¿Qué me importaba a mí la Química?.

¿De verdad pensaban mis padres que me importaba la Química a mí?. De Química sólo sabía que era una ciencia que estudiaba las propiedades y la composición de los cuerpos, así como sus transformaciones y, para decir la verdad, las únicas propiedades, composición de cuerpos y sus transformaciones que me importaban a mí eran las de la joven profesora ayudante del laboratorio. Por eso me pasaba las noches leyendo poemas de Gustavo Adolfo Bécquer en su faceta más intimista. Las propiedades del rostro y el cuerpo de la joven profesora ayudante del laboratorio.

Que el cloro tuviese por fórmula Cl2 y fuera tóxico, y de color verde, y de olor sofocante no me interesaba para nada. Que el sodio fuese un elemento de fórmula Na y estuviera muy extendido en la naturaleza en estado de cloruro o sal marina y sal gema me importa menos todavía y menos aún me interesaba a mí que el cloro y el sodio produjesen el Cl2Na, el llamado cloruro sódico. Todo aquello era el absurdo mundo donde me había metido el caprichoso afán de mi madre para que yo fuera igual que Emiliano, mi hermano el mayor, por el cual se le caía la baba cuando contaba chistes pesados y sin gracia alguna para mí. No. !Jamás!. !A mí no me interesaba nada ser como mi hermano mayor ni tampoco la Química!. La Química me era totalmente indiferente. Yo sólo miraba y admiraba las composiciones del rostro y el cuerpo de aquella joven profesora ayudante de laboratorio del Instituto San Isidro de Madrid. Por eso escribía poema al estilo de Gustavo Adolfo Bécquer.

Hasta que llegó un día en que ella se sentó en el borde de mi pupitre y entonces comprendí que era verdad. Que me ineteresaba más una mujer hermosa que todos los elementos químicos presentes en aquella horrible tabla de la clasificación periódica de Dimitri Ivanovich Mendeleiév… que sólo era una pesadilla más en aquel mundo de pesadillas. Los únicos elementos que me interesaban eran mis artículos, crónicas, entrevistas, reportajes, estadísticas… que escribía en mi periódico “Cerros Verdes”. Y mientras miraba y admiraba el rostro y el cuerpo de la hermosa joven profesora ayudante de laboratorio sentada en mi pupitre era lo único vedaderamente interesante para acudir al laboratorio de Química del Instituto.

Tenía 13, 14 o 15 años (que no lo sé con exactitud) pero eso de la edad era y sigue siendo, para mí, una pura circunstancia casual. Ella sí que era causa, la única causa por la que acudía feliz al laboratorio. Los demás compañeros del aula no se enteraban de nada; pero a mí las curvas electromagnéticas de la fusión y la corriente lectromagnética de la electricidad jamás me llamaron atención alguna. Las únicas curvas que llamaban mi atención eran las de la jovencísima profesora ayudante del laboratorio. !Qué me importaba a mí la Teoría del Mesmerismo que el alemán Franz Anton Mesmer experimentó sobre una cubeta alrededor de la cual se agrupaban sus enfermos!. El mesmerismo que a mí me interesaba era el estilo artístico con el que se movía, por los pasillos del laboratorio, la jovencísima profesora ayudante de laboratorio. Yo sólo miraba y admiraba el estilo artístico del bello rostro de ella y el movimiento artístico de su cuerpo entero.

En el recreo no me interesaba nada las tonterías que hacáin todos aquelos compañeros y me divertía con mi propia compañía libre de tener que soportar a todos aquellos giles del aula hasta que, para olvidarlo todo, me centré en ser el líder natural del Esparta de San isidro de Madrid. Gonzalo me importaba menos que un pimiento, al igual que Pérez Balcabao, o Garchoterna, o Gávez, o Diéguez o los mismísimos Ortiz y Ortiz Vergara. Yo sólo quería olvidarlo todo y lo logré olvidar. La Química no iba conmigo, pero aquella jovencísima y guapa profesora ayudante del laboratorio me hizo comenzar a saber cómo eran las mujeres que amí me gustaban. Los juegos amanerados de los demás compañeros no me interesaban, salvo jugar al fútbol liderando al Esparta de San Isidro. Así logré olvidar el capricho egoista de mi madre por querer hacer de mí un segundo Emiliano y el silencio de mi padre. Yo sólo tuve que salir, sin ayuda de nadie, de aquella situación, aprobando por fin el Bachillerato Superior rama de Ciencias, el PREU y el COU para poder llegar al fin alcanzar una de mis metas: cambiarme a la rama de las Letras, cosa que tanto enfurecía a mi madre, estar todo el día fuera de casa para no soportar sus quejas y lloros y terminar por ser lo único que deseaba: ser un escritor bohemio convertido en un periodista profesional.

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