Y decidieron construir un caballo de madera, cuyo vientre estuviera hueco para que pudieran entrar varios guerreros. Lo dejaron a las puertas de Troya, ya que los troyanos veían en el caballo una representación del Dios. Y al anocher…cuando introdujeron el caballo en la ciudadela…”
Usted, con su amplia disertación, nos muestra un Caballo de Troya, cuya panza está llena de argumentos “legales”, de citas que bordean la “génesis teológica del derecho”. Me sorprende tanto empeño en no dejar que “sea la comunidad social” la que llegue a decidir en forma consensuada y, sobre todo, libre. Como norma no es lógico que se hable de lo que no se conoce, y este el caso de la ley, que crea un articulado para determinar causas y efectos. Si la causa del sentimiento de atracción entre dos hombres o entre dos mujeres genera la necesidad de “convivencia”, el que usted presuponga que es causa sexualis y no afectiva…es como negar la biología emocional de una hembra chimpancé por su cría. A esto lo llamaría usted síntesis natural del amor. Diseccionar el término amor, afecto o incluso efecto de estas vivencias, nos llevaría a descubrir que el “gozo de los placeres” (y cito a Foucault, en su historia de la sexualidad) es inherente a la evolución de las sociedades.
Su Caballo de Troya lleva “argumentos de armas pesadas”, y tratan, por sorpresa, aparecer en la noche para atacar. Si usted no siente amor, afecto, ni siquiera esa “amistad íntima” con un ser semejante a usted en estructura fisiológica (ya ve que no cito otro hombre), pues quizá es su destino. Otros muchos y otras muchas sí lo sienten. ¿Se ha de privar de este sentimiento a los demás? Su legislación es taxativa: dada la norma nada que no se atenga al rigor mortis de la lex, es posible.
Su Caballo de Troya corre el riesgo de perpetuar, una y mil veces, la quema total e indiscriminada de la Ciudad de Troya.