Después de unos días en Varsovia, decidimos hacer la segunda etapa de nuestro viaje y pedimos al hotel que nos buscara alojamiento en Cracovia. Así lo hicieron.
Nos desplazamos en un tren que hace el recorrido entre las dos ciudades en tres horas, ya que de antemano nos habían advertido de lo malas que son las carreteras polacas, así que descartamos tanto el autocar como el coche de alquiler.
El hotel en Cracovia estaba ubicado en el antiguo barrio judío, Kazimierz, de donde fueron expulsados de sus casas por los nazis sus propietarios judíos.
Andando el tiempo tuvieron la ocasión de reclamar sus propiedades y les fueron devueltas. El barrio es encantador, lleno de pequeños comercios, anticuarios, tiendas de artesanos, restaurantes y locales nocturnos que sobre todo en fin de semana se llenan de animación.
Cogimos sólo un tranvía para ir al Vístula, río que pasa tanto por Varsovia como por Cracovia, y el resto de los desplazamientos por la ciudad los hicimos caminando, porque el tiempo era además muy benigno: las jóvenes iban en camiseta de tirantes, en pleno mes de octubre.
Cracovia está lleno de iglesias maravillosas, como la de los Dominicos, palacios y otros edificios singulares. La Plaza del Mercado alberga, además de construcciones de esas características, una serie de puestos de venta de souvenirs y, sobre todo, muchos objetos de ámbar. Asistimos por la tarde a un concierto de piano en una de las iglesias que jalonaban el camino desde nuestro hotel a la Plaza del Mercado.
Preguntamos por la visita a las Minas de Wieliczka y nos facilitaron el corto desplazamiento en un microbús, en compañía de turistas alojados en otros hoteles. El recorrido por las minas de sal es muy ameno, no llega a notarse la profundidad a la que se baja, recorriendo salas en las que los artistas han ido excavando en la sal sus obras de arte, tales como capillas, salones, etc. Finalizado el recorrido, que se hace corto, se sube en un ascensor ultrarrápido a la superficie. Llovía a mares en ese momento y tuvimos que esperar un rato, refugiados como podíamos, a que viniese el microbus a recogernos.
Visitamos una de las dos sinagogas que existen en Kazimierz, pero la otra, que tiene adosado el más antiguo de los dos cementerios judios de Cracovia, estaba cerrada. El cementerio parece que existía en los tiempos en que Cracovia pertenecía al Imperio Austro-Húngaro, y el cementerio “nuevo” se habilitó por estar completo el antiguo. Sólo pudimos ver este cementerio nuevo desde las verjas, pues aunque en teoría hubiese debido estar abierto según el horario que aparecía en un cartel en la puerta, estaba cerrado.
La vuelta a Varsovia fue más problemática que la ida, ya que se averió el tren que hace el recorrido sin paradas y tardamos casi cinco horas, en unos vagones que parecían de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Si no fuera por los problemas del tren , me iría ahora mismito a Cracovia.
¿Hay más?… me siguen gustando tus diarios de viaje.
Gracias Carlota por contarnoslo.
Un beso
Bueno, no siempre andará mal el tren.
Mis viajes recientes ya los he contado, conté algo sobre París, sobre Italia (en un texto que creo se titulaba “Cuando cayó la bóveda de Asís”, del resto de países no he contado pero hace más tiempo… Y todavía me falta mucho por viajar.
Gracias a tí, Wersemei. Un beso.