DEformidad

A causa del oloroso oficio de arrancarse los pelillos de la nariz, cosa que hacía apresando entre los dedos índice y pulgar uno por uno de los pelambres cuya malsana pendencia a crecer más allá del límite cavernoso y estrecho de su aristocrática nariz, tenía ambos dedos más ocupados que de costumbre.

Pues si se tratase de mina de grafito paloforrada que desvastase sobre purísima celulosa o, mejor dicho, espermática planicie de nutricio carácter propensa a florecer de verbos, adjetivos y sustantivos, todos de familia sustanciosa, aquel hombre estaría más tranquilo… y mejor alimentado.

Sin embargo, gustaba ornar su persona de los calificativos imponderables de “meditoso y abundado de inspiración”, transido de los cuales se le facilitaba el remendar las concitadas de re-conocida heráldica gramatical y entonces, obtener del sentido sugerido cierta congruencia para con los encabezados del periodico-piedra al que sustraía su sustento el hombre, en este dicho momento, con dos dedos en la misma fosa nasal.

Era aquel un cuasiprofeta que extría agua de la roca y, dicho de paso, además intemeroso de la pinta gravedad que a todos postra, tarde o temprano, y en su tierna madurez manteníase de lo enterradamente salvo.

Mejor conocido por los próceres de la localidad de reputación saludable, peor degénero literario, como “el poeta muerto”.

LA MUERTE, sic., así, con todo el mayúsculo peso de la lápida que flocerece de una tumba fermentada por féretro o féretros, según la costumbre de cada región o lo que algunos rimbombantes analistas bautizan con esos tan dispares epítetos de sojustificada segregación que son “capacidad económica” y “poder adquisitivo”.

La muerte daba de comer al hombre, a nuestro hombre, como a todo homínido que fuese “componedor de epitafios” en fructífera relación con los marmoleros y floristas del camposanto único de un pueblo y que, en aquel día, no había desquitado ni la mugre bajo las uñas, las que admiraba con mórbido placer cuando entrellas aparecía el avergonzante filamento pardo que, hasta hace un doloroso instante, asomabase irredento y procaz.

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