El silencio de mi interior era absoluto. Sólo el leve murmullo del agua, como un fondo inmaterial, servía de contrapunto a algo que no era posible conceptuar. Yo solo. Solo y asomado al borde de mi propio límite. Mi sueño se cumplía. Era una línea contra el plano del barco y la superficie del mar. Era la total falta de memoria y el desencuentro más absoluto. Ni tan siquiera una grácil gaviota que me recordase alguna referencia de mensaje. El único mensaje que allí existía era una paz sin contenido; la absoluta paz de quien, sin dejar de existir, ya no vivía ninguna experiencia.
No había, en la atmósfera, nada reconocible. Y el horizonte era un círculo de trescientos sesenta grados (el círculo más absoluto posible) pero era sólo una línea que ni tan siquiera tenía color determinado porque aquello era un matiz gris sin ser gris, un matiz azul sin ser azul, un matiz verde sin ser verde, un matiz blanco sin ser blanco…
Sólo era un matiz indefinido que ningún pintor podría plasmar identificándolo en su exactitud porque aquello no tenía una traducción exacta.
Era la libertad ampliada hasta el límite de lo cognoscitivo pero sin ser conocido racionalmente. ¿Qué lugar ocupaba la razón en aquel espacio?. Ninguno. Ningún lugar para la razón tal como la entienden los concretos y ningún lugar para la razón tal como la entienden los abstractos. Simplemente era la cordura de perder de vista toda la razón. La razón, concreta o abstracta o como cualquier humano quisiera entenderla, se había quedado en alguna lejana costa o en algún lejano faro luminoso.
La única luz que allí había no tenía ningún carácter definitorio: era la luz del vacío más completo; de ese vacío en donde no cabe ningún objeto porque no había lugar para lo objetizable.
Todas las reglas de conducta habían desaparecido. No existían, porque allí no había posibilidades de tener conducta válida o inválida; allí no había conducta noble ni innoble; allí no había posibilidad de apropiarse de ningún aspecto vital y, sin embargo, allí la vida explotaba en toda su magnitud.
!Qué manera más intangible de sentir la vida en su máxima amplitud sin tener que efectuar ningún acto concreto ni ningún ejercicio del recuerdo!. Allí los recuerdos también se habían confinado a la no existencia. Ni tan siquiera podía yo recordar que estaba allí mismo, complementándome en mi horizontalidad absorbente… porque mi presencia no tenía ninguna clase de equivalencia ni de contenido más que el vacío.
Lo mismo podía extar existiendo como dejar de existir. en ambos casos no había ninguna memoria histórica que me lo hiciese recordar. En aquel lugar y en aquel momento no existía ningún lugar ni ningún momento. Era haberme introducido en una dimensión ilimitada que no se hallaba en ningún catálogo orientativo posible. Una dimensión tan fuera de los códigos que podría decirse que iba más allá de las dimensiones.
Ninguna regla aritmética o filosófica podría incluir, en su logística, aquella especie de sin medida. Ni la propia Ciencia, diosa inmortal de los sabios de este mundo, podría llegar a contener aquello que era incontenible Era el olvido de lo experimental. Ni tan siquiera la experimentación de estar allí presente podía ser considerada como algo válido; porque lo válido o lo inválido no eran valores que pudieran ubicarse en un espacio tan infinito y tan silente.
¿Cómo poder dar un significado a tal espacio?. Imposible, de todas las maneras humanas, responder a aquella incógnita, puesto que aquella especie de espacio ni tan siquiera era un espacio como se entiende en la realidad. Era algo tan intangible que venía a ser como escapar de todo detalle y quedarse únicamente con el espíritu… pero con el espíritu en su gradación más irreconocible, en aquella gradación que suponía la exaltación de toda carencia material.
Poder contemplar aquello, ajeno a toda circunstancia, era superar el yo en su categoría más expeditiva. Era separarse, por completo del yo e introducirse en el no yo. ¿Y qué significaba, en aquel momento y en aquel lugar, el no yo?. Significaba no poseer absolutamente nada, ni tan siquiera poseerse a sí mismo y, a la vez, no suponía abandonar la vida sino atrapar todo el contenido de la vida… pero atraparla no para vivirla llenándola de conceptos y de ideas sino para sustraerla todos los conceptos y todas las ideas hasta dejarla desnuda por completo; y en aquella profunda y abosluta desnudez no tener ninguna opinión, ni propia ni ajena, sobre ella.
En ese instante yo podría ser otro cualquiera porque mi libro vital estaba en vacío… sin color y sin dimensión alguna. y además sin ninguna intencionalidad de percibir nada que pudiera inscribirme como algo connotable.
Era un instante en que, a fuerza de no sentir ningún aspecto sentimental, me llenaba de toda la capacidad de sentimiento. Un sentimiento sin aspecto tangible ni ninguna otra clase de connotación superficial, sino un sentimiento hondo, profundo, inasible.
¿Qué suponía, para mí, hallarme fuera de cualquier concepción formal o parámetro identificativo?. No suponía nada más que estar ausente de mi propia presencia, como si las medidas del tiempo y del espacio hubiesen llegado a acentuarse de tal manera que hubiesen dejado de significar algo. ¿Para qué significar nada?. !Era imposible!. Ningún esfuerzo podría dar contenido a lo que solamente era una pérdida absoluta de mi identidad a la par que un encontrar la medida inexacta de mi desaparición en el plano de lo etéreo.
Existe una simple deducción de todo ello: que no existía ninguno de los conceptos que se manejan dentro de las referencias. Al no existir las referencias no existía ni tan siquiera el menor atisbo que se pudiese comparar con una idea. No existía ninguna idea reconocible o si existía debía de estar penetrantemente invisible para mi memoria; al menos lo suficiente como para no asumirla en ninguna dimensión.
Y lo más importante es que no me importaba, en absoluto, que se hubieran evadido todas las coordenadas. ¿Cómo localizarme así?. El punto final consistía en que no era posible localizarme, Y en esa pérdida de memoria residía, en aquel momento, la belleza de aquel no lugar, su inexistencia. Esa era la importaqncia de aquel acto sin historia.
Y poco a poco la niebla me fue cubriendo hasta ocultarme por completo…