El técnico de sonido hace un gesto con la mano desde su cabina para avisar al presentador que hay otra llamada.
-Parece que la noche promete, queridos escuchas, me indican que tenemos otra llamada. Vayamos a ver de qué se trata en esta ocasión. Son las dos y diecisiete minutos y estáis sintonizando OCR., en la F. M. Esto es: “La noche es de todos”.
-Adelante, amigo.
-Hola Alberto, soy un oyente habitual de tu programa…
-Dime.
-Si, mira…es que es algo delicado y…
-Tranquilo, no te preocupes, estamos aquí para eso; para complicarnos la vida. Si nos gustara lo fácil estaríamos en un concurso de esos que hay a porrillo por las televisiones.
-Ya, lo que pasa es que es la primera vez…
-¿Qué llamas?
-No, que se la pego a un conocido con su mujer…y tengo reparo.
-¡Bueno! ¿Se trata de eso? No te preocupes amigo, no es ninguna novedad. ¡Si yo te contara…!
-¡Je! Supongo que sí, pero es que en mi caso (como es una situación nueva para mí) no me deja vivir, a ver si me explico…
-¡Así, muy bien, explícate hombre! ¡Desahógate! Tu llamada es precisamente para eso; para compartir una inquietud con todos los amigos que, en éste momento, algo les quita el sueño y tienen tiempo para escucharnos.
-Yo te sigo desde que empezaste hace ocho años y creo que haces una labor muy importante para toda esa gente que se encuentra sola, confusa…te felicito por tu programa…
-Amigo, te lo agradezco, pero no gastes el tiempo de que dispones en halagos, por favor. Expón tu caso lo más brevemente posible ya que las líneas están colapsadas de personas que esperan su turno.
-Perdona, bueno, mi caso es el siguiente: estoy liado con una mujer desde hace un par de años, y el problema es que no sé cómo cortar la relación porque se ha cegado conmigo y no quiere ni oír hablar del tema. Ha llegado incluso a amenazarme con contárselo a mi esposa si no continuo viéndola.
-Verdaderamente es un problema de difícil solución, no hay nada tan peligroso como una mujer despechada. No te hablo desde la experiencia (mi mujer suele estar a la escucha a estas horas, je, je), pero es bien sabido por cualquiera, que una mujer encelada de esa manera, es capaz de todo.
-El caso es que mi esposa es una mujer estupenda, ya sabes; honrada, trabajadora, buena madre… ¡en fin!, ninguna queja, pero como los hombres somos como somos…
-¿Cómo somos los hombres?, ¿Qué nos pasa?
-Ya sabes…
-Sí, pero quiero que me lo digas tú.
-Bueno, en lo referente al sexo… ¡Que no tenemos arreglo, vaya! En fin, que nos pierden las faldas y siempre estamos picando de flor en flor. Y aunque como digo; tengo una relación matrimonial envidiable, pues…no me es suficiente ¡Qué quieres que te diga! Y cuando tengo oportunidad, le pego el salto a la parienta.
-Y eso te hace sentir culpable.
-No del todo, porque mientras ella no lo sepa, es cómo si no existiera la falta, pero lo que no me deja vivir es la amenaza de que llegara a sus oídos, la verdad. Y lo que ya colmaría el vaso sería que mis hijos se enteraran de mis andanzas. No podría mirarlos a la cara, porque yo soy el típico padrazo (aunque esté mal que lo diga yo), que se interesa por las inquietudes de sus hijos, por la marcha de sus estudios…etc., y en cuanto a mi mujer; la quiero y respeto, nunca nos han visto discutir o tener una actitud agresiva o grosera entre nosotros. Mis dos hijos están estudiando una carrera, mi esposa tiene un pequeño comercio y prácticamente no nos falta de nada, o sea; se puede decir que somos una familia modelo, y es por eso que se tambalearía toda nuestra convivencia en el caso de salir a la luz mi “debilidad”.
-Por lo que estás describiendo, das a entender que esa “debilidad” no es lo bastante “fuerte” como para que te domine ya que estás dispuesto a renunciar a tu relación extramatrimonial por el bien de vuestra convivencia, por lo que no te será muy difícil superarla.
-Pero el caso no es que la supere o no, si no que el problema radica en que esa mujer no está dispuesta a prescindir de mí. En pocas palabras; que si dejo de verla, se vengará de mí diciéndoselo a mi familia.
-Le ha dado fuerte a la señora ¿no es así?
-Bastante.
-¿Está casada?
-Desde hace doce años.
-¿Y la relación con su esposo no es satisfactoria?
-¡Sí, sí! Lo que ocurre es que…
-¿De qué se trata?
-Que es un poco ninfómana y nunca tiene suficiente, es inagotable, siempre quiere más y más. Nunca había conocido a nadie con tanta necesidad de sexo.
-Perdona la ironía, amigo, pero a más de uno le gustaría dar con una mujer así.
-Sí, ya, eso pensaba yo también antes de conocerla, pero como todo en la vida; lo mucho acaba por hartar.
-Si tú lo dices…piensa que la mayoría de los hombres se queja de lo contrario; “que si me duele la cabeza, que si hoy no tengo ganas…”
-Ya, ya, si lo entiendo, pero es porque no han dado con una mujer de las características que yo te digo. Si lo experimentaran cambiarían de parecer, te lo aseguro.
-¿Y qué vas a hacer al respecto? Lo tienes complicado, ya sabes que la filosofía de nuestro programa no es la de aconsejar o solucionar problemas.
-Sí, ya lo sé, abrís los micrófonos a todo aquel que tenga algo que exponer y punto, lo sé. ¿Hacer?, pues no lo sé, pero desde luego no estoy dispuesto a jugarme los años de dedicación a mi familia por un capricho de una mujer insaciable.
-Insisto: ¿Qué harás si ella no está dispuesta a prescindir de tus servicios?
-¡Tampoco es eso, hombre! ¡Mis servicios! ¡Ni que yo fuera un prostituto!
-No te ofendas amigo, lo digo en tono distendido, por suavizar un poco la situación.
-Ten en cuenta que yo también disfruto, la mujer es una verdadera hembra y la verdad es que es una gozada estar con ella, pero claro; todo tiene una medida.
-Te tiene hecho polvo ¿No?
-¿Qué si le echo un polvo? No te entiendo.
-¡No! ¿Qué si te tiene hecho polvo de echar tantos polvos?
-¡Je! Eso mismo, no puedo aguantar su ritmo, por lo que creo que esta misma noche voy a solucionar el tema y se acabó.
-Le vas a hablar claro ¿no es eso?
-No, eso ya lo he hecho varias veces sin resultado alguno y la amenaza siempre es la misma: “si me dejas se lo diré a tu mujer”, por lo que no me queda otra alternativa que solucionarlo de “otra manera”
-¿Qué quieres decir? Me estás alarmando ¿A qué te refieres?
-…
-¿Oye?
-…
-¡Ha colgado!
Automáticamente, el técnico de sonido introduce la cuña de la sintonía del programa.
El locutor se dirige de nuevo a los oyentes:
-Verdaderamente, amigos de “la noche”, esta última llamada me ha inquietado. Espero que ese oyente se calme y recapacite. Si me está escuchando en estos momentos, le pido que no haga nada de lo que pueda arrepentirse. A veces, durante la noche, y después de darle mil vueltas a las cosas durante el día, los problemas se magnifican, adquiriendo una dimensión desproporcionada. Si de algo le vale mi opinión, le digo que descanse, váyase a dormir y consúltelo con la almohada que suele ser buena consejera, y por la mañana, con la luz del día, seguro que encontrará una solución razonable a su problema.
Sigamos adelante, tenemos otra llamada.
-¿Si? ¿Es a mí?
-Si, si, es a ti; adelante, tienes la palabra. ¿Cuál es tu nombre?
-Hola a todos, soy Sofía. Quería hablar de un tema que me tiene preocupada. Desde hace bastante tiempo, me dedico a robar en las grandes superficies…
-¿Lo dices en serio…?
-Por favor, no me interrumpas, que bastante me ha costado decidirme a confesar mi problema delante de este micro. Creo que si no lo digo de un tirón, no tendré valor para hacerlo.
-No te preocupes, te escuchamos.
-Gracias. Todo empezó acompañando a una amiga mía cuando iba de compras. Un día me di cuenta que escondía por debajo de su jersey una prenda de vestir y cuando llegaba a la caja no la pagaba. Al salir del centro comercial se lo recriminé y en contra de lo que esperaba; que se sonrojara o me diera alguna excusa tratando de convencerme de que no había sido con mala intención, mi sorpresa fue su confesión de “que era cleptómana y que no podía evitarlo, que era tan fácil apropiarse de algo que estaba allí, invitándola a que lo tomara, que le resultaba imperdonable no hacerlo”. Luego me estuvo dando todo tipo de explicaciones que justificaban, según ella, su actitud, como por ejemplo: “estas multinacionales son todas un atajo de ladronas” “…se dedican a hundir al pequeño comercio…”etc.
-O sea, que le tomaste el relevo a tu amiga continuando su “labor”…
-Je, sí, a partir de ahí comencé a imitarla y después de probar una vez y salirme bien, pues no me descubrieron, poco a poco me fui enganchando y enganchando, hasta que he llegado a esta enfermedad que ahora tengo. Porque esto yo lo considero una enfermedad, porque lo hago por un impulso que no puedo evitar, sin hacerme falta para nada. Robo por robar, por ese momento especial de peligro que sientes cuando te llevas al bolsillo un pintauñas, un pañuelo… ¡en fin, cualquier tontería! Y no te ven, y sales deprisa del establecimiento sintiendo que eres más lista que ellos y que no te descubren.
-¿Y te sientes bien cuando lo haces?
-Es una sensación difícil de describir…es un doble sentimiento, entre culpabilidad y desahogo. Por una parte, la descarga de adrenalina te hace sentirte eufórica, por otra; te desprecias por caer tan bajo.
-Perdona Sofía, pero me comunican desde control que tenemos de nuevo al oyente de antes y quiere salir por antena. Luego estoy contigo otra vez, perdona que te haga esto, pero es que mi intuición me dice que debo atender esa llamada.
-¿Alberto?
-Si, dime, dime.
-Soy el de antes…
-Si, si, ya lo sé, adelante con lo que quieras decirme, te escucho.
-Lo voy a hacer ¿sabes?
-¿Hacer qué?
-Liberarme.
-¿Vas a cortar por lo sano, pase lo que pase?
-¡Exacto! Tú lo has dicho; “cortar por lo sano”, y va a ser ésta misma noche, no pienso alargar más el asunto.
-¿De qué estamos hablando?
-Tú sabes a lo que me refiero, no te hagas el ingenuo, sabes que estas cosas no se acaban tan fácilmente, que siempre hay que tomar decisiones drásticas o de lo contrario no sales bien librado, porque el tema se te va de las manos y termina por descubrirse el pastel.
-Vamos a clararnos; ¿de qué clase de decisión hablas?
-¿Tengo que decírtelo más claro?, cortar el problema de raíz ¿entiendes?, ¡se acabó! No más chantaje emocional.
-¿Estás dando a entender que…?
-Si.
-Para, para un momento ¿no estarás insinuando…?
-Si, si, lo que estás pensando. No le des más vueltas, voy a ir esta misma noche a su casa y voy a zanjar el problema de una vez por todas. ¿No te parece bien? Lo suponía, imaginaba que toda esa palabrería de la que haces gala cada noche cuando parece que te interesas en los problemas que tus oyentes plantean; no era otra cosa que pura farsa de cara a la audiencia de tu programa, pero que en el fondo no eres más que un charlatán cínico que no te importamos un carajo, ni nosotros, ni nuestras historias personales.
-Un momento, eso no es como tú dices, pero no es ahora el momento de aclarar ese punto. Lo que tienes que hacer es ser más explícito y no crear malos entendidos por antena. Te has expresado de una forma en que das a entender algo terrible y no estoy dispuesto a que ese malentendido prospere ¿Qué es en definitiva lo que estás insinuando? Quiero que tranquilices a la audiencia y a mi mismo.
-¡Vaya!, ¿te inquieta lo que pueda hacerle a esa mujer?
-¡O sea, que es cierto! ¿Vas a hacerle daño?
-Si lo quieres llamar así…
-¿Has decidido, o no, hacerle daño? Estás llevando esto demasiado lejos, y no te voy a consentir que me utilices, que hagas uso de este medio convirtiéndonos en cómplices de algo ilegal.
– Estás equivocado, lo voy a hacer y tú no vas a poder impedirlo, pero no te preocupes, te voy a hacer un favor.
-¡Estás loco! ¿Un favor a mí?, ¿de que estás hablando?
-Mañana podrás hacer un monográfico en tu programa, tendrás una gran exclusiva para que puedas lucirte con tus oyentes.
-Escucha, espera un momento…
-¿Para qué?, ¿necesitas tiempo para que la policía localice mi llamada como en las películas?, ¡ja, ja! ¡Que ingenuidad! Te estoy llamando desde una cabina y en este preciso momento boy a colgar…
-¡Ha colgado!-se lamenta el presentador desolado. Luego se dirige a los oyentes diciendo algo improvisado para tranquilizar los ánimos, convencerlos de que la amenaza del oyente no será más que un farol, y convencerse a sí mismo de que lo que está diciendo sea cierto. Eso espera, pero algo le dice que la frialdad con la que hablaba el comunicante es presagio de algo trágico. Con una seña al técnico de sonido, ordena que éste ponga una cuña musical, para una vez terminada la melodía dar por terminado el programa después de una breve despedida a los oyentes.
Alberto se despide del resto del equipo y abandona el estudio de radio. Se dirige al parking del subsuelo del edificio y sale a la calle en dirección a su casa en las afueras de la ciudad. Mantiene las ventanillas del vehículo bajadas y recibe la fresca brisa de la madrugada con una sensación de alivio. Está preocupado, desde hace tiempo se cuestiona su trabajo, estudió periodismo y sus pretensiones iban más allá que dedicarse a escuchar cada noche tamañas majaderías de gente atormentada por sus problemas personales. No tiene vocación de psicoanalista y en los últimos meses se ha planteado, cada vez con más fuerza, abandonar su ocupación y aceptar la oferta de un diario modesto de su localidad para trabajar en la redacción. No aceptó ya que debía ocuparse de la sección de deportes y no era esa precisamente su especialidad. Se lo va a replantear de nuevo con más determinación. Está harto, hastiado de la noche y de sus oyentes, de no hacer vida familiar, de aparentar cada noche solidarizarse con las estupideces que desde los teléfonos de su público, se vierten invariablemente en cada programa. Lo de esta noche colma el baso. Un presunto asesino pretendiendo su complicidad en una acción tan abominable. Está decidido, llamará al diario a la mañana siguiente.
Después de un corto recorrido de unos diez minutos, avista por fin su domicilio. Es una bonita casa, aunque apareada, en una zona residencial. Se alarma al observar, cuando enfila la calle, el destello de las luces intermitentes de un coche policial estacionado en la misma puerta de su jardín. Aprieta el acelerador para aproximarse lo antes posible. Antes de apearse del vehículo no puede evitar una inquietud que le hace temer lo peor al ver el gesto de consternación en el rostro del policía que espera en la entrada.
-Lo siento señor, su esposa…-balbucea apesadumbrado el agente sin poder continuar.
-¿Qué le ha ocurrido?-pregunta temiendo una tragedia. Luego, sin esperar respuesta, se introduce en la casa movido por el peor de los presagios.
La esposa de Alberto yace en el sofá del salón con una brecha en la cabeza, muerta.
FIN
Excelente historia que alguno podría decir que “se ve venir el final”. Pero acaso ¿no hay cientos de películas o novelas excelentes en esa situación? Es un relato bien escrito que denota que su autor, com he señalado en otro comentario -LA ULTIMA PLAYA-, parece que no es lo primero que escribe, sino que ya lleva tiempo en esto. En este texto proporcionas humor, ironía, suspense en un cóctel perfectamente combinado. Felicidades.