El otro día, un día cualquiera, en cualquier momento, de cualquier instante, me asomé a la ventana, estaba abierta, los cristales limpios, allí me asomé, miré hacia abajo, allí miré.
Asomé la cabeza, la ventana estaba abierta, entraba el fresco, miraba por la ventana, de par en par. ¡Podía mirar! ¿Y qué es lo que vi?
Asomé la cabeza, la ventana estaba, me pude asomar y pude mirar, y pude allí abajo avistar, miré, y todo estaba lleno de ciudad, miré abajo y había una ciudad, la ciudad seguía estando llena de ciudad, y lucecitas por la noche.
Y arriba estaban las nubes, también mirando, abajo, en dirección a la ciudad, en esa dirección mirando, desde arriba las nubes.
Las nubes no tienen una ventana para mirar a la ciudad. Siempre, las nubes tan limpias como siempre, las nubes limpian la ciudad cuando se ponen a llorar.
Antes de salir a la calle me asomo a la ventana, me aseguro de que aun hay calles. En esta vida hay muchos cambios, de la noche a la mañana. Las calles siguen ahí, las maquinas machacando y perforando.
Bajo a la calle, voy a caminar. ¡Vaya! Vallas veo, montículos de tierra herida, tuberías.
Sigo caminando, llega la calma, el mirlo canta sobre una antena, no hay máquinas.
Paseando y caminando todo a la vez es lo mismo.
¡Alto! encuentro como un punto, hay algo semejante a un punto en el suelo, una inclinación lo recoge en mi mano, ¿Qué mano? formula esta pregunta atrevida y osada interrogación.
Sigo andando sobre un asfalto, ahí abajo, inmediato, bajo la suela del zapato.
¡Alto! encuentro una letra, está suelta, parece que le falta algo, un detalle, y está abandonada. Una inclinación sale de la pelvis y se agacha, con la mano esa inclinación coge esa solitaria letra.
Subo a casa, ¿Cuál? ¡Interrogante e interesante pregunta!
Esa casa, donde está la ventana a la que me asomo para ver si aun hay calle.
Me siento a la mesa, ¿Cuál mesa? quiere saber esta curiosa pregunta.
La que está viviendo sobre las cuatro patas de madera, ¡tranquiliza esta respuesta!
Me siento en una silla con una genuflexión, coloco el punto sobre esa letra. Se trata de una “i”.
Abro el cajón del armario y con cuidado saco otras dos letras que encontré en esas calles que hay abajo en la ciudad, al mirar por la ventana.
Las coloco sobre la mesa, se trata de una “f” y una “n”, las separo bien como si fuesen cartas de un vidente de una tirada de un Tarot cualquiera, como para acceder a otros estados de la realidad menos superficiales, luego entre esas dos letras, en el medio coloco la “i”.
Y hago una lectura. Leo lo siguiente: Fin.
Mientras que desde las nubes bajan un saludo y un abrazo.
Y ya sabes que detrás de un fin hay un fin. No es un juego de palabras. Quiero decir que en las grandes ciudades todo tiene un fin detrás de cada fin. O sea una finalidad. Me gustó el tema. Se puede reflexionar y llegar a la siguiente conclusión: las ventanas existen porque existen las ciudades. Esa es una finalidad detrás de un fin. Quizás me hayas comprendido.