En Venta o Alquiler

La luz de la escalera de un inmueble, se ha encendido, se oyen unos pasos, alguien va subiendo los escalones, parece un pisar algo ligero.
Se detienen… se oye lo que parece una llave girar dentro de una cerradura. Después de un chirriar frágil esa puerta queda abierta. El individuo no tiene el detalle de limpiarse las suelas de los zapatos. Y accede al interior.
De inmediato un portazo, sin delicadeza, ¡¡BAM!! El estruendo inunda al silencio. ¡El silencio nunca huye, espera paciente!

Con algo de prisa va tirando de las cintas para subir las persianas, simultáneamente va entrando algo de luz exterior.
La cosa cambia…La cosa promete.

Deja su chaqueta en la percha, y se pone una bata blanca, como las de los dentistas… Igual. Como esas.

Antonio espera a su primer cliente del día.
Había sido enfermero en el ejército profesional, durante varios años. Dejó el asunto por su insolvencia y negligencia profesional, por su inoperancia e irregularidades…

Al poco de haber llegado a esa especie de consulta, suena el timbre, y al otro lado de la puerta que se va abriendo aparece Salario y su hermano Hilario.

Salario tiene sus frías manos de oficinista codicioso, aplomadas en la zona de los riñones. El dolor parecía fuerte, de esos que siembran dudas y arrugas por toda la pequeña geografía facial.
Su cara lo decía todo y más…Su rostro estaba hecho de exclamaciones vividas en silencio represivo, tipo queja.

¡Puñetero dolor! Si pudiera lo gritaría.

Salario ya estaba colocado sobre la camilla, boja abajo. A la espera.
Las manos fuertes e impías, sin miramientos ni delicadezas, de Antonio, empezaron a deslizarse, a arrasar, sobre el sufrimiento dorso-lumbar de su nueva victima, con aceite especial. ¡Un buen masaje le irá bien!

¡Puñetero masajista! Si pudiera quejarme del dolor.

Salario era un hombre rígido de ideas inflexibles, muy tercobezota, su espinazo haría el resto, o sea, pagar las consecuencias.
¡Yo, el espinazo, me encargo de pagar las consecuencias, y tú te encargas de estar rígido, las veinticuatro horas de la noche y del día, tiempo suficiente para no relajarte y no sonreír!

Salario no expresaba sus tensiones así como así, de modo que mientras aquellas frías máquinas con apariencia de manos, se hundían y masajeaban en su espalda, el dolor y las molestias intentaban salir, pero se ahogaban, y lo que Salario hacía era emitir sonidos de sufrimiento que iba reprimiendo, guardándose para sí mismo.

¡Puñetero masajista! ¡Ay! ¡Ay!

Gesticulaba con muecas estúpidas que no lo llevaban a ninguna liberación de dolor. ¡Todo y más para dentro! Una versión más de la codicia humana. Como si fuese una casa en la que se pretende meter gente y más gente, aunque no quepan. Como una organización con afán de nombre en busca de seguidores.

Antonio, el masajista puñetero, se guardaba una canallada bajo la manga… Se desternillaba de risa viendo el sufrimiento de su víctima, el masajista ese, se reía con la boca pequeña, siempre se reía de sus pacientes viéndolos sufrir.

¡Puñetero dolor! Salario no soltaba ni una queja, no podía. ¡Todo para dentro! ¡Puertas y ventanas cerradas!

Para el masajista aquello era un festín cruento. Con la boca pequeña nadie oía nada. Para no delatarse reía de una manera especial, nadie lo había descubierto todavía.
Curiosamente, este masajista que se ha colado en esta historia como el Pedro por su casa de la popular frase, también es, posiblemente, un tipo reprimido, por la forma de reírse.
Con la boca cerrada no salen carcajadas.

Aquellos dedos cortos y anchos subían y bajaban, desde la parte baja de las lumbares hasta el trapecio, toda la zona dorsal agitada, sin ningún tipo de cautela.
Salario no podía salir de allí, estaba atrapado desde la galería interior con los dientes apretados gemía del dolor, sus quejas estaban siendo ahogadas por su propio orgullo, su ojos se cerraban fuertemente boca abajo, como queriendo aliviar algo que sucedía a sus espaldas. Su rostro se perdía en arrugas de gesto por aguantarse algo.
¡Todo para dentro! Anunciaba con una pancarta su ego, en una manifestación para una vida más comodona.

Y Antonio experimentando una gran diversión, en su macabra risa desternillante, a espaldas de aquel incauto sufridor.
Y aun quedaba un rato de terapia del dolor, aquella espalda no se recorría en dos minutos.

El tipo ese, detrás, con el astuto truco de reírse en silencio, mientras le practicaba un severo tratamiento a base de masaje exótico y paradisíaco. A medida que el otro se iba reprimiendo por el dolor, al otro lado, el masajista ese continuaba riendo como un poseso.

Ya tenía calculada y estudiada la manera de hacerlo, ni siquiera hablaba, no podía, la risa se lo impedía. Abajo la víctima de espaldas no podía sospechar porqué tanto silencio.
Ese tal Antonio no podía articular palabras en ese estado de santísima festividad de todos los santurrones especialistas en hipocresía.

¡Vaya otro, ese tipo llamado Salario! ¡Vaya dos! ¡Sólo faltaría ahora que se hubiesen puesto de acuerdo y que todo fuese un montaje para salir en algún programa de denuncias o para salir en algún relato corto!
Pero no. No estaba pactado. Aquello era así, un individúo avaro en expresividad y un masajista caradura y ruin.

Y Salario, más ocupado en su propio mundo de dolores y molestias, incapaz de percibir lo que sucedía ahí detrás… En ese otro lado oscuro de las intenciones.

Por fin los minutos pasaron y el hombre de la bata blanca, se retiró como pudo.

Para no ser descubierto por su falta de ética y profesionalidad, en ese momento, hablaba lo justo para quedar más o menos bien, hizo algún comentario escueto, la jocosidad le impedía una conversación normal de comprensión con un paciente con un problema importante a nivel lumbar.

Se retiró a su despacho.
Mientras, Salario se levantaba de la camilla con cierta dificultad… Quejándose del desagradable trato recibido. Del correctivo sufrido.

Y en el despacho de al lado, Antonio retorciéndose en una silenciosa y tramposa risa.
Escondido y más tranquilo, allí nadie lo vería ni lo oiría. Con los brazos cruzados en el bajo vientre se doblaba hacia delante, las carcajadas silenciadas afloraban.

Con trucos aprendidos y ensayados, fue apaciguando la burla. Con cierto cinismo cobró el alto precio de la sesión de masaje. Adornando la situación con astutas palabras bien sonantes, que el otro ni siquiera entendería, pero sonaba bien todo aquel teatro.

Salario salió de allí, sin saber decirle a Hilario si se encontraba mal o peor…
¡Vaya robo! Podría decir Salario del trato recibido. Pero no, se fue rabiando por dentro. Cargando contra ese masajista y de paso contra todo el sistema social y político. ¡Puñetero masajista!
Con una buena frustración encima, era capaz de buscar a alguien que le aplicara un masaje para des-frustrarse.
Pero no. ¡Todo para dentro!

Antonio estaba silbando, miraba el reloj, sentado con los pies sobre la mesa, como si no hubiese pasado nada. Contando billetes. Le pagaban por divertirse.

Esperó un rato y viendo que ya no venía nadie, volvió a bajar las persianas. La luz exterior retrocedió proporcionalmente.
Apagó las luces y salió por la puerta, dando un portazo, el ruido subió por toda la escalera de vecinos hasta el último piso; al momento siguiente cerró con llave.
¡Clic! ¡Clac!
En su poder tan pequeño como un bolsillo llevaba un dinero cobrado. En alguna cuenta más o menos corriente, buenas sumas fruto de una buena temporada de más víctimas. Muchas de ellas no volvieron a caer, pero otras sí. Para compensar.

Pasaron los meses y meses… y Antonio desaparecido. Ni rastro.
¡Has tirado la piedra y te ocultas!

De hecho, nunca más apareció por allí. No había señal de ese individúo.
Ese piso permaneció cerrado más de dos y tres años, en ese periodo nadie entró. Nadie salió. En el buzón no había ningún nombre ni dirección.

Pero una mañana, de pronto, apareció un letrero adhesivo colocado por una agencia inmobiliaria…

Tiempo después, una tarde, entraron dos mujeres allí dentro. La suciedad era visible, evidente. Una de ellas preguntaba precios y metros cuadrados.
Minutos después la chica que respondía con unos papeles en la mano, se retiró a atender al teléfono.

Mientras, la otra chica abrió un armario, y vio unos legajos polvorientos y en apariencia olvidados, posiblemente descuidados, abandonados.
Pretendían estar en un segundo o tercer plano de la historia de ese local de masajes de dudosa ética.
Con curiosidad los inspeccionó. Con cuidado o timidez…. Y advirtió algo.
Un pequeño detalle faltaba en un rincón de uno de los documentos. Concretamente en una certificación. Carecía de un sellado.

La otra mujer finalizó su conversación por el teléfono inalámbrico. Regresó y continuaron hablando de la historia del lugar y los hechos… pero poco después sonó en el ambiente un “Creo que no me interesa”.
La joven que advirtió una documentación fraudulenta había dicho “creo que no…”

Y efectivamente, a la posible interesada no le gustó… un falso masajista había estado engañando a la gente, con diplomas falsos… Y ahora pretendía sacar buen rendimiento, haciendo negocio.
¡Puñetero masajista! Resonaba en la atmósfera.

Nuevamente el local quedó cerrado, a oscuras, lleno de polvo, sin barrer, con ese olor especial según las leyes del paso del tiempo. La empleada de la inmobiliaria cerró suavemente, sin portazos. Se escucharon dos vueltas de llave.

En una inmobiliaria seguiría sonando el teléfono, pero para hablar de ese local no. Siempre era para otros asuntos.

No se sabe el motivo, mágico o no, pero aquel adhesivo quedó anclado por mucho tiempo más, anunciando una célebre frase que ha sido vista en muchos lugares…

“En Venta o Alquiler”

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