Se han sucedido los abrazos forzados en el hemiciclo…y una calma chicha se cierne sobre esta Hispania Invertebrada. Colocados los delfines del pequeño rey sin corona, en esa Europa que parece más clueca que conjunción de nacionalidades…todo parece estar en su sitio.
¡Bendito sea el pueblo que apacienta su calidez de rebaño! Pero…alguien, desde su cima de loco egregio, prepará el ágape de una boda ceremonial. Un príncipe que se ofrece en desposorios ante un pueblo ávido de pompas. ¡El momento está unido con otros…y la validez del acto reside en dar prioridad al hecho en sí! No existe alianza con un nuevo país. Todo se limita a un inmejorable lavado de la muy insigne y recia nobleza de estirpe. ¡A estas alturas las calles están llenas de gente que pide papeles para seguir viviendo! Y en la grandeza y generosidad de lo que fue un Imperio, se sigue ofreciendo la Boda Egregia de quien como príncipe…no descarta seguir siéndolo.
El cínico griego hubiera dicho:
“Sólo quiero que no impidas que el sol
siga calentando mi cuerpo”
Nadie critica la necesidad de amor compartido, sino que para llegar a ser…la tramoya de este teatro debe llenarse de luminarias y de invitaciones y de televisiones encendidas que propaguen a los mil vientos que todavía existen la diferencia notoria entre ser y no ser: Hamlet lo sabía, y ahora…seguiría sabiéndolo.