La Gran Sala Azul de la Biblioteca Memphis tenía paredes de color azul. Dando la bienvenida se encontraba una maqueta, a escala reducida, del Atomium de Bruselas. El acristalado techo dejaba ver la esfera terrestre de la cúpula y, en el pináculo, las cuatro direcciones geográficas (Norte, Sur, Este y Oeste) estando, cada una de ellas, acompañada de tres figuras simbólicas: el Norte iba presidido por la estatua de una diosa walkiria que tenía a su derecha un dragón sentado a sus pies y a la izquierda el mazo de Thor; el Sur iba presidido por la estatua de un guerrero watusi que tenía a su derecha un león rugiente y a la izquierda una lanza; el Este iba presidido por la estatua de un filósofo chino que tenía a su derecha un búho a punto de volar y a la izquierda una balanza; y el Oeste iba presidido por la estatua de una amazona selvática que tenía a su derecha una serpiente enroscada en su tobillo y a la izquierda un carcaj repleto de flechas…
En aquel lugar, a tanta altura del suelo que se veía, desde las ventanas, una panorámica completa de la ciudad, se encontraba un total de cinco personas ávidamente leyendo textos diversos. En la pared de enfrente, entre otras varias piezas pictóricas, destacaba “La danza” de Henri Matisse que, casualmente, también representaba a cinco personas… sólo que éstas estaban desnudas y bailando cogidas de las manos. Estaba allí prestado, momentáneamente, por el Museo The Hermitage de San Petersburgo.
Una vez relajada su tensión, lo primero que se preguntó a sí mismo fue por sus señas de identidad. Meditó un largo tiempo: ¿quién era, en realidad, él?, ¿cuál era verdaderamente su búsqueda?, ¿qué profunda motivación la había guiado hasta allí?, ¿dónde debería ubicar sus parámetros personales?, ¿cómo podía encontrar la última respuesta?… y entonces comenzó a pensar en Juan Goytisolo y su “Señas de identidad”. Se lanzó, acelerado y nervioso, hacia el banco de datos de la computadora y buscó la referencia de aquella novela. Ávida y rápidametne, sin importarle la inquietud de los cinco lectores que comenzaron a sentirse nerviosos ante su constante ir y venir, se sentó frente a una mesa solitaria y comenzó a buscar algún signo primordial. Lo halló en la página 45: “familia, clase social, comunidad, tierra; tu vida no podrá ser esta vez más que camino de ruptura y desapego… sin patria, sin hogar, sin amigos, puro presente incierto, sin señas de identidad”. Se sintió como un personaje joyciano buscando la experimentación de la utopía…