Cocoluto el Magnífico (Cuento Africano)

La luna roja lanzaba su luz sangrante sobre el Bosque Petrificado donde los hechiceros de la muerte y las envidiosas brujas del mal, realizaban uno y mil conjuros para destruir la fuerza de voluntad de Cocoluto quien, en medio del poblado, en pie, no doblaba sus rodillas, por más que aquellos lo intentaban, ante del ídolo de los namaqua. Los brujos mandingas habían acudido en masa para ayudar en aquella mascarada de sangre y muerte…
Cocoluto sabía que le quedaban apenas unas cuantas horas de vida antes de ser quemado vivo. El olor del fuego se extendía por toda la selva y el aire, caliente, abrasaba la piel de ébano de todos los fieros guerreros que bebían y se emborrachaban, pintados sus cuerpos por pinturas de rayas y círculos azules. Todo era un Círculo de Muerte alrededor de Cocoluto el Magnífico.

La noche avanzaba y el reyezuelo Swapo, junto con el sacerdote tribal Nujoma, hablaban en medio de la borrachera general.
– Simplemente haremos justicia –decía Nujoma- haremos justicia por haberse negado a unirse a la princesa Windhoeck. ¡Eso jamás puede ser permitido!.
– ¡Está bien, Nujoma!. ¡Esperemos a que la luna esté en lo alto del cielo para celebrar el sacrificio!. ¡Cocoluto debe pagar con su vida para aplacar la ira del dios Ondangua!.
– Si. Y después esparciremos sus huesos por la Costa de los Esqueletos. ¡Allí es donde los buitres terminarán de comerse sus restos como viene siendo siglo tras siglo desde nuestros primeros antepasados bantúes.
La música de los tambores tronaba en el Bosque Petrificado yen toda la selva donde las lianas parecían danzar una especie de baile infernal. El ulular de los búhos se escuchaba desde un confín a otro de aquella enmarañada selva y los monos aulladores gritaban atormentando el cerebro de Cocoluto el Magnífico que permanecía de `pie ante la expectación de toda la tribu namaqua. Los más jóvenes y jovencitas no ocultaban su admiración por él. ¡Aquel hombre jamás doblaría sus rodilla ante el ídolo Ondangua!. Por eso, a pesar de que gozaban con aquella Ceremonia de la Muerte no dejaban de admirarle; ante la crispación de los hechiceros y la desesperación de las envidiosas brujas. Los griots negros comenzaron a cantar poemas de muerte. La noche cada vez era más oscura. Y en medio de todo aquel infierno los fieros guerreros, extasiados por la danza y la bebida mientras esperaban ver a Cocoluto de rodillas aceptando como esposa a la esquelética Windhoeck, iban cayendo al suelo… perdidos sus sentidos en medio del canto de los griots negros.
Dos horas más tarde todo era silencio. Toda la tribu dormida formando el Círculo de la Muerte alrededor de Cocoluto.
– ¡Ahora Cocoluto, ahora, escapa ahora! –le chilló la luna roja.
Cocoluto sabía que era casi imposible escapar de aquellos mandingas que tanto poder otorgaban a los hechiceros y las brujas de los namaqua… pero si existía Dios… y él creía en un Dios superior a todos aquellos sacerdotes ocultas sus caras bajo las máscaras del terror… aquella podría ser la única ocasión de intentarlo y, saltando por encima del cuerpo de todos los hombres y mujeres yacientes en el suelo, salió corriendo, como si el viento pusiese alas a sus desnudos pies, hacia la selva cercana.
– Sigue… sigue…. Sigue… -le ayudaban en el esfuerzo las aves multicolores que habían despertado ante aquel silencio espectral. –sigue y no te detengas pues ya los fieros guerreros se levantan.
En efecto, pocos minutos después de que Cocoluto se adentró entre las primeras arboledas de la selva, el sacerdote Najuma dio la voz de alarma.
– ¡Levantaos todos, inútiles guerreros, porque Cocoluto ha escapado!.
– ¡No te preocupes tanto, Najuma –le cortó la voz chillona y discordante el rey Swapo!. ¡Mis fieros guerreros, con la ayuda de los hechiceros, las brujas, los cantos negros de mi griots y el apoyo de los magos mandingas, dentro de pocos minutos estará en nuestras manos y, en nombre de Ondangua yo te juro que serán los últimos minutos de su vida.
– ¡Quiero venganza!.!Quiero venganza! –chillaba neuróticamente, como producto de las drogas consumidas, la esquelética Windhoeck – ¡Quiero ser yo misma, con mis propias manos, la que raje su hermoso cuerpo atlético en tiras, poco a poco, lentamente, para hacer más larga su agonía.
Pocos minutos después la selva se convirtió en un verdadero infierno de voces estridentes, de conjuros y maldiciones, de uluares de búhos, de gritos de los monos aulladores. Un infierno mientras Cocoluto seguía corriendo, cada vez más sudoroso y agotado, por la intrincada selva. Cayendo. Levantándose. Volviéndose a caer. Levantándose nuevamente…
– ¡Corre más, Cocoluto, corre más! –le decía la luna roja.
Cocoluto sabía que si conseguía atravesar la selva y la zona pantanosa de Etosha tendría posibilidades de llegar hasta Cuangar sería su salvación. ¡Pero sabía que era imposible aguantar mucho más tiempo aquella carrera contra el reloj de la muerte. Los mandinga sabían muy bien por donde debía ser cercado y daban órdenes a los guerreros namaquas para indicarles por dónde debían correr para cercar a Cocoluto el Magnífico. En la aldea se habían quedado los niños, las mujeres y los ancianos que, en el fondo. A pesar de su odio hacia Cocoluto lo admiraban tanto que coomenzaron a llamarle el Magnífico. Cocoluto sería despellejado por la víbora esquelética Windhoeck, sería quemado vivo en la hoguera y, para terminar con la Ceremonia de la Muerte, sería arrojado a la Costa de los Esqueletos para ser devorado por los buitres carroñeros.
– Cocoluto pasaba por entre las víboras y las culebras esquivando sus mordeduras. Eso le hacía perder mucho tiempo pero si no llegaba vivo hasta Cuangar… no tendría ya ningún sentido seguir con vida. Y es que en el interior del corazón de Cocoluto, éste guardaba un misterio.
– ¡Lo iré despellejando lentamente hasta saber cuál es el misterio que se esconde en su corazón y luego me comeré crudo ese corazón para acabar definitivamente con su misterio!- seguía tramando la esquelética Windhoeck mientras soltaba juramento tras juramento y blasfemia tras blasfemia.
– ¡No perdáis tanto tiempo, inùtiles –azuzaba el sacerdote tribal Najuma a sus guerreros!.!Es necesario que no salga de la selva y alcance la zona pantanosa de Etosha!. ¡En esos pantanos la vida es imposible!. ¡Y le quiero vivo, habéis oído, inútiles, le quiero vivo!.
Los guerreros de la muerte se animaban unos a otros con voces estruendosas, todavía bajo los efectos de las bebidas y las drogas mientras los griots de los cantos negros seguían cantando a la muerte, los hechiceros continuaban lanzando amenazas y las envidiosas brujas continuaban con sus juramentos y conjuros.
– ¡No es posible, Cocoluto, no es posible llegar hasta Cuangar! –le gritaba la luna roja.
– ¿Qué solución me queda entonces?.
– Ninguna, Cocoluto, salvo que te internes en la zona pantanosa de Etosha.
– ¿Pero eso es morir vivo?.
La luna roja ya no siguió hablando pues los guerreros de la muerte ya estaban a pocos metros de allí y la escucharían con total facilidad.
Cocoluto no tenía más que dos alternativas: o entregarse a la tribu del reyezuelo Swapo o morir en Etosha… a no ser que se produjera un milagro de ese Dios en el que él tanto creía.
Cuando ya todos los guerreros namaquas lo tenían casi totalmente cercado sólo le quedó la segunda alternativa así que, sin pensarlo dos veces, aceleró el ritmo de su carrera dejando de nuevo atrás a todos sus perseguidores.
– ¡Tengo que saber qué misterio se encierra en el corazón de Cocoluto! –seguía juramentando la esquelética Windhoeck entre blasfemia y blasfemia. -¡Y odio que todos le estén ya nombrando como Cocoluto el Magnífico.
Cuando éste llegó a alcanzar los pantanos de Etosha fue descubierto por el brujo sacerdote Nujoma.
– ¡Aquí está!.!Ya lo he encontrado!. ¡Venid todos aquí inútiles!.
Tan potente fue su chillido que despertó a una víbora mortífera que, en décimas de segundos, mordió la pierna del brujo sacerdote.
– ¡Maldita víbora!. ¡Me ha matado!. ¡Ya no podré ver con mis ojos cómo los buitres carroñeros acaban con él.
Cuando los guerreros de la muerte llegaron al lugar ya Cocoluto se había lanzado a las profundidades del pantano Pan convirtiéndose, milagrosamente, en cocodrilo.
Nadie lo pudo ver. La luna roja parecía sonreír y el rey Swapo comprendió que él moriría muy pronto a mano de los furiosos hechiceros, las envidiosas brujas y su propia hija, la esquelética Windhoer.
Los búhos dejaron de ulular.

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