Cocoluto el Magnífico, una vez reconvertido en ser humano, anda por la intrincada selva buscando a su amada. ¿Dónde estará Luanda? le pregunta a los frondosos árboles selváticos donde los monos aulladores le responden con un ruido ensordecedor. ¿Dónde estará Luanda?. Y el ruído de la selva se hace estrépito dentro del corazón de Cocoluto.
Pasa el tiempo y la verdadera razón de su existencia se va diluyendo, poco a poco, en las lagunas, en las estepas, en los montes arborícolas, siempre perseguido, en su afán, por los chillidos desgarradores de los monos. Es como si le estuvieran penetrando mil agujas en su corazón. Por eso Cocoluto el Magnífico, reconvertido en ser humano, sigue buscando a su amada Luanda más allá del horizonte anaranjado de la sabana africana.
El viento soplaba las ramas del viejo baobab que, en un recodo del camino, se erguía enhiesto en medio del atardecer. Cocoluto se apoyó en él y habló con su conciencia…
– Si me libré de los hechiceros y las brujas de la tribu mandinga doy por seguro que la he de encontrar a pesar de las envidias de aquellas gentes.
El baobab se convirtió en el anciano Kanuté, con largas barbas grises, plateadas por las brisas del aire.
– Cocoluto…
– ¿Dónde estará Luanda, Kanuté, dónde estará Luanda?.
Kanuté meditó un largo tiempo mientras un grupo de mariposas gigantes y amarillas como rayos de sol se posaron sobre sus ramas.
– Si sigues la línea zigzagueante que delimita las riberas del río fronterizo Cubangola encontrarás, ten por seguro, en el país vecino, el de los griots que cantan tus leyendas. Ellos te contarán mil cosas de Luanda y, entre ellas, dónde se encuentra.
– ¿Cómo puedo estar tan seguro de ello, Kanuté.
– – Porque he visto tantas personas sufrir en esta tierra polvorienta que las cenizas de todos los muertos calcinados por el sol me han enseñado a interpretar la vida. Pero no pierdas más tiempo hablando conmigo, que sólo soy un anciano baobab y tú, que eres tan joven todavía, olvida a todas estas gentes extrañas y no te detengas para mirar hacia atrás. Es mirando hacia delante la manera perfecta de encontrarla.
– Cocoluto el Magnífico recuperó su aliento, se acercó a la margen izquierda del Cubalong y no dudó en cruzarlo a pesar de la fuerte corriente que intentaba arrastrarlo hacia abajo, hacia Cuangar. Pero era más fuerte y poderoso el amor de Cocoluto por la bells Luanda que ninguna corriente, por muy fuerte que fuerte que ésta fuera, Estaba seguor de wue sucumbiría en el empeño.
Efectivamente, tras un largo tiempo de ir contra corriente, la magia espiritual de Cocoluto destruyó los ímprobos esfuerzos que, desde la tribu de los mandinga, hacían los hechiceros y las brujas envidiosas, para impedirle el regreso a su propia tierra.
– No hay hechicería alguna capaz de aniquilar el amor cuando el amor es noble y verdadero –le cantaban las lubinas mientras rozaban la piel de sus piernas. Eran como besos que devolvieron toda su fuerza al intrépido Cocoluto el Magnífico, convertido ya en leyenda del África Austral
– ¡Seguid vuestro camino hacia los pantanos del Morumi donde tuve que convertirme en cocodrilo para salvar mi vida y no os distraigáis conmigo que yo tengo mi meta puesta en la otra orilla y he decidido conquistar, si ejército alguno, los cantos blancos de los griots de mi propia tierra.
– Al salir la luz de la luna, una vez oculto el sol tras las lejanas montañas, Cocoluto alcanzó la orilla opuesta del Cubalong.
– Siempre te recordaré, Cubalong, por tus limpias y bravas aguas.
El río parecía tomar forma de serpiente lánguida y marchita… una serpiente que quedaba ya sólo como un recuerdo nada más; un elemento más que añadir a la historia de los griots que, de poblado en poblado, transmitían la noticia: ¡Cocoluto vuelve!. ¡Cocoluto vuelve adornado por el aura de la luna!. Y los niños y niñas del País de la Kwanza se dormían soñando con aquellas historias que adornaban la Hazaña de Cocoluto el Magnífico; el que se convirtió en cocodrilo para salvarse de los hechiceros malvados y las brujas envidiosas. Y el que ahora reconvertido en ser humano llegaba por la pradera, con sus pies desnudos deslizándose suavemente por entre los bejucos, pisando hierbas buenas y buscando el final de su sueño.
– ¡Bienvenido, Cocoluto –le saludó el griot Npole.
– ¿Dónde estará Luanda? –era sólo la única cuestión que le interesaba saber a Cocoluto el Magnífico y no historias ni leyendas que le interesaban sólo para meditar y nada más.
No era hora de meditar con Npole sobre lo posible o lo imposible. Había llegado el momento de su verdad y su verdad se llamaba Luanda.
– ¿No estás interesado en ser uno más de nosotros, los griots de las palabras blancas que dan la vida y encantadores que podemos transformar el dolor en alegría?.
– ¿De qué dolor me estás hablando Npole?. No. No me interesa transformar ningún tipo de dolor en nada. Sólo me interesa Luanda.
– Está bien. Luanda está en el Reino Ndongo, resguardada de todo mal. Sigue la estepa caliente de las flores y el verde esmeralda. ¡Allí está Luanda!.
Cocoluto el Magnífico, que no necesitaba para nada ser leyenda o no serlo, caminó durante siete jornadas hasta que, al fin, entró en el Reino Ndongo. El rey Wanchope salió a recibirle.
– ¿La buscas de verdad?.
– ¡Jamás yo, Cocoluto el Magnífico, he mentido en esta cuestión!.
Sin más que decir ni hacer, y viendo el rey Wanchope que Cocoluto decía sólo la verdad, a un gesto de su mano, apareció, como un acto de magia, la bella y hermosa Luanda y Cocoluto, tomándola de la mano, se adentró con ella en el Bosque de Quiçama para vivir alli, entre los pájaros multicolores, muy lejos de los insoportables monos aulladores, los locos hechiceros y la envidiosas brujas, una historia de amor interminable.
Y todavía en toda el África Austral se siguen narrando, en las noches de luna blanca, la Hazaña de Cocoluto el Magnífico y su verdadera Historia de Amor con Luanda, que traspasó todas las fronteras…