Océano Atlántico: 15 de mayo de 1792.
Soplaba el viento de barlovento y había, en el barco, movimiento. Liliana de las Mercedes miraba, fijamente, la dorada estela del obispo de Gerona y San Sadurní de Noya. A sus recién cumplidos veinte años de edad estaba, realmente, hermosa. Era como una pricesa de cuento de hadas… pero su mente parecía estar en otro lugar. Retrocedió siete años atrás.
El 15 de mayo de 1779, hacía exactamente trece años, ella se encontraba feliz mientras cruzaba las calles de la ciudad de Guayaquil. Por eso no vió el suntuoso carruaje, tirado por dos enormes caballos, que se le estaba echando encima. Cuando la muerte era inevitable, surgió de repente la figura de un joven muchacho quien, arriesgando su propia vida, se lanzó por los aires, la agarró con firmeza de su cintura… y ambos cayeron, unidos por el fuerte abrazo de él, en la acera.
– ¡Me acabas de salvar la vida! -dijo ella -¿Te has hecho daño?.
– No tiene importancia. Sólo es un rasguño en el brazo izquierdo. Pronto curará.
La sangre corría a lo largo del antebrazo izquierdo del muchacho mientras ambos seguían, abrazados, en el suelo de la acera.
– Tengo que curarte esa herida -dijo ella.
– Insisto en que no es necesario.
– ¿De dónde eres?. Es la primera vez que te veo y yo me conozco muy bien la ciudad.
– Ahora eso no importa. ¿Cómo te llamas, cuántos años tienes y quién eres tú?.
– Me llamo Liliana de las Mercedes, hoy acabo de cumplir los siete años de edad y soy la hija del Conde de Quito. ¿Y tú?. ¿Quién eres tú?.
– No tengo tanta importancia como la tuya. Llámame simplemente Julián José.
– Tú no eres ecuatoriano. No hablas como ecuatoriano. ¿De dónde eres?.
– De la calle. Sólo soy un chico de la calle nada más.
– ¡Tienes que venir inmediatamente a mi casa!.
– Ya te he dicho que la herida no tiene importancia.
– Pero hay que cerrarla. Está saliendo demasiada sangre.
– Me la cerraré yo mismo.
– Pero hay otra cosa más importante.
– Más importante que mi sangre hay muchas cosas.
– Estás olvidándote de que me acabas de salvar la vida.
El diálogo transcurría ante la incredulidad de todos los que habían sido testigos presenciales de la escena.
– Lo hubiese eso por cualquier otra persona así que… no ha sido nada especial…
– Insisto en que tienes que venir a casa. Y no lo digo por la herida sino porque tienes derecho a pedir lo que quieras. Mi padre es inmensamente rico. Y lo que has hecho merece una digna recompensa.
– No quiero nada a cambio. Lo hice sólo porque sí. Hacer las cosas porque sí no tiene gran mérito.
– ¿Eso es lo que aprendes en la calle?.
– Aprendo eso y aprendo a sentir…
– ¿A sentir?. No te entiendo.
– A sentir el hambre de los necesitados; a sentir la injusticia cometida contra los desposeídos; a sentir la soledad de los abandonados…
– No sigas, por favor. Me da no sé qué escuchar eso de la boca de un chico tan guapo.
– No, Liliana de los Ángeles… no soy tan guapo como los chicos con los que, seguramente, tratas todos los días.
– No. La verdad que no.
– Ya lo sé. No importa.
– Lo que quiero decir es que eres más guapo que todos ellos juntos.
Julián José no dijo nada. Sólo la miraba, absorto, a sus hermosos y lindos ojos.
– ¿Qué te sucede?.
– Nada, Condesa de Quito, nada…
– ¿Cuántos años tienes?.
– Catorce.
– Bueno… entonces tienes que venir a mi casa…
Él no pudo aguantar la tentación y le dio a ella un beso cariñoso en la mejilla izquierda. Liliana de las Mercedes sintió cómo se le estremecía todo su cuerpo que seguía aprisionado por los firmes brazos de él.
– Gracias -dijo emocionada.
– Eres el pedazo de cielo más lindo que he visto en mi vida.
Después la soltó y, abriéndose paso entre la multitud de personas que les rodeaban, se perdió por las calles de Guayaquil.
Liana de las Mercedes ya no recordaba nada más de aquel 15 de mayo de 1779; pero durante muchos meses estuvo buscando y rebuscando por toda la ciudad de Guayaquil para poder enoontrarle o para saber algo de él. Nunca nadie le supo decir nada y nunca tuvo pista alguna para conseguirlo; así que, con el paso del tiempo, le olvidó por completo.
Ella seguía observando, fijamente y como absorta, la gran estola dorada del Obispo de Gerona y de San Sadurní de Noya cuya voz, grave y atildada, como si de un gallo celoso se tratase, resonó en medio de aquel ambiente de fiesta.
– ¡Ilustrísimo Señor Don Fernando Alfonso de Reixach y Messeguer de la Cerda, ´muy digno Marqués de Cataluña!… ¿jura ante Dios y los hombres amar y proteger a la ILustre Señorita Doña Liliana de las Mercedes Ordóñez y Sánchez Garre, única hija y heredera universal de los Condes de Quito, quererla siempre en lo bueno y en lo malo y ser su único esposo hasta que la muerte les separe?.
El Marqués de Cataluña, con el rostro más pálido que la cera, puso su temblorosa mano derecha sobre la Sagrada Biblia y acertó, por fin, a decir.
– Sí… lo juro…
Buen comienzo,ya me he enganchado,mas,mas jaja
¡Hola Lullaby!. ¡Qué agradable sorpresa verte dentro de esta historia!. Gracias por leer y acompañarme…