial.
– ¡Que dejes ya de odiarle tanto y espabila que la noche es larga! – le suelta Andrés con uno de sus características desplantes.
Así que Ana María no tiene más remedio que continuar hacia adelante aunque se acerca a mí y me dice al oído para que nadie más se entere: te advierto que te odio y nunca jamás dejaré de odiarte…
Yo me encojo de hombros y sigo adelante dirigiendo al grupo hacia el horizonte donde he visto brillar unas pequeñas luces-. O mucho me equivoco o aquello debe ser una pedanía habitable.
Observo al grupo con más detenimiento. Todos está asustados y discutiendo entre sí. Pero Carlos es el que más me preocupa porque es el más lento a la hora de caminar. A su lado, Luis intenta ayudarle (junto con Carmen) levantándole el ánimo para que no abandone y siga con el grupo.
Llegamos, por fin. A un terreno más seco, compuesto de antracita y algunas rocas donde sentarse para superar el cansancio. Yo sigo observando aquellas lejanas luces, Pero todos siguen con la cantinela de murmura por lo bajo sobre mis decisiones. Murmuran ello y ellas. Todos murmuran sobre mis capacidades. Algo así como que estoy loco y no sé lo que hago y que más locos son ellos y ellas por hacerme caso.
Al lado de las rocas hay una enorme higuera donde nos cobijamos y José Luis exclama: ¡Hora de comer!.
Todos se lanzan, ávidos y hambrientos, a comer higos hasta empacharse, sin darse cuenta de que estos higos no están todavía maduros y son verdes. Así que, a los pocos minutos de estar devorando higos, a algunos y algunas les empiezan a hacer estragos en el estómago. Algo así como si hubieran bebido algún purgante. Sólo “La Canaria” y yo no hemos comido de aquellos higos a pesar de que nos suenan las tripas del hambre que tenemos.
– ¡Pues estamos listos! –se queja de nuevo Andrés mientras siente el dolor en el estómago.
– -¿Ves a dónde nos llevan tus fabulosas ideas? – me suelta de nuevo Elvira.
Yo me limito a callarme y seguir observando el horizonte. Estoy seguro de que aquellas luces pertenecen a alguna pedanía habitable pero debo cerciorarme de que no sea un falso espejismo. Nadie más del grupo las ve porque están sólo ocupados en meterse los unos contra los otros sobre quienes son más culpables o menos culpables…
A Fernandito es al que más efecto le ha hecho la indigesta de los higos verdes y, no pudiendo aguantarse más, se lanza a toda velocidad hacia unos matojos que hay en medio un poco hacia la derecha y allí hace sus necesidades. Huele el aire a descomposición orgánica. Fernandito vuelve completamente pálido y abochornado.
– ¡Para que otra vez aporendas a comer! ´le increpa “La Canaria”. – ¡Y para que aprendas a ser un hombre verdadero en este tipo de excursiones!.
“La Canaria” es la más valiente de grupo y no tiene pelos en la lengua para cantarle sus verdades hasta al mismísimo lucero del alba. Y es que ya ha llegado el alba…
– ¡Venga!. ¡Venga!. ¡A movernos todos un poco!. ¡Vamos hacia el horizonte!- Y les señalo, con el brazo extendido el punto aquel dónde se ven pequeñas luces encendidas. Todos y todas comprenden ahora que llevaba yo la razón…
– Perdón…
Guardo silencio. Nadie sabe quien ha perdido perdón y nadie sabe por qué he guardado silencio ante ello. Me he juramentado a mí mismo seguir hacia el horizonte sin preocuparme otra cosa sino mi Gran Sueño de llegar a la meta. No me importa lo que diga ningún hombre ni ninguna mujer,
Al final llegamos todos juntos a la pedanía donde alguien está tocando una guitarra y cantando aquellos tan famoso de: “!Cuéntame cómo te ha ido por eso mundos de amor!. ¡Cuéntame si has conocido la felicidad!”.
Sigo guardando silencio. Pero ninguno de ellos ni ninguna de ellas podrá jamás olvidar aquella excursión por las orillas del Guatazala…
La verdad de todo aquello (silencios incluidos) depende de la opinión que cada uno de los allí presentes tenga hoy… mientras en la Almudaina brilla el sol y la codorniz hace su nido en las orillas del río.