Hay mundo ingrávido tras la puerta de Occidente. Una mujer con su niño en brazos. Una sirena de bomberos y un atardecer de más de media hora. Concurridas ciudades atraviesan el paisaje insólito de una nación convertida en muchedumbre y restos de antiguas verdades. Una mirada crítica alrededor de la suma de niños gritando auxilio de un lugar a donde no quisiera yo ir.
Años de criaturas vagando por montañas oscuras alejadas de la buena vida de Paris. Un vecino pesado que cuenta hazañas inventadas en una tarde como la de ayer. Somos sumisos a la introversión y ajenos a la verdad del hombre.
Parece mentira esconder bajo la camisa un libro de historias en donde la protagonista es una misma. Un libro de hojas caducas y renovadas hacen de el un nido de emociones encontradas. Diez años de observación bastaron para las primeras 10 páginas. Y es que tras un escenario complejo se esconde una simple y etérea verdad.
Majestad, ante usted me inclino con aires de bondad y atrevido disfraz que hacen de mi un hombre cordial y amistoso. Más yo, con todos mis años pesados no dejo de ser un truhán con dotes desordenados.
Amigo de vagos años en los que la inconsciencia mundana hacía de nosotros cólera por no saber caminar. Miro hacia la vida desde la muerte del sumo descanso y veo en sus pasos un caballero de fuerza flaca.
Ni mis diez años de victoria hicieron de mi alma una cosecha de frutas frescas o de cultivos deseados. Hicieron de mi mendigo en la noche por no saber ver el misterio de la suerte. Y rompí huevos en los corrales y derramé vino en la vendimias. Hoy por ser austero, cabalgo en la tristeza de unas cuantas gotas de ron.
Celebro la caída de los muertos que acabaron con la gloria de antaños días mejores. Celebro que muera el infierno en la nada de la esta vida que por todo justicia brinda y de la que nada se sabe.
Y sin sentido son la frases que interrumpen al callado invierno, y sin sentido es esta brújula que me orienta y no me permite ser de nadie si no del viento.