“Yo canto a la chillaneja si tengo que decir algo y no tomo la guitarra por conseguir un aplauso. Yo canto la diferencia que hay de lo cierto a lo falso, de lo contrario no canto” (De Violeta Parra, poetisa chilena de San Carlos, en Nuble, nacida en 1917 y suicidada de un pistoletazo en 1967.
Guitarra de mis 8 cuerdas. Guitarra de mi Verdad. Yo canto sólo a gorriones que viven en la ciudad y, al salir a los campos, le canto a todas las flores que a mi paso hallo por ver si en ellas estás.
Acaricio las 8 cuerdas de mi guitarra y templo las líneas exacta hacia alguno de mis compañeros y compañeras pensando solamente en ti, la De los Ángeles Vivos: En lo violeta de tu sonrisa baila la fiesta del torrente alegre y yo silbo como una centella una canción de amor sin ruídos. Esta mañana estoy nadando en el vacío sonámbulo de la aurora de primavera, mientras la vida flota en la luminosa estela de un pequeño rayo de luz. Hay un silbo de onda pura
en las hojas frescas del almendro y un bosque de corales y de náyades sueño en las borradas huellas de mi paso. Las alas del viento traen perfume misterioso como rumor legado de la creación entera y una alfombra de blancas perlas se mece sobre lon gnomos y los elfos del bosque. Entro en el bosque que atraviesa el mundo y me acerco a la idea de un planeta sin forma; un planeta distinto a todos los conocidos que ha dejado de girar sobre su eje para hacer visible esta instantánea de bosque, nubes y bruma matinal. Más allá, dónde aparece el sol. la existencia se hace luminosa en el éter y yo me adhiero a las plantas del camino para ser siplemente ámbar de arrebatado sonido. Al igual que lo es el infinito también aquí el tiempo es una línea
horzontal con la tierra y con las casas. Los habitantes del planeta surgen
por las esquinas y los costados abiertos y ya, compuesto de ojos habituados a vernos, me acomodo en el perfume de las rosas rojas.
La noche está soñando ángeles de amor en tus pupilas y hay estrellas tan fugaces
en ese tu mirar enternecido que no existe distancia tan temprana como ver tu mirar en mis caricias. Lejos de todo este mundo mudo se escucha la voz de mi poesía
dándole calor a tu presencia en medio de esta noche tan vivida. Me seduce la sombra de tus ojos llenos de nostalgia y de pronombres y me nombras evocando la llegada
del nuevo sol en la frontera. Más acá, en el lecho acostumbrado a los besos ardientes de las flores, Dios ha puesto su Palabra en la vida de toda tu presencia
y yo tomo la vela encendida en este pequeño hogar llamado anhelo y te hago fantasía hecha poema en medio del nacer de lo infinito. Soy yo el verso derramado en tu cuerpo de roja sinfonía y el ritmo de tu corazón ardiente palpita en mí como un silencio. Silencio. Todo es un principio inacabado que sigue la huella de tu lecho
y cual crepúsculo encendido de amapolas la roja sangre se vierte en tus entrañas. La noche sueña con umbrales abiertos en tu espacio de minutos que, segundo tras segundo, ya palpita en el centro de tu imagen sumergida y yo me busco en tu oleaje
para sentirte en la playa de mi sueño convertida en hembra adolescente
que me observa desde la arena en que reposas. A tu lado mi guitarra yace herida
de amor y tránsfuga presencia para estar con tu cuerpo entre mis manos
como un vals de estrellas en tu boca. Soy yo quien te envuelve en la espuma
de las olas que acarician tus caderas y entras a formar parte de la imagen
de la interna sensación de mis arterias. Sangre a sangre, cuerpo a cuerpo,
tu voz calienta mis sentidos mientras bajo esta luna de alma engrandecida. En la playa menor descansas pura y a tu virginal presencia inmarchitada le pongo una rosa entre sus manos. Acaricio entonces mi guitarra haciéndola cantar en media noche
como un poema de amor eternizado bajo el cielo saturado de estrellas. Ya no hay otra cosa que perdure más que mi amor sobre tu cuerpo enervado. La playa arde en esta noche en que uno mi sueño a tu belleza.
Y te recuerdo en la memoria de mis dedos cuando escribo tu nombre en las estrellas; en este anochecer de soledades, donde la cama está fría sin tu cuerpo, cuando las horas de mi reloj se vuelven un lento recordar ese ayer en que reías. Y te recuerdo en la memoria de mis dedos cuando rozo las sábanas vacías y el frío se cuela por la ventana, se enrosca en la humilde bombilla de la buhardilla y me aprieta las venas con su concierto de música de jazz. Y te recuerdo en la memoria de mis dedos cuando tocan las teclas de la computadora y empiezan a computar números imaginarios que van desde el alfa hasta el omega y, desde allí, se lanzan al infinito recuerdo de tus rojos labios. Y te recuerdo en la memoria de mis dedos cuando rasgo las cuerdas de la guitarra con su canción de silencios… cuando la luna brilla sobre la almohada del cansancio, la fatiga y este seguir escribiendo en el aire sílabas sueltas. Y te recuerdo en la memoria de mis dedos cuando escriben el siempre penúltimo poema amoroso de la noche: Solo existe la luz de tus ojos en este sentir / en este estar soñando con el alba de los sentimientos / en este quedar dormido con la mano acariciando tu rostro y tu cabello / en este no morir jamás sino en el interior de tu corazón.
Un hospital con dos jardines opuestos. A un lado el de los locos: grande, espacioso, lujoso. Al otro lado el de los enamorados: pequeño, instintivo, íntimo. En el jardín grande los locos danzan como marionetas movidas por las manos de un mago inmisericorde. En el jardín pequeño tú y yo escapamos de la locura grabando, en el viejo tronco de un árbol caído, el nuevo corazón de nuestras realidades. Una playa con dos costas opuestas. A un lado la mayor: la de los ricos, magnates y opulentos seres del dinero. Al otro lado la menor: tú tumbada en la arena y yo rozando con las yemas de mis dedos la guitarra de tu canción favorita. Un autocar con destinos opuestos. Uno minúsculo: el de los incrédulos, los neutrales y los desnaturalizados. Otro mayúsculo: tú sentada mirando el anochecer a través de mis ojos y yo besando tu mirada… Triángulo… amoroso triángulo de mi Grande Sueño…
Y se pusieron muy serios conmigo. !Que fea costumbre tenían de ponerse siempre muy serios por todo!. Y me llamaron al orden. !Qué manía tenían de no comprender aquello de que la Revolución triunfa si comienza por ser la Revolución de la Alegría!. Y me plantearon un dramático dilema… – Escucha Diesel. Esto es muy serio. Déjate ya de anarquismos y concéntrate en la Causa. Te lo vamos a decir directamente y sin ambages. Elige. No pueden ser las dos cosas. O Marx o la mujer desnuda. Y yo sin pensarlo dos veces elegí mortalmente a la mujer desnuda. Y se pusieron como fieras conmigo. Y me dijeron que había perdido el rumbo. Y me llamaron traidor a la Causa. Y me quisieron apagar la voz. Y me expulsaron. Y me condenaron a vivir en la masa silenciosa del lumpenproletariado. Y me hicieron hablar con El Gran Maestro. – Escucha Diesel. No esperaba eso de ti. Sabiamos que teníamos que corregir tus efusiones ácratas. Pero esto es muy serio. Deja a la Gaviota Roja. Deja a la mujer desnuda y concéntrate en Marx. Esperamos mucho de ti. No traiciones la Causa. Entonces yo ya no pude aguantar más mi silencio y estallé ante El Gran Maestro. – Escuche usted por una vez en su vida. ¿La Causa?. ¿Cuál es la Causa de todos ustedes?. La están siempre enredando con dialécticas y praxis complejas, con sombras y luces. No. No es esa mi Causa. Mi Causa es y será siempre la de los gorriones. Y entonces me cerraron las puertas de sus grandes conciliábulos. Pero no me importó porque a cambio elegí la libertad. Y tomé mi guitarra y mi voz que habían querido silenciar. Y la Gaviota Roja se volvió a desnudar una vez más y con la risa cantarina de todo su cuerpo tomó también su guitarra y se vino conmigo. Y desde entonces nos dedicamos a la Causa que es, sencillamente, ir de lugar en lugar y en lugar sembrando gorriones grises que hablan de amor y de paz. Que como dejó escrito Antoine Vicent Arnoult (“La libertad no existe cuando desaparece la igualdad”) yo añado que sólo somos libres cuando dejamos y abandonamos los caminos de las ideologías absolutas, obsoletas e inútiles (y vanas) de cara al futuro…
Cementerio de la Almudena. La tarde está gélida. En torno al féretro hay un silencio que se llena de magia… es la magia de la Vida que aletea sobre la Muerte. Lejos del grupo comunitario de los allí presentes, se encuentra “El Elefante Azul” con sus torpes movimientos. El suelo es resbaloso y cualquier paso en falso le puede hundir en la muerte eterna. Alguien, allí, en medio del silencio, no puede llorar… no puede llorar porque le da miedo llorar… Decía Charles Peguy, un filósofo, escritor, poeta y ensayista francés de finales del XIX y principios del XX (que había nacido en la ciudad de Orleans, la misma que fue saqueada por Atila en el año 451 después de Jesucristo y que fue, en 1429, defendida por Juana de Arco ante la codicia de los ingleses que la habían cercado) decía, repito, aquelllo de: “El triunfo de la demagogia es pasajero, pero su ruina permanece”. El Elefante Azul usa una demagogia barata. La demagogia de las pistolas obsoletas de la época de la Guerra de los Cien Años. Una Astra robada y sin munición. La misma demagogia que utilizaba José Antonio Primo de Rivera durante la guerra civil española. Y es que al Elefante Azul le entusiasma aquello de “defenderé mis ideas con las pistolas”. Y todo ello lo piensa sin respetar el respeto de la comitiva que, como costumbre española, guarda silencio. “Yo recuerdo aquel ayer”… piensa, en el bando contrario, un seguidor de la Paz. “Yo recuerdo aquel ayer en que la Virgen del Pilar dijo que no quería ser francesa sino capitana de la tropa aragonesa”. Bien. No importa esto ahora. Lo importante es que alguien tiene miedo a llorar. Alguien que es de Extremadura pero no precisamente de Badajoz sino de Cáceres. ¿Y qué tendrán los pueblos cacereños que tanto se parecen a los onubenses?. Tampoco importa. Quien piensa que Jesucristo debería dar segundas oportunidades a quienes no pudieron gozar de la libertad, no es cacereño sino relativamente pacense. En el cermenterio madrileño de La Almudena los cipreses, como siempre, siguen alargando sus sombras. Ante la quietud y el miedo del Elefante Azul y sus dos adláteres (llamemósles Mofeta y Monicaco) es el pacense, ahora ya no tan relativo sino absoluto… quien camina por el pasillo resbaloso y lo camina sin dudar. No hay miedo en su mirada pero alguien tiene las gafas oscuras puestas porque le da miedo llorar no sólo por ella sino también por sus tres hijos… Sopla el viento levantando hojarascas amarillentas, secas por el paso del tiempo, mientras una bruja intenta frenar los pasos del extremeño. Pero al pacense no le dan miedos las brujas de las cartas. Son, para él, solamente papel… igual que son para él simple papel El Elefante Azul, Mofeta y Monicaco. Simple papel. En el teatro del cementerio madrileño no se está celebrando una comedia, ni tampoco un drama… porque lo que se está celebrando en el cementerio madrileño es una tragedia. Como si, por ejemplo, la estuviera escribiendo Tespis dentro de su carromato tirado por una yunta de bueyes y acompañado de un sinfín de bufones. Y es que hay ciertas bufonadas que son en verdad representaciones fieles de las tragedias vivas. El Elefante Azul quiere irse de allí pero una fuerza extraña le clava los pies sobre la arena. Y además hay otra mujer que falta… falta a la cita… asustada… sumamente asustada… porque sabe que la verdad va a ser descubierta por el poeta de Extremadura. Algo así como un José María Gabriel y Galán siempre con su guitarra en la izquierda a la hora de “El Desafío”. Allí nadie Canta el Cara al Sol sino que todos cantan el Cara al Cielo… menos El Elefante Azul, sus dos adláteres y la bruja, que sólo están con el rostro pálido y el cuerpo descompuesto. Como siempre son los dos adláteres titerescos que maneja El Elefante Azul como emisarios y espías los que salen al encuentro del poeta extremeño. ¿Será quizás la sombra fantasmal de Francisco López Arza acompañando al poeta Santos Dominguez?. El caso es que el poeta extremeño sigue siendo una verdadera incógnita para El Elefante Azul, sus adláteres Mofeta y Monicaco y la bruja de la cartomancia (que sabe que sus cartas están mojadas y han perdido su falso valor). Y es que las últimas lluvias han limpiado la atmósfera. La meta final de aquel poeta no es, precisamente, El Elefante Azul como errróneamente están creyendo todos los asistentes al entierro. No. La meta final del poeta exstremeño es hacer que la mujer que no puede llorar porque le da miedo lo que El Elefante Azul pueda hacer con ella y sus tres hijos. Silencio. Mucho Silencio. El Elefante Azul espera el abrazo. Y no. No es eso lo que le importa al poeta. La tragedia se está convirtiendo en una Leyenda de Extremadura. ¿Quizás “El abrazo del muerto?¿Quizás “En la Fuente de Xana”?. Errrores. Todo son errores en la bruja de las cartas. Sólo se trata de “La sirena de Villanueva de la Serena”. Badajoz… Recibe el poeta el beso pero no le interesa el beso… le interesa saber por qué tiene miedo de llorar… y le interesa saber por qué tiene miedo de sus hijos. La Leyenda termina con el Milagro que se encuentra muy cerca de los raíles del tren Madrid- Badajoz… pasando por tierras cacereñas…
Suena por teléfono tu sonrisa triste de estar lejana en mi guitarra cuando los astros celestes se encienden atrapando a los hombres en sus sombras. Suena por teléfono tu voz ahogada por el eco de los vientos de las costas que están al otro lado del mar… y yo medito en mis silencios pensando en barcos navegantes que cruzan tus pensamientos marineros para darte una esperanza de gorrión.
Yo he visto la tristeza semioculta en un hueco con los vestidos raídos y la esperanza al viento, los brazos extendidos, los labios entreabiertos, decir unas palabras que tienen sentimiento… Yo he visto la tristeza cruzar por las calzadas con ojos sin miradas y apoyada en cierzo; con ojos lastimeros de luces apagadas
mirando algo cansada por venir de lejos… Yo he visto la tristeza con capucha rala, con paso arrastrado por los años del tiempo; las manos temblorosas, los hombros encorvados, la voz muy arrugada y los pies sin tiento…Yo he visto la tristeza
envuelta en los periódicos, y en las hojas mustias que se lleva el viento; verse desnutridos senos atormentados con su fruto yerto… Yo he visto la tristeza
sonar en la guitarra, silbar una tonada o recordar un cuento; aterirse de frío asomada a la ventana y enterrarse con ceniza en un oscuro huerto… Yo he visto la tristeza en los días nublados desnuda caminando por el pensamiento, bajo una clara luna, vestida con harapos, notarse su presencia como algo nuestro…Yo he visto la tristeza bajo luces de candiles dormida en el suelo bajo el cielo abierto y la he visto los domingos caminar por los jardines disfrazada de lluvia, de rosales y de abetos… Yo he visto la tristeza en los ojos de un niño, en la risa de un hombre,
en las barcas de un puerto. Yo he visto la tristeza por todos los caminos y la he sentido, incluso, en mi cuerpo dentro…
Quiero, como el viento, besar tu boca roja y, despacio muy despacio, entrar en tu conciencia de hembra abierta a los plenos rayos de la luz sin ver más allá de tu sueño marcado por el alma para ahondar, en medio de la bruma, en tu pecho
entero por dentro y temblando a la vez que hirviendo la carne nominada, y toda entera, entre tus brazos. Quiero con el llameante fuego penetrar en tus pupilas
y en el deseo entero de tu pecho al desnudo sentirme quietud de luna caminante, en la sombra de tu cuerpo asentado en el centro de mi locura. Quiero ser el volcánico llamado de tus fuegos entrando en tus muslos duros de dormida escena y pasar, poco a poco y en silencio, por las dunas de tu quedarte en esta cita encendiéndome. Quiero estar tan cerca de tu sorprendido beso que el pentagrama de tu cuerpo me despierte
sujetado a tu sueño vivo, hondo, en el lecho de un color de fucsia en todo tu vientre. Y hacer que la felicidad de besos superpuestos, en la noche dulce de esta cumbre amorosa, sea donde todo es penetrar como pájaros envolviéndonos en un canto de espumas. Envuelto en las cuerdas de mi gutarra que rozo suavemente con los dedos para no hacer daño al tiempo.
Miro a la pistola y pienso en Violeta Parra. En la violeta que un día dejé escrita con versos de la Verdad: Se vistieron de blanco en octubre las palabras violetas de tu piel y retornaron de su inocente oleaje con sentires de tierras mojadas. Me dijeron que tu alma quedó en un puerto escondiendo lágrimas de miedo… pero si preguntas por mí sabrás que sigo siendo ilusión en los caminos. Soy hora propicia para tu llegada con el hueco abierto de mis brazos y las luces de mi puerta encendida
espera tu regreso con párpados abiertos. Porque siempre tú levantas la temperatura
de este deseo que siento en mi pecho y en este planeta alimentado de ideas
eres el sueño de mundo donde vivo.
Y camino junto a la parra de aquella infancia mía: En el corazón de la comarca de la Vega Baja se encuentra El Ventorrillo, en medio de un paisaje apretado por las posesiones del aire, con colores vivos y secos, con una luz ondulada que rezuma en las cosas una densidad ovoide que hace vibrar las ondas de la superficie de la acequia. Así me encuentro yo con la vida etérea de Don Pepe, la Carmen y los abuelos que me invitan, nada más llegar, a un almuerzo de pepinos con tomates, espárragos de marca autóctona y una serie de embutidos rodeando la adición de una paella murciana, tan distinta de la valenciana que hace diferente el color de su arroz. Corre la modernidad de los automóviles por allá abajo, por la carretera gris que rodea a Librilla y marcha hacia Alhama… Las perdices, en el atardecer, inician una sinfonía dualista que hechiza lo sorpresivo de este mundo. En la aldea todo es sensación de huerta y de limón, sensación de uvas emparradas dando sombra al porche donde todos, sentados, exploramos las ideas en medio de una charla fecunda. Escuchamos a los abuelos. !Ay de aquella época de jinetes galopando por la vega con los pantalones paneados y las alpargatas, mientras los gallos montaban a sus hembras con fingidas indiferencias!. Empieza ahora lo más bonito de este proceso: ver aparecer la luna por encima del valle oriental mientras allí, en el occidente, el sol brilla sobre el pico de la lejana montaña. Ya pasa la calor. Ya pasa el entendimiento de las horas. Ya pasa la historia de lo que fue y lo que no fue. Y nos acercamos a las confidencias alrededor del tintorro que nos refresca la sed desde el vidrioso porrón azulado. Siguen los abuelos. !Ay de aquel tiempo de cucañas de jabón y grasa mientras los cuclillos se reían de los zagales que intentaban aprovechar las sombras para robarles besos a sus enamoradas mozas refugiadas en los brazos del sueño!. A la sombra de la parra medito sobre las circunstancias cambiantes de la aldea…
Ahora sí. Ahora retomo la canción de Violeta Parra para convertirla en vida y no en muerte: “Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me dio dos luceros que cuando los abro perfecto distingo lo negro del blanco y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo. Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abedecedario. Con él las palabras que pienso y declaro.
Madre amigo hermano y luz alumbrando, la ruta del alma del que estoy amando. Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la marcha de mis pies cansados. Con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos. Y la casa tuya, tu calle y tu patio. Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me dio el corazón que agita su marco cuando miro el fruto del cerebro humano, cuando miro al bueno tan lejos del malo, cuando miro al fondo de tus ojos claros. Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la risa y me ha dado el llanto, así yo distingo dicha de quebranto: los dos materiales que forman mi canto y el canto de ustedes que es el mismo canto y el canto de todos que es mi propio canto. Gracias a la vida. Gracias a la vida. Gracias a la vida. Gracias a la vida”.
Pero en medio del silencio de mi guitarra, que descansa en mi mano izquierda… yo no soy jugadro de ruletas rusas y arrojo la pistola más allá del tiempo y del espacio. Tranquilo queda mi corazón que es sólo la Paz de mi Palabra hecha canto de guitarra: Anoche celebramos una fiesta en casa con una gran cantidad de amigos y amigas. Estábamos celebrando la nueva casa en dónde vivimos. En el campo. En la Urbanización de Los Valientes. Muy cerca de Molina de Segura. El ambiente era de una gran felicidad y todos cantábamos al son de las guitarras. Llovía ligeramente en el jardín. Pero dentro de la casa estaba encendida la chimenea y crepitaba la leña. Todos estábamos calientes y nuestras células corporales ardían en medio de la pasión ambiental. Entonces hubo un momento en que necesité salir afuera… Pedí permiso por sólo unos minutos y salí al exterior. Anduve por las calles de la urbanización y me dirigí por una vereda estrecha hacia el monte. Me senté en la roca y comencé a contemplar extasiado el cielo. Una cierta cantidad de estrellas fugaces cruzaron el espacio y repentinamente mi alma se embargó de un profundo destello. Mis ojos se iluminaron con la luz y unas lágrimas imposibles de contener surgieron de ellos. Comencé a cantar mis canciones preferidas de la infancia. Y volví a ser de nuevo niño. Me veía jugando como en aquellos años de profunda felicidad. De pronto me sentí elevado en el aire y volé por el espacio sin poderme detener. Cuando volví a la realidad sentí un profundo cambio en mi alma. Regresé al hogar. Me dirigí directamente a la guitarra y comencé a cantar la más bella canción que jamás he cantado. Todos guardaban profundo silencio. No sé qué ocurrió pero de repente todos nos encontrábamos cantando y bailando en la sala. No he dicho a nadie donde estuve durante esos minutos y lo que le sucedió a mi alma. Pero jamás he recibido un beso tan dulce de Liliana como el de esta noche. Las estrellas fugaces habían hecho el milagro. Ahora que os escribo es de mañana. Y voy cantando por las calles de Murcia mientras la gente me mira pensando que soy un loco más de los muchos que andan perdidos por la vida. Sí. Perdidos de amor profundo…
Y, por fin, mi guitarra se convirtió en bohemia de Jesucristo: Clave de Sol en Madrid. Un pentagrama de piel dibujan cinco veleros sobre el cristalino miel de sus ojos madrileños. En las cinco de la mar prima sus notas Amor, en las ocho de la guitara se descompone el dolor. El cante, rosa de sangre manado de las baladas; su carmín entre mis labios, el sueño de sus miradas y sobre su soñado cuerpo una azucena cercana. Hay sonrisa en las cuerdas desde la prima al bordón; la guitarra está tan llena porque sueña el “tocaor” cuendo renueva su alma el eco del diapasón. Se encienden claveles rojos en un patio de macetas y se me cierran los ojos soñando con sus violetas.
Las cartas dicen motivos suficientemente claros. Es mi esposa Liliana la “Lina” de mis pensamientos. Una vez más mi guitarra, antes ya de descansar, suena enamorada. Es mi última guitarra del día de hoy: Mientras el abuelo retoca con barniz la madera del armazón de la última de sus afamadas guitarras, ella permanece silenciosa, sentada en la banqueta, a la puerta del taller de los Tiradores Altos, dando punteadas a la tela blanca donde pespuntea dibujos de verdes hojas de acanto adornando los ribetes de rojos claveles. La abuela Rufina no sabe leer ni escribir, pero entiende a la perfección el lenguaje de los colores y las cosas y por eso, mientras escucha por lo bajito, muy por lo bajito, la radionovela de turno, musita en su interior las canciones que en su juventud él, Bonifacio, le dedicaba en sus nocturnas serenatas, acompañado de su guitarrón, a la puerta del molino, junto al cuerpo de piedra de la fuente de los dos caños, vigilados por el Benito que los observa con el comezón de los envidiosos celos recomiéndole el corazón. Eran tiempos del blanco y negro, cuando de moza guiaba a la mula por entre los riscos hasta llevarla al pequeño valle de la rinconada donde le esperaba su padre Matías; siempre perseguida por un rosario de mariposas azules y amarillas (cielo y sol de su amorío) que volaban de amapola en amapola formando zigzag con los rubios trigales en sazón. Ella lo sigue ahora recordando. Lo sigue recordando contemplándolas en el interior de sus memorias, pero en silencio… muy en silencio… para no distraer a Bonifacio que aún permanece dentro del taller rasgando ahora las cuerdas de su última guitarra, desde la prima al bordón, ausente de todo lo que hay alrededor de su materia. Ella dialoga con las cenefas rojas de los rojos claveles mientras observa, de vez en cuando, un poco temerosa, los ladrillos bermejos de la casa de enfrente, allí donde los oscuros ojos del Benito la siguen todavía acechando después de tantísimos años de derrota inaceptada. Y dialoga lentamente con la gris acera pedregosa donde un gato pardo dormita en la impenetrable siesta de los centenarios siglos. Ella recuerda también el olivar donde, recogiendo aceitunas hasta llenar a rebosar las tinajas del invierno, recibió el primer beso de amor. Fue tras la fiesta de San Julián, en las mismas fechas en que la Cuca se había quedado embarazada de su primer hijo… y Rufina levanta la vista hacia la golondrina que atraviesa el espacio y se sostiene, pausada y reposadamente, en el hueco del alero de la Casa de Dios. ¿Cómo se llama la iglesia?. Ya. Ya lo recuerda. La iglesia del Perpetuo Socorro… donde se negaron a casarla con el abuelo… Y al caer la tarde, cuando ya se adormecen las gallinas del corral y la primera luna de la noche sonríe al gavilán de la trastienda del Caracenilla, el chamarilero que regresa de hacer negocios con los objetos usados, la abuela Rufina recoge en un ovillo la tela blanca de los rojos claveles y las verdes hojas de acanto y lanza su indolora mirada a las agujas del reloj de la Torre de Mangana, la que se destaca al fondo, a la misma altura que la Plaza Mayor y Carretería (por donde los carreteros pasan con el eterno tintineo de las campanillas de los jaeces de sus caballerías) y sigue recordando serenatas nocturnas a las orillas del Huécar, allí… bajo el mismísimo puente donde él la besaba, junto a los remolinos de agua que anidaban cangrejos y lampreas bajo la luna… siempre observados por los ansioso ojos del despechado Benito. Observa el reloj de la Torre de Mangana que comienza a desgranar las nueve campanadas de la noche, recoge su costura y se adentra en el zaguán del caserío a preparar la cena, mientras el abuelo Bonifacio repite, una vez más, su repertorio de coplas serranas con que la conquistó el corazón mientras el celoso Benito urdía la fechoría de denunciarle al obispo por ser el rojo republicano de la aldea. Pero la última guitarra del abuelo aún sigue rasgando sus cuerdas desde la prima al bordón.
Y yo dejo recordar el recuerdo. Me olvidé de todos los pesares cuando te vi por primera vez sentada en el alma de mis siete años de edad, cuando el gato se deslizaba por el pasillo con su mirada misteriosa. Era todo un misterio de guitarra soñada que aprendía a tocar para llenarte el corazón de poemas desde el mismo instante en que naciste. ¿De quién habla mi corazón?. De la única, de la de siempre, de la que tantas veces vi con mi memoria y ahora está ya tan imantada a mi Existencia que entre los dos nos hemos convertido en una sola Eternidad dejando Huellas en la Guitarra de mis 8 Cuerdas… hasta más acá… siempre hasta más acá… del corazón madrileño.