COQUETOS SERVIDORES DEL CRIMEN
Copernio ante su sastre. Bajo lámpara de rosáceos cristales, mirándose en el polvoriento espejo. Desquizio le observa, y sus dientes hacen sangrar sus labios. Copernio se prueba más corbatas al ritmo del hilo musical, suena una melodía que adormece al loro de carácter brabucón. Tan estúpido y maleducado pajarraco, criado por calenturiento dueño de género mariposón.
Copernio, que lo conoce desde que se aficionó a las salpicaduras de sangre y al olor a pólvora, sabe que pedirle consejo a Desquizio es casi proporcional a insinuársele.
Así que escogió la corbata de color violeta estampada con meteoritos espaciales sin pedir opinión.
Desquizio acaricia a su loro de pico julandrón mientras coge el dinero de su nueva venta. Golpeó al loro sin miramientos y metió la corbata en una bolsa de papel charol. Copernio se despidió como de costumbre, sin entretenerse y sin mirar los labios ensangrentados de la lujuria, lujurioso sastre de bigote picarón.
Copernio ante su socio. Bajo un cielo color calima, mirando su rostro satisfecho por la compra en el cristal trasero del cadillac que disfruta. Izquioro le observa, y un balín hace sangrar su entrecejo. Copernio saca su revólver al ritmo de los disparos, suena un chasquido que hace explosionar el negocio del amanerado sastre. Saltan por los aires coloridas plumas, pajaritas de gala y atuendos de caballero entre troceados ladrillos y extremidades de señor.
El cielo ya no tan calima, por el humo de las llamas y del acelerado motor. Copernio ya aposentado, le enseña su nueva adquisición al desconocido chófer, que más tarde le disparó.
BARUCOS SIMULAN GRANDES SALAS DE ESTREPITOSOS BAILES
A Capicúa le gustan los bares que cierran tarde, allí, entre la humareda de los habanos y la compañía de sus secuaces puede reírse con los borrachos, salirle gratis algunas copas gracias a las tragaperras, manosear a las mozas y hablar de sus negocios. El dueño del bar es simpaticón, pero Capicúa le considera un imbécil que pretende caer bien, aún así, siempre le deja alguna propina por reservarle una mesa para él, sus secuaces y sus asuntos.
Capicúa no suele montar gresca sin venir a cuento, pero como lo poco gusta y lo mucho cansa, y los borrachos suelen ser bastante pesados, como ya dije, a Capicúa el cachondeo con los borrachos le relaja su ansiedad, el Pequeño Balboiture empezaba a pasarse de castaño oscuro.
Capicúa tiene muy mala hostia y aún peor historial, y si a esto le sumamos manejar las magnums mejor que Travis Bickle en Taxi Driver, sólo podemos preveer un único final.
El Pequeño Balboiture incrustado en la máquina tragaperras, la cual escupe monedas que, a Capicúa no es que no le interesen, simplemente no le hacen falta.
LOS SANGUINARIOS HERMANOS DE LA FAURÉ
Salustrio sale el primero, sonríe, lo cual le afea mucho más, pero a él no le importa porque todo va sobre ruedas. Carcas le sigue, con una enorme maleta de viaje aunque ya pasaran sus vacaciones. Por último, el gran y temido Garbajosa, con un rehén entre uno de sus brazos, en la diestra lleva el arma. El botín no es grande, pero es que no había tiempo para más, y como la cárcel no es agrado de nadie, una maleta repleta de verdes y morados y una huída más o menos tranquila les resulta plato de buen gusto.
En el cielo vuela un pájaro metálico de cortantes alas. Un haz de luz intenta señalar a los malvados, aun siendo de día, pero es que así es más policial.
El rehén echa de menos al negociador, el cual espera en un atasco. Para que le sirva de consuelo, Garbajosa le grita entre insultos que no ha venido a negociar, que su misión aquí es llevarse la pasta de cualquier forma, aunque para ello también tengan que cargar con su cabeza.
¡La situación es complicada! grita desesperado un espectador que se dirigía hacia la oficina de empleo. El Trío De La Fauré se dirige hacia el vehículo que les llevará al paraíso si todo sale bien. Entra primero Salustrio por la puerta delantera derecha, segundos después asoma por la puerta izquierda empujando a un cadáver. Malordiú, con el pecho agujereado por la espera, sirve de escudo a Salustrio, que es sorprendido por un agente policial de pulso poco fino. Salustrio asoma su revólver por el hombro de su escudo humano y atina en el estómago del defensor de la ley.
Garbajosa amenaza con asesinar al rehén frente a los niños que tampoco se pierden el espectáculo. Y en ese momento, los niños se vuelven a las faldas de sus madres tras divisar espeso borbotón de sangre.
En otro lugar, el Trio De La Fauré es fotografiado uno por uno, con vestimenta de líneas blancas y negras horizontales. En sus etiquetas, esta vez, no pone Armani.
!jajaja!. !Qué buenas las tres historias!. Yo voy a ver si publico alguna de Calamaro en Pichincha. Ya lo publivcaré a ver si tengo tiempo hoy. De verdad que me has hecho reir un montonazo.