Los coches aceleran su velocidad, la avenida es ancha, la acera es ancha, la vida puede ser ancha, la sonrisa puede ser ancha.
Él camina despacio, encorvado, él camina caído hacia delante, con la mirada al frente, la sonrisa encajada y algo falseada. Una mano llena de vaso para monedas, esperando a la misericordia de la gente indiferente que pasa con sus bolsas de hacer la compra de los consumidores.
Él intenta caminar, avanza despacio, avanza cojeando, su muleta no sabe nada de cojeras. Su ropa debe estar aburrida y tiesa. En lo alto, un gorro de punto, deberá tratar de ofrecer calor a cambio de nada. Su cabeza debe estar puesta en enternecer a transeúntes para que caiga alguna moneda, con una o dos será suficiente.
Su cuerpo escondido en una gabardina miserable con algo de orgullo de querer ser limpia pero no pudo ser. Su cuerpo retorcido avanza por la calle, despacio, lento, lento como su mirada que busca y busca a alguien que quiera invertir monedas en la vida de un viejo transeúnte pobre.
Y en la granja panadería de enfrente, en la mesa sentada, la joven del cabello largo, hablando contenta y satisfecha, a encontrado trabajo, empieza la semana que viene, la compañía es solvente, y le han dicho que con el tiempo llegará a hacer viajes, hará viajes de negocios. Y le han prometido que habrá muy buenas comisiones.
Y ella lo va explicando con alegría, casi no se lo cree. Está casi eufórica, pero la educación la va sosteniendo… Pero se le nota, está muy contenta.
Justo al otro lado del escaparate, en la calle, donde hace frío y viento, el hombre que camina lento y torcido busca alguna moneda de alguien que quiera invertir unas monedas, y así poder vivir también en lo alto.
Llega la cruel e injusta noche en la ciudad, con frío y viento, a la intemperie, el hombre sentado y tapado, el suelo está duro y frío, esta en una especie de portal, parece una entidad bancaria de las que dicen que financia proyectos sociales para los más necesitados.
Sus ojos brillan. Están extraviados. El hombre que camina torcido parece extranjero de otro lugar lejano. Llega la patrulla de protección civil o servicios sociales, ¿a la vecina del entresuelo le importa lo que ocurre debajo de su casa, con un hombre que pretende pasar la noche con frío a la intemperie?
El hombre cree estar resguardado, pero hace viento en la intemperie, los labios se cortan. Llega, se acerca la joven voluntaria de Servicios Sociales, no se entienden, el lenguaje también es una barrera peligrosa que nos aísla de los demás. Hay que buscar la manera de decirle al hombre que hay plazas disponibles en un albergue, pero no nos engañemos: “Eso es como aquella vieja cantinela de comida para hoy, hambre para mañana.”
La noche ha finalizado, y los servicios especiales retiran el cadáver de un hombre sin identificar, que durmió al raso, bajo temperaturas extremas, con guantes maltrechos. Y un fuerte olor a suciedad.
La vida sigue, porque la vida es una paradoja. En la vida hay paradojas… Y ríos que dejan de reír y se secan.
Bueno el tema. Interesante. Y en la paradoja de las vidas humanas hayamos muchas veces materia suficiente para escribir…